sábado, 27 de abril de 2013

Nieve


Los copos de nieve caen insistentes, constantes, sobre la gran ciudad, parecen querer invadir todos sus rincones con su manto limpio, bailando al son que les marca el viento. Sin prisa por llegar al suelo, se elevan, descienden, se mueven de forma aparentemente aleatoria y con aires de ingravidez. A algunos les da miedo el suelo y deciden repartirse sobre los tejados, los coches, los árboles o los parterres de sus parques preferidos. Otros, los más aguerridos y valientes, se lanzan sobre las calzadas y las aceras para cubrirlas de un manto blanco y purificador. Poco a poco se van acumulando, creando una suerte de colchón mullido, puro y frío, la ciudad se viste sin prisa de una limpieza a la que no está acostumbrada.
Corina contempla, con los ojos como platos, la nevada desde la ventana de su habitación. Tiene esa mirada infantil del que descubre algo nuevo y sorprendente. Es la primera vez, en sus treinta años de vida, que ve nevar, ya que en su tierra natal jamás nieva. Observa con ojos nuevos, casi sin pestañear lo que acontece en la calle. Está tan absorta contemplando la nevada que pierde la noción del tiempo, sigue a un copo en su danza hasta que se pierde de vista, elige otro hasta que se funde con el suelo, y así, copo a copo deja transcurrir los minutos…
No tiene prisa por salir a la calle, está disfrutando de la nevada desde el calor de su habitación y tiene el día libre. Poco a poco deja de nevar. Ya está todo cubierto y la calle se llena de gente decidida a disfrutar de la nieve, corren, se tiran bolas los unos a los otros, hacen muñecos, se deslizan en trineos improvisados… En ese momento Corina se dispone a salir a disfrutar de aquello que disfrutan los demás. Se abriga bien y abandona el calor de su hogar.
Llega a la calle con una mezcla de curiosidad y miedo. Pisa la nieve y resbala levemente, lo que la hace sonreír. Decide tentar a la suerte, coge carrerilla y se desliza sobre la suela de sus botas. Le resulta tan divertido que no puede parar de repetirlo y de reír como una niña. Nota el frío en su nariz y sus mejillas, pero a pesar de ello tiene una sensación liberadora. Decide disfrutar de la nieve con todos sus sentidos, la prueba, la hace crujir golpeándola con el puño, coge un puñado y observa su textura…, y por fin se decide, se quita los guantes y la toca con sus manos desnudas, hace una bola y la tira con fuerza contra el tronco de un árbol, ríe divertida al ver cómo la bola queda pegada. Siente un frío intenso en las manos y se vuelve a poner los guantes. Da un pequeño paseo para ver cómo es su barrio de adopción con su nuevo aspecto. Todo le parece nuevo, excitante y divertido, todo es distinto, a pesar de permanecer todo en el mismo lugar la ciudad no parece tan sucia .
Vuelve a casa, se pone cómoda y se prepara un café calentito, mientras lo disfruta vuelve su mirada melancólica a la ventana. Se ha llenado de sensaciones y experiencias nuevas. Sobre todo se ha llenado de la felicidad de las cosas sencillas.

Eduardo Martínez Sotillos

viernes, 26 de abril de 2013

Delirio onírico


Soñó con sus manos de sarmiento. Aquel delirio onírico era tan real que visualizó sin vacilaciones todos sus nudos, estribaciones… Estaba convencida de que, si pudiera tocar, sentiría el pulso latente, ralentizado, fluyendo paulatinamente más despacio. El devenir del tiempo era un proceso que no admitía interrupción. Inexorabilidad por antonomasia. Incluso recordó aquello que tantas veces había escuchado, ese comentario insidioso que nunca antes le concerniera y por el que jamás se había sentido aludida: “aquí lo que necesitamos es savia nueva”. Era un comentario lacerante, formulado desde el más absoluto desconocimiento, como si a la vida se le pudiera poner una fecha de prescripción de antemano y, transcurrido ese plazo predeterminado, ya sólo quedase el recurso de aguardar la llegada del desenlace. ¿Por qué siempre se hablaba con perífrasis y eufemismos para referirse a ciertos temas? Pero todos pecaban de lo mismo, ella la primera. Era más sencillo recurrir a la prosopopeya que llamarle al pan, pan y al vino, vino.  “Hay viejos jóvenes y jóvenes viejos” –pensó-. Por más que lo intentase, no alcanzaba a discernir por qué era tan importante la cronología, por qué todos le conferían tanta importancia, ¿acaso nadie tenía en cuenta la procedencia de la estirpe? Sus predecesores fueron longevos, nada hacía presagiar que el suyo fuese un caso diferente. Pero no tenía sentido bregar contra la corriente. Lo que era, era y, todo esfuerzo por tratar de cambiarlo, sería vano.
Despertó y vio sus manos de sarmiento. Las imaginó centenarias, cincuenta años más tarde, y sintió alivio:
“De buena vid, mejor vino”

