jueves, 27 de octubre de 2011

Benjamín Franklin

Este chico, cuya foto se puede ver en los billetes de cien dólares (que deben ser en los USA como los de quinientos euros aquí, que nadie los ha visto y todos hablamos de ellos), tuvo una infancia difícil. Primero, porque era el decimoquinto de diecisiete hermanos, con lo que puede uno imaginarse las angustias que tuvo que pasar para entrar al cuarto de baño a primera hora y la de veces que algún hermano mayor le quitaría las patatas fritas del plato en un descuido. Era de Boston, como los Celtics y, por la imagen, podría pensarse que era familia lejana de Chiquito de la Calzada y aficionado a las chuletas y las cervecitas ( tiene un buche interesante).

No está confirmado que en el colegio le llamasen Benji, ni que su mejor amigo fuese Oliver Aton, ni que se enfrentase en los partidos del patio a un gitano con camiseta sin mangas llamado Mark Lenders.

Se puso a trabajar a los diez años, intuyendo que el tema de la jubilación podía ponerse chungo y que cuanto antes empezase a cotizar mejor y, después de estar de becario en la fábrica de velas de su padre y hacer las prácticas de la FP como albañil o carpintero, se colocó de impresor con un hermano suyo. Como con la familia no hay quien haga nada, y para muestra acordaos de la cena de Nochebuena y las que se lían, acabó poniendo su propia imprenta y editando periódicos.

Se casó y, por no estar en casa y como era un culo inquieto, fundó la primera biblioteca pública de Filadelfia, el primer Cuerpo de Bomberos de Filadelfia y se presume que la fábrica del queso Philadelphia. Como su mujer le ponía muchas pegas para salir por la noche, se hizo masón y así podía pirarse con la excusa de las reuniones esas tan raras que hacen los susodichos, con un compás y un delantal. Al ver que en Filadelfia ya no le quedaba nada por fundar, se fue a Pensilvania y fundó la Universidad y el hospital de la ciudad, que, a lo que se ve, le gustaba más una inauguración que a un consejero de Comunidad Autónoma.

Como su señora le ponía la cabeza como un tambor con el rollo de “Me tienes que colgar un cuadro en el pasillo”, “Hay que ir al súper a por masa de empanadillas” y “A la niña hay que ayudarla con los deberes de mates”, se montó un pequeño laboratorio en el garaje y se excusaba diciendo que estaba investigando cosas y que andaba muy ocupado. Para justificarse, inventó el pararrayos y las lentes bifocales, entre otras cosillas, a las que ella se refería al hablar con sus hijos como “esas tontás que hace tu padre”.

Pero ante las pertinaces quejas de su mujer con frases del tipo “Claro, tú te encierras aquí y yo hecha una esclava”, se metió en política. Y tres cuartos de lo mismo. “Tú te vas a redactar la Constitución Americana y a declarar la Independencia y yo aquí, como una chacha” era la frase más repetida por su contraria. Al final fue elegido gobernador de Pensilvania y, a base de fundar instituciones, hacerse socio de clubes e investigar todo lo que se le ocurría fue pasando su vida con el soniquete en la oreja de “Claro, a ti los niños y yo te no importamos ni un centavo”.

1 comentario:

  1. Que vida mas interesante......cuantas cosas le dió tiempo a hacer. Lo que no sabemos es de lo que habria sido capaz su mujer, ni de la capacidad de millones de mujeres que si no hubieran perdido su maravilloso tiempo y su inteligencia en criar y formar personas......

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