viernes, 15 de marzo de 2013

Viernes, 15 de marzo

Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera
Pablo Neruda

jueves, 14 de marzo de 2013

II Concurso de relatos hiperbreves ma non troppo: estadísticas

Dadas las circunstancias vividas el pasado año, y el caos y disparate que rigen nuestros actos, parecía altamente improbable que se repitiese. Sin embargo, luchando contra las adversidades, la prima de riesgo, la cuñada de peligro y la crisis planetaria, finalmente, la 2ª edición del concurso ha finalizado en su fase de presentación de originales.
El día 29 de marzo, si no hemos sucumbido, publicaremos el veredicto del jurado, que ya está trabajando (con perdón) dura no, durísimamente, para decidir los galardones (con "l", no con "ll"). Porque dice el jurado que daría un premio o dos a cada uno, pero no puede ser.
Y el día 6 de abril, lo más importante, la jarana de entrega de premios, a la que os esperamos, hayáis o no ganado alguno de ellos, porque entregaremos diplomas a los asistentes, leeremos algunos de los relatos y nos tomaremos unas cervezas a la salud de todos.
Os damos las gracias de nuevo por la generosidad al compartir vuestros relatos, que son como criaturillas que sentimos muy nuestras. Como dijimos, se irán publicando en el blog a lo largo de todo el año. Especiales gracias otra vez a todos los que nos escriben desde fuera de España, sobre todo de Iberoamérica, desde donde siempre nos gusta recibir noticias. Pero también desde aquellos que están en otros países de habla no hispana, que agregan un toque de universalidad a estas cosas. Y por supuesto, a los que desde todos los rincones de España hacéis que las distancias sean cada vez más cortas. Gracias.
Y a continuación, unas pequeñas estadísticas sobre la convocatoria de esta 2ª edición:
Se han recibido 402 relatos, de 310 autores, de los que el 56,1% son hombres y el 43,9% son mujeres.
En las tablas adjuntas podéis ver la procedencia de los trabajos, que abarca casi todo el mundo mundial, destacando los 48 de Argentina (reforzando nuestras buenas relaciones con la Santa Sede). Y dentro de España, desde casi todas las comunidades autónomas (menos La Rioja, qué desgracia, y Ceuta y Melilla), aunque hay 38 relatos cuya procedencia dentro de España desconocemos.
Como curiosidades, el 26,1% de los relatos fue presentado el último día de la convocatoria (lo que hizo que nuestro gestor de la información quisiera solicitar su ingreso en una institución), y casi la mitad en los cuatro últimos días. Tres títulos se han repetido, Silencio, Recuerdos y (cómo no) Crisis. Los nombres más frecuentes entre nuestros autores y autoras han sido Francisco (esto no es broma, estaba escrito antes de la elección del nuevo pontífice, tal vez sea una señal) y Pilar, por si queréis ideas para poner nombre a vuestros churumbeles.
Gracias de nuevo, y nos vemos el día 6.




miércoles, 13 de marzo de 2013

Miércoles, 13 de marzo

No aceptes
No. No aceptes lo habitual como cosa natural.
Porque en tiempos de desorden, de confusión organizada,
de humanidad deshumanizada, nada debe parecer natural.
Nada debe parecer imposible de cambiar.

Bertold Brecht.