Mónica Rodríguez

jueves, 25 de abril de 2013

La madre de las matemáticas


La Sra. X es enorme, casi tremenda, casi planetaria, diríase que casi es un agujero negro. Pero no es de extrañar, teniendo en cuenta que tiene la misma cantidad ingente de hijos que los decimales del número Pi. Y es que la maternidad siempre ha sido cosa de matemáticas para ella. La Sra., llamémosla ahora Pi, siempre ha tenido afán de notoriedad, por eso, pensó que teniendo una descendencia elevada también se elevarían las posibilidades de tener algún vástago notable o incluso, hasta sobresaliente. Tal vez, por ejemplo, alguna de sus hijas fuera la primera mujer en el mundo que quisiera ser padre y no madre como ella.
Pero no todo son ventajas. Una turbamulta semejante de hijos también trae asociados sus inconvenientes. Y es que a veces la Sra., llámese  Y, no reconoce a todos sus retoños, sobre todo a los de en medio, porque se le olvidan sus caras y sus correspondientes cifras. Y claro siendo así, los relega a la condición de huérfanos momentáneos. Al menos mientras va en busca del teléfono para llamar a un Asistente Social cualquiera para que se ocupe del tema. Y es que ya se sabe que a la hora de ayudar  cualquiera viene bien. Pero para fortuna de los hijos olvidados, mientras busca el teléfono  entre tanto niño, a la Sra. llámese A, se le olvida qué es lo que buscaba y todo sigue como siempre.
Lo más entretenido del día es sacar a toda la colonia de niños a merendar al parque. Por eso, la Sra. llámese B, alquila un autobús de dos plantas y amontona  metódicamente por colores a sus críos. Y también alquila un tráiler para trasladar las meriendas de sus vástagos.  Si algún niño pierde la merienda a manos de otro hermano más glotón, puede darse por desnutrido porque en la colonia nunca se repite. Y si alguno pierde un zapato puede darse por descalzo. En alguna ocasión, algún biólogo novato, a lo lejos, ha creído estar vislumbrando una colonia de pingüinos en pleno corazón de la ciudad, hasta que al acercarse raudo y veloz para investigar,  escucha hablar a la Sra. Pi, haciendo que se esfume su delirio. Y es que ya se sabe que es sospechoso que un pingüino adulto hable.
En la colonia la vida es complicada, pero la Sra.,  llámese C, siempre encuentra una solución. Cose en las ropas de sus niños el número al que corresponden y los acuesta por orden. Y si alguna vez sobra alguno, porque algún niño ajeno se ha colado en la colonia y ha sido dado por perdido por sus padres, pues la Sra., llámese D, le cose un número negativo y las cuentas siempre cuadran. Y es que aunque la Sra., llámese E, siempre quiso estudiar letras, este año ha sido propuesta para un Nobel, no por ser la madre más prolífica del mundo, sino por su capacidad innata para las matemáticas.

Yo, dícese X.

miércoles, 24 de abril de 2013

Varias prostitutas evitan un robo en un burdel 'atacando' al ladrón con consoladores


EL MUNDO, 17 de abril de 2013

Bélgica es ese pequeño país al norte de Europa donde cada cierto tiempo ocurren hechos insólitos e historias disparatadas que cuestan creer. Es el lugar donde un ladrón es robado por otro ladrón y acude a la Policía a denunciarle. O donde una mujer recorre más de 1.300 kilómetros desde su pueblo, al sur del país, hasta Zagreb cuando en realidad sólo quería ir a Bruselas (a escasos 70 kilómetros) para recoger a un familiar.

