sábado, 5 de julio de 2014

Estigma

Lleva horas durmiendo en su cunita como un ángel, arropado por las sábanas que cubren lo que no quieren ver. Los curiosos se amontonan susurrando alrededor de la cristalera. Un milagro, dice el facultativo. Una abominación, susurra un enfermero. Y qué si no tiene piernas, proclama el padre, con unas prótesis podrá caminar. El niño duerme desde su cuna. Y qué si no tiene brazos, declara ahora, con unas prótesis podrá abrazar. El niño duerme bajo su sábana. La madre que no mira. La madre que cierra los ojos y reza: llévatelo pronto, haz lo que yo no puedo. Suspira y dice: es el precio que he de pagar por serle infiel con el carnicero.


Pilar Herráiz

viernes, 4 de julio de 2014

La morcilla

Las luces de las candilejas comenzaban a apagarse dejando a oscuras la escena. En el proscenio, la sombra de Ataulfo Carter guardaba al Sr. Ellington en el baúl, como hacía siempre al acabar la función. Luego se ponía su capa y se perdía entre bastidores sujetando fuertemente el maletón, al que parecía dirigir alguna frase. Aquel era su único atrezo. Mientras atravesaba las bambalinas, le llegaban a sus oídos los aplausos y vítores, que todavía reverberaban en la sala. Lejos de mostrarse feliz, fruncía el ceño y por momentos se le desencajaba el rostro, como si un mal pensamiento le golpeara el espíritu y le trepanara el cráneo hasta rozar lo más sensible de su alma.
A principios del XX, Carter era considerado el mejor ventrílocuo que había existido. Su muñeco, el Sr. Ellington, se descargaba siempre con frases mordaces hacia todo el mundo, personaje entre polichinela y la caricatura corrosiva e ingeniosa. Su atuendo, un traje de franela envuelto en una gabardina, sombrero borsalino, gafas oscuras y bufanda, le daban cierto aire de misterio sobre la platea, siempre a media luz, exigencia del espectáculo. Carter, había llegado a perfeccionar tanto su técnica, que el Sr. Ellington parecía en ocasiones más un humano que un muñeco. De hecho, en todas las funciones, sorprendía al respetable con unos cambios de registro en la voz, que parecían salir de la garganta del enano perturbador y no de la suya. Esos parloteos, eran los momentos del espectáculo que provocaban más risas y palmas, venablos envenenados de humor negro y sátira. Luego, de repente, se tornaba melancólico y audaz, un seductor al que le colgaban las piernas del taburete, que parecía en ocasiones constiparse igual que su ventrílocuo, a deducir por los diferentes sonidos de las toses. Nada, que no fuera arte.
Carter era la antítesis del Sr. Ellington: simplón, vehemente, malhumorado y sin gracia. Su ser, había pasado a convertirse, en su desmedro, en un personaje que jamás quiso crear para sí mismo, e iba claudicando ante el empuje contumaz del muñeco que se hacía irresistible al gran público.
Los que oyeron la discusión que traspasó las paredes de la habitación del Ritz, dijeron que escucharon insultos y una fuerte discusión. Luego, los gritos aterradores, descubrieron el engaño de todos esos años de triunfos y fama. Cuando llegó la policía, ya era tarde. En un sillón, sosteniendo el cuchillo ensangrentado, Carter miraba como ido el cadáver del Sr. Ellington, tirado junto al maletón donde le guardaba siempre.
-Le dije que no añadiera más morcillas. Que el guión era sólo mío. Se lo dije y se lo decía siempre…pero el quiso ser más de lo que era para el público, un simple muñeco.


Rames Jandali Feu

La consulta

El salón estaba abarrotado de personas,  busqué bien y al fin logré sentarme.  Hice todo lo posible por entablar conversación con el hombre a mi lado, pero este no dejaba de escribir.
Como siempre se escuchaba el llanto de los niños pequeños, el pleito de sus madres, las tentadoras ofertas de: maní, caramelos, galletitas, almanaques, periódicos… y lo fundamental; el murmullo de la mayoría porque no llamaban al primero de la lista. El sudor ya empezaba a correr por mi espalda. Necesitaba relajarme, en mi primera consulta con el médico Ermes debía estar calmado. Necesitaba que el hombre sentado a mi lado dejara de escribir y me atendiera:
—¿Conoce usted al Doctor Ermes?
Al parecer no me había escuchado.
—Hace falta que el médico no empiece colando a sus socios —continué insistiendo.
¡Lo logré! Él dejó de escribir y me miró, aunque sin hablar ¿De qué podría padecer? Por su cara no llegaba a treinta y cinco años. Pero eso no importaba, mi objetivo era relajarme, empecé con la crítica que venía preparando desde el primer día, cuando llegué al policlínico y lo encontré completamente lleno. Terminé criticando incluso al doctor Ermes, no lo conocía, pero seguro atendería primero a sus amigos…
De pronto fui interrumpido por el audio interno: “Al doctor Ermes, tiene la consulta  cuatro preparada”.
A mi lado quedó un espacio vacío.


