martes, 11 de febrero de 2014

Alerta roja

Mientras el señor F observaba la palanca empotrada en la pared, roja y tentadora, del sistema de alarma contra incendio que instruía a los usuarios de la biblioteca, en alemán y mandarín, sobre cómo operarla en caso de emergencia, pensó –ahora tenía la palanca en la mano- que si en ese instante sufría el infarto cuya inminencia venía previendo de unos días hacia acá, lo más seguro era que caería con la palanca en la mano, apretada en el último estertor, con el último aliento, lo cual desataría un operativo descomunal tendiente a proteger los cientos de miles de volúmenes de la biblioteca. Algunos de los usuarios presentes morirían víctimas del operativo, lo cual carecía de importancia frente a la posibilidad de algún libro quemado.
Entonces decidió masticar la pastilla que su cardiólogo le había recetado.
Tan pronto terminó de deglutir el medicamento, miró en derredor y esperó el momento en que alguno de los presentes se le acercara para agradecer su gesto bondadoso, pero nadie se fijó en él: las lecturas, los lectores, los libros, las revistas, los pasos tímidos sobre el mármol de la sabiduría, siguieron su curso indiferente. Nada.
En la normalidad siguiente se ve al señor F dirigirse a los sanitarios dispuesto a vomitar la pastilla.


Amílcar Bernal Calderón 

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