Soy un hombre tranquilo. Mis pasiones se han atemperado con el paso de los años. Soy un hombre pacífico que detesta la violencia, tal vez por haberla vivido ya demasiadas veces. Soy un hombre cuya mayor aspiración es vivir con serenidad. No soy un hooligan, no soy un “broncas”. He aprendido a soslayar las provocaciones...
Pero lo que sucede en España empieza a superarme. Políticos con varias viviendas en Madrid cobrando dietas de residencia. Imputados con contratos blindados y millonarios. Cesantes por oscuros manejos que exigen el pago de cuantiosas indemnizaciones. Dirigentes con tres, cuatro, cinco sueldos. Administraciones que pagan dineros que no tienen por asesoramientos que no se producen. Condonaciones de deudas a instituciones y partidos políticos por parte de entidades bancarias que acaban siendo rescatadas con el resultado del sacrificio de los impuestos de todos. Retiros dorados, familiares que ganan sorprendentemente concursos públicos, colaboradores remunerados “ad infinitud”, privatizaciones inexplicables.
Parece que una conjura político-financiera quiera devolvernos a una semiesclavitud en la que sólo tienes derecho a un servicio que ya has pagado con tus retenciones si abonas una nueva sobretasa. Y cada vez que me pregunto si podré pagar los estudios de mis hijos o sus oportunidades se verán truncadas porque no he sabido hacerme amigo sino de mis amigos, y no de los poderosos, siento un pálpito dentro que me devuelve a los veinte años, con la furia en la garganta y en los puños.
Soy un hombre tranquilo. Ojalá no tenga que dejar de serlo. Porque sospecho que hay otros muchos hombres como yo. Y muchos hombres furiosos es una fuerza que no se puede controlar. Lo sepan ellos o no.
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