martes, 12 de marzo de 2013

La fumata


Estaba yo tan tranquilo tomando un botellín en la tasca del 'Grapas' cuando me sonó el smartphone.
- Dígame.
- ¿Dottore Rick?
- Al aparato.
- Io sonno monsignore Rufiani, le chiamo del Vaticano.
Colgué. Para vaciles estaba yo, después de que me imputaran (injustamente, claro) por ir a 220 km/h; declaré que me llamo Tarim Belzebú, pero no coló.
Volvió a pitar el teléfono.
- Diga.
- Monsignore Rufiani. Per favore, no cuelgue, Dottore.
Ya me empezó a mosquear.
- ¿Qué quiere? Le advierto que no estoy para bromas.
- Signore mio, questo non sei una broma. Va a parlare con te il nostro coordinatore de logistica, il Dottore Poggiali, chi tiene tutta la mia autoritá.
Dentro de mi amplia experiencia internacional están unos asuntos que tuve con los carabinieri, así que me defiendo con el italiano. Para ser una burla parecía demasiado insistente, así que esperé a ver qué quería el jefe ese.
- Rick, filibustero.
Solo hay una persona en el planeta que me llame así: Esteban Poyales, el 'mandinga'.
- ¿Poyales?
El mandinga y yo éramos compañeros de estudios, después de negocios, y finalmente de celda, cuando nos trincaron por la intoxicación masiva con LSD en un congreso de un partido político que se celebraba en un hotel en el que los dos ejercíamos como médicos. Fue un desafortunado accidente, y el responsable, que era el camello, se fue de rositas. Poyales salió antes que yo, y le había perdido la pista.
- ¿Cómo te va la vida, bergante? - me preguntó.
- Pues más o menos, intentando establecerme sin que me toquen mucho las narices. ¿Me quieres contar de qué va este circo?
- Sí, hombre, sí. Es que hace ya unos años me salió un trabajillo gracias a D. Eupropio, el cura de mi pueblo, que necesitaba a alguien para que le ayudara en los exorcismos. Resulta que luego le hicieron obispo, y le llamaron al Vaticano. Y me trajo con él como chico de confianza. Y aquí me he hecho una reputación, pero ahora soy el Dottore Stefano Poggiali, que suena mejor.
El mandinga siempre había tenido bastante suerte, y con su labia y su buena presencia no me extrañaba que hubiera prosperado.
- Y qué, ¿te has hecho cura tú también? - le pregunté.
- No, hombre, no - se rió-. A mí me gusta demasiado el jolgorio. Pero me va bien.
- Bueno, ¿y qué se te ofrece?
- Con el que has hablado es uno de los jerifaltes que aquí en el Vaticano organiza el cónclave, sabes que hay un cónclave la semana que viene, ¿no?
- Algo he oído.
- Bueno, pues resulta que yo soy el coordinador de logística de todo este tinglado.
- ¿Y eso qué es?
- Pues que yo me encargo de que todo funcione: que haya comida, bebercio, que funcione la lavandería, que hay papel higiénico, vamos, todo. Y por eso te llamo. Necesito tu ayuda.
- Mandinga, como me metas en un lío, te juro por las barbas del Arzobispo Makarios que te la ganas.
- Que no, hombre, al revés, me lo vas a agradecer, aquí siempre hay negocio seguro. Mira, necesito a alguien de confianza que se haga cargo del asunto de la fumata.
- Fumata, la que te has debido pegar tú.
- Escúchame bien, o me busco a otro. Ya sabes el rollo de la fumata. Los cardenales votan, y después de cada votación hacen una fumata, si es negra es que no lo tienen claro todavía, y si es blanca, es que han elegido nuevo papa.
- Vale, ¿y qué?
- Pues que sus eminencias son muy sabios, y todo eso, pero de fogatas y fumatas, nada. Y como yo soy el responsable me hace falta una persona para controlar la dichosa fumata. Buena paga, reconocimiento, ¿qué más quieres?
Al día siguiente ya estaba volando a Roma, y en el Vaticano me recibió Poyales, con su jefe.
- Monsignore, queste é il Dottore Riccardo, spezialista mássimo en combustión e fumo - me presentó.
El obispo me puso delante el anillo. Con el pedrusco que llevaba, no sabía si quitárselo o besarlo; opté por lo último.
- Benvenutto, Dottore Riccardo, il Dottore Poggiali le dirá tutto il suo lavoro – y se largó.
Al mandinga se le veía en su salsa.
- Bueno, filibustero, ya verás, esto es vida. Ojalá que los cardenales no se pongan de acuerdo, así podrás estar más tiempo por aquí. Me han contado que una vez tardaron 3 años en elegir, y al final les encerraron a pan y agua, y no tuvieron más remedio que entenderse. ¿Te imaginas?, 3 años de fumatas, y de vidorra.
Poyales me llevó al interior y me enseñó la Capilla Sixtina, que estaban acondicionando para el cónclave.