El Piro

jueves, 3 de julio de 2014

Cuando me caía bien Brasil

No quería dejar pasar el Mundial de fútbol sin escribir algo en este blog. Y se me viene a la cabeza una idea que me ronda estos días cuando pienso en quién quiero que gane el campeonato. Más allá de las “revelaciones”, como Costa Rica, o Colombia, o las que hubiere en otros torneos, recuerdo que desde que tengo uso de razón, y sobre todo, antes de que España osase incluirse entre las favoritas, siempre quería que ganase Brasil. Por encima de las otras potencias de toda la vida, Alemania, Italia, Argentina, o incluso Francia. Brasil.
Y aquí me encuentro, con ganas de que cualquier equipo se cargue a Brasil, si es en la final, mejor, con más dolor, pero si es antes, también me vale.
No me sirve el argumento de que como España ha sido últimamente el mejor equipo, y la actual campeona hasta dentro de unos días, los rivales tienden a caer mal; España está eliminada, y no sabemos si alguna vez volverá a estar tan arriba.
La explicación tiene dos partes: Brasil juega tan mal como cualquier otra selección, y además es un equipo antipático. Esto, dicho hace 25 años sonaría a ciencia ficción.
El primer Mundial en que recuerdo a Brasil con nitidez fue el de España 82; ahí jugaban nada menos que Sócrates, Junior, Zico o Eder. Era un equipo maravilloso, verles jugar era un disfrute, y además parecían majetes. Incluso, cuando fueron eliminados, su caída fue normal, caballerosa, ante una gran Italia. Después vinieron otras selecciones grandes de Brasil, con éxito, campeones del mundo. Y eran buenísimos, los Ronaldo, Ronaldinho, Mauro Silva, Roberto Carlos, Romario, Bebeto y tantos más. E independientemente de forofismos procedentes de sus clubes, no eran jugadores antipáticos. Aún representaban ese Brasil festivo y divertido, hasta juerguista. Y qué bien jugaban.
Me atrevería a decir que la cosa se torció con Robinho, que iba para supercrack y se quedó en el camino, tanto en juego como en personalidad. Y de ahí llegamos a lo que hay ahora.
Brasil juega al fútbol horrorosamente. Mucho peor que muchas de las selecciones que ya han sido eliminadas. Como juegan en casa, parece que no puede haber otro resultado que no sea que ellos ganen su mundial. Protestan por todo cargados de razón. Tienen un entrenador que parece familia de Mourinho. Y encima los futbolistas no me caen ni medio bien. Desde el insufrible Daniel Alves, pasando por el excesivo David Luiz, el poco claro Marcelo, hasta llegar a su estrella, Neymar. Neymar es buenísimo, sí, pero está por ver que llegue a ser un Ronaldinho o un Romario. Y para mi gusto, sobrepasa la línea de la “simpatía”, y se hace tremendamente cargante con tanta parafernalia y tanto padre avaricioso. Y qué mal juegan.
Brasil parece haberse contagiado del fútbol actual (sobre todo de los clubes) con sus peores defectos, la arrogancia, la prepotencia y la desconexión con la afición. Esa afición que ha establecido una tregua en sus demandas sociales, con las que desde aquí mucha gente simpatiza. Este no es el Brasil que yo admiraba desde pequeño, y lo echo de menos.

Qué le vamos a hacer, iré, como tantos, con Costa Rica.

La organillera voladora

A sus noventa años, la organillera descubrió que podía volar.
Así que agarró el viejo organillo y emprendió un épico viaje,  llevando su música (en forma de dulce ventisca) a los más recónditos e inhóspitos rincones del mundo.
La organillera voladora tuvo una muerte poco romántica cuando dos cazas de combate la interceptaron y derribaron sobre suelo estadounidense.


Fernando Fernández-Gil Domingo

miércoles, 2 de julio de 2014

Licencia Creative Commons
La siguiente la pago yo por Rick, Diógenes de Sinope y Albert se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.