domingo, 14 de octubre de 2018

ATARDECER EN FINISTERRE 1/2

     Me encuentro en Finisterre, en la provincia de La Coruña, la antigua "finis terrae", el fin de la tierra conocida hasta que Cristóbal Colón nos sacó de la equivocación. Hoy, como en otros días, he decidido ir a ver la puesta de sol y, aunque se puede ir en coche, voy a acercarme andando desde el pueblo hasta el cabo por el carril peatonal paralelo a la carretera, dos preciosos kilómetros en suave subida bordeando los acantilados junto al mar, que son el último tramo del Camino de Santiago para los que prolongan desde la capital compostelana hasta el océano.

      Durante el paseo intercambio impresiones con distintos peregrinos que me transmiten los sentimientos contradictorios que rondan por sus cabezas en estos momentos finales del camino: la tristeza y la alegría se funden en un extraño cóctel que hace fluir sus emociones.

   Al llegar al cabo nos recibe una multitud de peregrinos y turistas disgregados por los distintos espacios que componen este maravilloso lugar. Estamos en un istmo con altos acantilados, distintos miradores, bar, hospedería, faro y edificio con bocinas para señalización acústica en días de niebla. Llama la atención la cantidad de personas que se aglomeran para hacerse una fotografía en torno al mojón que marca el punto kilómetro 0,000 de la ruta jacobea.

   Tras el faro, situado a 143 metros sobre el mar, se extiende una zona en descenso hacia el acantilado que nos transmite, nada más contemplarla, la sensación de que no estamos en un lugar cualquiera, y no solo por las bellísimas vistas que tenemos, sino también por la cantidad de simbolismos que se observan relacionados con el hecho de ser éste el fin del Camino. Aquí muchos peregrinos, tras terminar la ruta, queman sus ropas y sus botas como una manera de dejar atrás su anterior forma de vida y el comienzo de una nueva. Por eso es frecuente ver pequeñas fogatas o restos de ellas. Otros abandonan allí sus ropas y calzados sin quemarlos. También suelen dejar recuerdos en forma de montoncitos de piedras encima de las rocas, a veces con mensajes escritos en papeles, donde quedan expresadas dedicatorias, promesas y todo tipo de sentimientos. Los postes de dos antenas allí ubicadas están repletos de pegatinas y escrituras referentes a todo tipo de colectivos que han hecho el Camino, de todas partes de España y de muchos lugares mundo y en los más diversos idiomas. Otro lugar donde siempre hay alguien fotografiándose es en una roca sobre la que hay incrustada una bota metálica, homenaje a los andantes peregrinos.

     Y así, casi sin darme cuenta, mientras observaba todo esto, el sol ya va cayendo y la puesta se anuncia cercana. Toca elegir alguna roca sobre la que sentarse a contemplarla. A la entrada de los parkins los coches se agolpan en una larga cola, y el gentío va tomando posiciones a lo largo de los acantilados. Miles de personas sentadas mirando hacia el mismo lado: algo grande está a punto de suceder.

   Las nubes que hay sobre el horizonte, y que no llegan a tapar por completo el sol, dan hoy un punto de belleza extra a este atardecer ya de por sí hermoso. El islote "O Centolo", pequeña mole pétrea que emerge del mar, aporta otro elemento más a este espectáculo luminoso que nos ofrece la naturaleza, mientras que las nubes se van disgregando a la vez que el sol se oculta en esa línea que uno el cielo con el mar, tiñéndose de rojo todo el cuadro.

   Al desaparecer el último hilo de la esfera solar, la muchedumbre responde con un espontáneo y estruendoso aplauso, como una especie de agradecimiento por haber visto algo tan bonito, tras lo cual hay gente que empieza a marcharse. Pero los que no queremos perdernos nada permanecemos allí viendo la explosión de coloridos reflejados sobre las nubes que se produce posteriormente.

     En momentos así hay que aprovechar al máximo todos nuestros sentidos: la vista, por supuesto; el oído, para escuchar el relajante sonido del mar; el olfato, para respirar ese aire puro que nos proporciona la brisa marina, y que nos hace sentir tan bien cuando se desliza por nuestra cara... La combinación de todo ello nos traslada a un estado de bienestar que quisiéramos no acabara nunca.

     Pero la noche ya ha caído, la linterna del faro gira y gira haciendo su función, y me dirijo de nuevo al pueblo por el carril peatonal junto a la carretera. Está oscuro, pero la arena blanquecina del camino es como una luz que se ilumina en las tinieblas, guiándonos hacia nuestro destino.


Monumento al peregrino camino a Finisterre


Cruceiro en el Cabo de Finisterre


Panorámica de Finisterre



SALUDOS

EL RURAL

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