- Mira, ésta es la estufa donde hacen el fuego. Ahí tienen que meter las papeletas de los votos. Meterán las papeletas o el MARCA, a mí me da igual, pero tenemos que asegurarnos de que sale el humo como dios manda (nunca mejor dicho); la estufa está comunicada con otra en la habitación de al lado, donde estarás tú. Cuando oigas ruido es que estarán poniendo los papeles y encendiendo.
- ¿Y cómo voy a saber yo si han elegido ya o no?
- Ah, Riccardo, Riccardo – dijo riendo, y juntando las puntas de los dedos -, il Dottore Poggiali tiene recursos.
Me contó que uno de los cardenales españoles era amiguete de correrías de D. Eupropio, y que se ocuparía de dar 2 golpes en la pared junto a la estufa si la fumata tenía que ser negra, y 3 golpes si la fumata era blanca. Aquello sería infalible.
- Vale, ¿y cómo hago para que el humo sea blanco o negro?
- Muy fácil. Para que la fumata sea negra, lo mejor es quemar porquerías, así que te traes aquí la bolsa de la basura, y echas lo que haya; seguro que el humo sale más negro que el chapapote. Por esta ventana te asomas y se ve la chimenea, y ves que el humo sale bien negro.Y el día que toque blanco no necesitas tener nada más que una botellita de agua, y beber de vez en cuando.
- ¿No estarás pensando…? – y le miré con cara de incredulidad.
- Pues claro, hombre, todos sabemos que si echas una meadita en un fuego, sale un humo blanco como el algodón, así que es sencillo y seguro, y además nadie se va a enterar, porque aquí vas a estar solo.
Lo pintó tan bien que me convenció. No pudimos hacer pruebas porque no estaba permitido, pero parecía fácil de verdad.
Hasta el día del cónclave viví a cuerpo de rey con Poyales. Por las noches nos íbamos a recorrer los tugurios de Roma y comíamos como curas, dicho sea con el mayor de los respetos.
Y por fin llegó el momento en que empezaban las votaciones; reconozco que estaba un poco nervioso. La primera tarde no se esperaba que nadie resultase elegido, pero quién iba  a saberlo. Después de unas cuantas horas oí follón, abrí la estufa y noté el ruido metálico de la estufa gemela que estaba al otro lado de la pared. Entonces oí claramente un golpe; después otro. Y nada más. Eso quería decir que la fumata tenía que ser negra. Noté que al otro lado echaban ya los papeles y prendían fuego. Cuando vi llamas empecé a echar desperdicios; aquello olía a demonios, con perdón. Entonces me asomé al ventanuco, y vi que por la chimenea salía un humo completamente negro.
El mandinga me felicitó, y su jefe también. Aquello me subió la moral.
Los siguientes días todo fue similar, parecía que la elección no iba a ser fácil, y cada tarde oía los 2 golpecitos, y yo atizaba la lumbre con todas las inmundicias que tenía a mi disposición. Y hasta me daba la sensación de que el humo salía cada vez más negro. Para pasar la tarde me llevaba alguna revista, y también la comida; y claro, alguna botellita de “alpiste”. Un día cerveza, otro whisky. Lo cierto es que el mandinga tenía razón, el trabajo era bueno.
El octavo día de cónclave me llevé para comer un trozo de queso de Cabrales, y una cazuela con entresijos que me había dado la noche anterior un paisano que tenía un restaurante español en Roma, y una botella de orujo. Me puse morado, y el orujo fue cayendo hasta desaparecer. Para rematar, me eché al chaleco una pastillita que me habían pasado en un antro. Al final de la tarde llevaba una cogorza tremenda. Medio amodorrado estaba cuando oí el ruido de la estufa. Oí los dos porrazos en la pared, y me preparé para echar la porquería. Entonces escuché el tercer golpe. Fumata blanca. Primero pensé que era por la borrachera, pero no podía ser, lo había oído con claridad. Le pegué un puntapié a la bolsa de la basura, que se desparramó por toda la habitación.
Entonces fui consciente de mi responsabilidad, y de lo que tenía que hacer. Vacié mi vejiga en la estufa. Aquello sí que olía mal, lo cual no era de extrañar, considerando todo lo que había ingerido y que mi organismo tenía que metabolizar.
Apenas había terminado la micción, cuando entró el Poyales echo una furia.
- ¡Pero desgraciado, ¿qué has echado ahí?!
El mareo casi no me dejaba ni tenerme en pie, pero pude asomarme un poco por la ventana y ver como por la chimenea salía un hermoso humo de bonitos colores, mientras se oían en la plaza exclamaciones de “¡Miracolo, miracolo!” y el mandinga seguía increpándome.

