viernes, 21 de septiembre de 2012

La rubia de Vigo (V)

Me subo a la habitación después de comer, a ver si puedo dar una cabezada. Por suerte, mañana termino el trabajo y puedo irme a casa. En mi empresa están encantados por como he acortado los plazos del trabajo. No les doy ninguna explicación. ¿Para qué?

Al abrir la puerta, escucho ruidos en el cuarto de baño. Me pego a la pared. Juraría que es el agua de la ducha corriendo. Me sereno un poco. Debe ser que no he cerrado bien el grifo. Voy a echar mano al pomo de la puerta, cuando la puerta se abre.

Es la rubia, cubierta tan sólo con la toalla del baño. Por su piel morena resbalan gotas de agua. Tiene los hombros y las piernas al descubierto, y se me desencaja la mandíbula. No puedo articular palabra.

-          ¿No me dices nada?

Abro y cierro la boca como los peces de Ramón, pero ningún sonido sale de mi boca. Me mira con una intensidad que me derrite. Debajo de la toalla se adivinan unas formas vertiginosas. Es mucha mujer para tan poca toalla, sin duda.

-          Voy a golpear el marco de la puerta y, al tercer golpe, dejaré caer la toalla, Barbitas.

No creo que se puedan abrir más los ojos. Sigo sin articular palabra. Ella sonríe. Sudo como un pollo.

Un golpe.

Dos golpes.

Tres golpes.

Cuatro golpes, cinco, seis…Me despierto dando un salto. Me había quedado dormido y están llamando a la puerta. La rubia no está. No ha estado nunca.

Abro la puerta con cara de haber visto al fantasma de Canterville en ropa interior. El botones me mira muy sorprendido.

-          Hay un mensaje para usted, Don Aristóteles.

Recojo un sobre, sin remite, a mi nombre, y lo abro. Dentro hay una nota que dice lo siguiente:

-          Aris, te espero esta noche en el restaurante Bitadorna, a las nueve. Arréglate las barbas y ponte guapo.  Firmado: la rubia.
-           
El botones está a punto de llamar a un médico. Me he tirado cinco minutos abriendo y cerrando la boca con el papel en la mano delante de él. Cuando me recupero, le doy diez euros de propina y le digo que olvide lo que ha visto.

Estoy catatónico leyendo la nota. La rubia no solo sabe como me llamo, sino que, además, me cita para cenar.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

La rubia de Vigo (IV)

Me refugio en el trabajo. Llevo una semana a destajo. Los dos técnicos que colaboran conmigo están alucinados. Trabajo de la mañana a la noche y pido un taxi antes de salir, para pasar el tiempo imprescindible en la calle. Al menos he adelantado mucho el trabajo, y en un par de días podré irme a Madrid, a ver si no veo a esa mujer por todas partes.

Uno de los chicos, de nombre Ramón, se decide y me pregunta si me pasa algo. Le digo que estoy un poco estresado, por no dar más explicaciones. Con muy buena voluntad, me ofrece un plan para relajarme. Es aficionado a la pesca y me dice que puedo ir la tarde del sábado con él al espigón del Puerto Deportivo. Había pensado trabajar también el fin de semana, pero acepto. Igual un poco de calma me sienta bien.

Llega el sábado y me encuentro con Ramón en el rompeolas. Monta su caña, ceba y arroja el anzuelo al agua. Nos sentamos a esperar a los peces. Va pasando la tarde y, además de media docena de peces de roca, que Ramón asegura que hacen una bullabesa deliciosa, yo voy pescando un poco de equilibrio. El atardecer es muy hermoso. Hacía la bocana el puerto, con el sol detrás, se acerca un velero. Es una imagen idílica.

Hasta que, al timón del velero, veo a la rubia. Leva unos mini shorts blancos y un top azul, y su melena vuela con el viento. Es preciosa. Me pongo de pie de un salto. Ramón se asusta.

Cuando el velero pasa por el punto más próximo al espigón, juraría que la he oído reírse. Salgo corriendo hasta encontrar un taxi y me escondo en mi habitación del hotel, con el cerrojo echado.

lunes, 17 de septiembre de 2012

La rubia de Vigo (III)

Pasan otros tres días sin que vea a la rubia. Empiezo a pensar que todo ha sido una casualidad y que la chica, al coincidir conmigo varias veces, ha decidido hacerme una broma. El trabajo en la factoría evoluciona muy favorablemente. Los dos técnicos de la propia empresa que colaboran conmigo trabajan muy bien y conocen perfectamente sus tareas. Hemos avanzado mucho, ...así que terminamos pronto hoy, y me apetece irme a la playa y darme un baño. Me recomiendan la playa de Samil y allá que me voy.

Son las seis y la playa está razonablemente despejada. Extiendo mi toalla y me tumbo a tomar el sol. Me dejo mecer por una dulce modorra cuando, de repente, un vendaval de arena me cae encima. Me incorporo y, por Dios, es la rubia con un diminuto bikini rosa, corriendo hacía el agua. Gira la cabeza, se ríe y sigue corriendo. Tardo unos segundos en reaccionar.

Para cuando quiero empezar a correr detrás de ella, ya se ha lanzado de cabeza al agua. Voy tras ella sin dudarlo. No dejaré de mencionar que el agua del Atlántico tiene una temperatura que reduce al mínimo lo mejor de cada hombre, y que si en esa zambullida no sufrí un infarto, no creo que vaya a morir nunca de una afección cardiaca.

Entre el frío, que no estoy en mi mejor estado de forma y que soy más de secano que los garbanzos, la pretensión de alcanzar a la rubia, que nadaba como una sirena, era una quimera. Me hizo describir un círculo completo alrededor de la playa y salió del agua por el lado contrario. Se volvió, yo creo que para cerciorarse de que no me había ahogado, se rió y desapareció entre los bañistas, mientras yo llegaba a duras penas a la orilla. Tardé quince minutos en recuperar un nivel normal de pulsaciones. Recogí la toalla y me fui, desconcertado, para el hotel.


domingo, 16 de septiembre de 2012

El eco negro

Para mi es imposible no enamorarme de un personaje como Harry Bosch. Primero, porque mide poco más de un metro setenta, y la solidaridad entre bajitos es inmediata. Segundo, porque sus únicos gastos se reducen a “comida, alcohol y jazz”, lo que me parece un modelo de administración. Tercero, porque es un fumador compulsivo y, por lo tanto, pertenecemos al mismo club de apestados. Y, en último lugar, porque su cuadro favorito es “Aves nocturnas” de Hooper, un lienzo con un bar y tres borrachos de última hora.

El eco negro es una llamada lejana en la oscuridad. Un cadáver en una tubería, que resulta ser un compañero de los tiempos de Vietnam del bueno de Harry. A partir de aquí, nada es lo que parece. Salvo la integridad de Harry.



El Eco Negro

Michael Connelly  1992

Ediciones B

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La siguiente la pago yo por Rick, Diógenes de Sinope y Albert se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.