lunes, 11 de marzo de 2013

El Dr. Coyote y la industria farmacéutica



Hacía tiempo que me pasaba por la consulta del Dr. Coyote. Eso no quiere decir que mi salud fuera especialmente buena. En 3 meses había encadenado 7 resfriados, cada uno con sus síntomas, uno con tos recalcitrante, otro con mocos de colores indescifrables que me hacían frente, varios con sus decimillas de fiebre, e incluso uno con un episodio de caspa brava. Además mi ritmo intestinal, más que ritmo venía siendo un tango intestinal, por lo dramático y lo desigual. Me había roto una muela al confundir con una onza de chocolate un taco de madera que se dejó el persianista, el juanete parecía ya un séptimo dedo (para quien no lo sepa, tengo seis) y tenía un sarpullido en la nalga derecha refractario a cremas y cataplasmas. Y lo de siempre lo seguía sufriendo en silencio.
Pero aunque hubiera ido a visitarle no le hubiera encontrado. El Dr. Coyote colaboraba a menudo con la justicia, en casos relacionados con las drogas de abuso; su colaboración consistía por lo general en cumplir condena en algún presidio de la zona cuando le trincaban. Ya le conocían en casi todos, y de todos era sabido que controlaba los mejores camellos del país. Por eso, cuando había alguna sentencia y se sabía que iba a ingresar, desde la penitenciaría en cuestión recibía decenas de encargos para que aprovisionase debidamente a reos y vigilantes, e incluso algunas veces al propio alcaide.
Una mañana sonó mi teléfono. No esperaba llamadas y no identifiqué el número, porque veo menos que los leones de las cortes y mi móvil es de última generación; pero de la última generación de los faraones. Un poco vetusto, vamos.
- ¿Dígame?
- Buenas tardes, le llamo del penal de Eurovegas-1, tiene una comunicación con un recluso.
No me dio ni tiempo a preguntar nada, y entonces oí otra voz.
- Hola, soy Bernardo Coyote.
- ¿Dr. Coyote?
- ¿Qué tal, hombre, cómo está usted? ¿Cómo van esas hemorroides?
- Pues bien, gracias, muy hermosotas. ¿Se encuentra bien, Dr.?
- Sí, sí, todo bien, estoy aquí haciendo un estudio científico en esta noble institución. Mire, tengo que pedirle un pequeño favor.
- Usted dirá.
- Verá, necesito un tratamiento para un paciente que tengo aquí. El laboratorio proveedor lo iba a dejar en mi consulta en estos días, pero yo no puedo abandonar ahora este lugar, y necesitaría que me lo trajese, para mi paciente es vital, es una terapia personalizada.
- Pero…
- Es muy fácil, mi proveedor se lo lleva a su casa y usted me lo trae cuanto antes.
- ¿Y no puede llevárselo directamente el proveedor, Dr.?
- Esto…, es que es muy sensible, y no le gusta visitar estos lugares, tan llenos de dramas humanos, usted ya me entiende.
- Bueno, está bien – le dije-, pues que venga cuando quiera.
- De hecho debe estar al llegar a su domicilio, porque ya di por hecho que no podría negarme esta sencilla ayuda.
En ese momento me sorprendió el timbre.
- Ah, lo he oído – dijo el Dr. a través del teléfono-, debe ser él. Usted recoja la mercancía, digo el tratamiento, y ya está. No es preciso que hable mucho con él. Y sobre todo, no le deje pasar al interior de su piso, y no le dé la espalda en ningún momento.
- De acuerdo – repuse-. Cuando lo tenga le llamo.
- No se moleste, no podrán pasarme la llamada, estaré muy ocupado. Tráigamelo esta misma tarde, en el horario de visitas. Confío en usted. Ah, y que no se lo vea nadie. Son medicamentos muy escasos y pueden despertar la codicia
Colgué el teléfono y fui a la puerta, donde el que fuera seguía desgañitándose con el timbre. Abrí. Para empezar a describir al “proveedor del laboratorio” lo mejor era comenzar por el olor que despedía, un tufo tan nauseabundo que no sospechaba que pudiera existir, al menos en humanos. Estaba delgado como una cerilla y tenía el pelo largo y grasiento; de hecho estaba apoyado en el marco de la puerta y para quitar la mancha que dejó tuve que lijarlo. Su indumentaria no le iba a la zaga, vestía un chándal del Rayo Vallecano cuyo color blanco natural había derivado en un ocre-mugre de lo más original. El tipo me miraba como si fuese un astronauta en medio de la Gran Vía. Me extendió la mano y me dio algo.
- Tenga, p’al Coyote.
- Ah, gracias, se lo llevaré mañana a primera hora.
El andoba no se movía del quicio de la puerta, y yo recordé los consejos del Dr.
- ¿Algo más?
Se endurecieron sus facciones, si es que eso era posible.
- ¿Cómo que algo más? Tendrás que pagarme la mierda esta, ¿no te jode?
- Pero el Dr. no me ha dicho nada.
- Ni doctor ni hostias, joder, o me pagas ahora mismo o me lo vuelvo a llevar. O me lo cobro como pueda.
- Bueno, bueno, tranquilo. ¿Cuánto es?
Le aticé a aquel macarra los 80 euros que me pedía, pensando que había habido alguna confusión y que sin duda no habría entendido las instrucciones del Dr. Se fue escaleras abajo echando algunas blasfemias feroces que nunca había oído antes. No me extrañó que no quisiera ni acercarse al trullo.
El “tratamiento” venía en un frasquito de cristal transparente, tapado con unos algodones y un esparadrapo ennegrecido. Estaba lleno de pastillas de muchos colores, casi todas diferentes. El frasco tenía una pegatina en la que, con muy mala letra y escrito con rotulador, ponía “Metralla”. Lo guardé bien en el bolsillo interior de mi cazadora y me fui pitando a llevárselo al Dr.
Llegué a la cárcel en media hora, y solicité visita con el Dr. Coyote. El guardia me miró con cara de sorna.
- El Dr. coyote, ¿no?, ya, ya. Y no llevará usted algo para mí, ¿no?
Debí quedarme blanco como un inodoro Roca modelo “Princesa”, pero antes de que dijese nada el guardia siguió.
- Es broma, hombre, no me ponga esa cara. Venga por aquí.
Le seguí hasta llegar a una habitación con una mesa y dos sillas, en una de las cuales me senté. A los pocos minutos se abrió la puerta y entró, seguido por otro guardia, el Dr. Coyote. Llevaba un uniforme azul claro, con unos cuantos lamparones; iba algo despeinado, y con los ojos un poco vidriosos y las pupilas dilatadas. Se acercó y me dio un abrazo.
- Qué alegría, hombre, qué amable ha sido. ¿Ha traído eso?
Me quedé mirando al guardia. Entonces el Dr. le dijo:
- Ful, déjanos un momento, por favor. Luego te paso algo - el guardia salió y el Dr. me quiñó un ojo-. Fulgencio es de confianza. Un tío legal. A ver, deme, deme.
Saqué con cuidado el frasquito y se lo entregué.
- Perfecto, perfecto – me dijo-, el “Metralla”, digo, el Sr. Montoya, se va a poner muy contento. ¿Todo bien con el proveedor?
Le conté lo que le había dado.
- Pero, hombre, no tenía que pagarle nada, eso son cosas nuestras. Pues yo no puedo darle el dinero, aquí no tengo nada.
Siguió un rato hablando, hasta que Ful volvió a entrar en la sala.
- ¿Y su adicción a los analgésicos, cómo va? – me preguntó.
Casi no pude ni contestarle.
- Bueno, hala, que me tengo que ir, que estoy muy ocupado. Le veo en mi consulta dentro de poco, llame para pedir cita, pero no antes de 3 meses y un día, ¿eh? Adiós, adiós.
Y desapareció. Me largué de aquel lugar y llegué a casa cansado. Mientras metía la llave en la puerta, pensando en el lingotazo de Soberano que me iba a poner para relajarme, vi junto al felpudo una pastillita roja y azul. Seguramente se le habría caído al proveedor. Con tantas cosas que tengo, para algo me valdrá, pensé. Y vaya si valió; no me quitó ningún dolor, pero el colocón no se me pasó hasta el día siguiente.

Lunes, 12 de Marzo


La batalla más difícil la tengo todos los días conmigo mismo
Napoleón Bonaparte
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