A esa lista de peculiares sucesos se suma desde hoy otro incidente ocurrido en Tournai, una localidad situada en la región de Valonia, a 85 kilómetros de la capital. Un hombre armado con un cuchillo entró esta mañana en un burdel situado en la avenida de Maire, a las afueras de la ciudad, con la intención de robar el dinero que había en la caja.

La reacción inicial de las prostitutas fue la de esconderse en la parte trasera del local, pero antes de que el ladrón consiguiera hacerse con el botín, echaron a mano de todo lo que tenían a su alcance para impedir el atraco. Según la prensa local, las mujeres utilizaron consoladores para golpear al individuo, que finalmente huyó del burdel con apenas 30 euros, tal y como relata la web 'lavenir.net'.

El prostíbulo es propiedad de Dominique Alderweireld, conocido como Dodo, un proxeneta francés con negocios en Bruselas que presuntamente proveía de prostitutas al ex director gerente del FMI, Dominique Strauss-Kahn. Según el 'Daily Mail', este empresario, de 63 años, también ha sido acusado de enviar una prostituta directamente al despacho de Strauss-Kahn en Washington y organizar orgías para el ex político francés en varias ciudades.


Si es que los hay bobos de solemnidad. Y un hurra por las meretrices guardianas.

Finales felices I


Cuando ella despertó; el príncipe ya no estaba allí.

Aresh

martes, 23 de abril de 2013

Welcome to Panama!


Welcome to Panama!”, me grita sonriente la muchacha de la recepción. La miro e intento encontrar en mi cerebro totalmente abotargado tras más de veinte horas de viaje las palabras adecuadas a tan entusiástico saludo, lamentablemente “¿ein?” es todo lo que se me ocurre. “Bienvenida a Panamá”.  Me dice esta vez menos sonriente. No le ha debido hacer mucha gracia tener que recurrir al idioma de Cervantes, qué falta de glamour el mío, pero estoy demasiado cansada como para hacer esfuerzos comunicativos en otro idioma. “¿Primera vez en Panamá?”, me pregunta recuperando su sonrisa deslumbrante. “Sí, sí, primera vez, desde luego.” “¿Placer o Negocios?”, ni una ni otra, le contesto, “¿ein?”, me dice ella. Estamos empatadas, y con la satisfacción de haber marcado un tanto sacudo la cabeza misteriosa, no importa, no importa. La muchacha a duras penas logra recomponerse de este segundo golpe, estoy acabando con sus recursos. “A petición de su oficina señora le hemos reservado la última habitación con vistas; desde su ventana se puede ver el canal, puede usted asomarse y ver pasar los barcos, escuchar sus sirenas, e incluso podrá ver el paso del expreso de Panamá que, dos veces al día, one in the morning y otra en la tarde, recorre nuestro beautiful país del Caribe hasta el Pacífico”. En mi cabeza se enciende la alarma de peligro ¿barcos?, ¿sirenas?, ¿trenes de madrugada? “No, gracias señorita, preferiría que me dieran una habitación que diera al otro lado, a las montañas.” Cara de estupor absoluto. “¿No quiere habitación con vistas al canal?” “No, señorita, no quiero, muchas gracias.” He debido cometer sin saberlo el mayor insulto posible en este pequeño país, despreciar el orgullo nacional, el famoso, famosísimo pero ruidosísimo Canal de Panamá. Casi me dan ganas de arrepentirme y aceptar con entusiasmo la habitación con vistas, pero la perspectiva de una semana despertándome al ritmo de las sirenas y de los gritos de los marineros me obliga a permanecer firme en mi decisión aún a riesgo de que esta muchacha me coloque vengativamente en el cuarto de las lavadoras. Intento una estratagema alternativa; “es que sufro de mareos crónicos, ¿sabe usted? Y sólo de ver los barcos me mareo cosa mala.” La chica me mira sin mucho convencimiento pero no puede hacer nada ante semejante argumento de peso así que me da una habitación sin vistas pero desde la que, asomándome a la ventana, puedo ver kilómetros y kilómetros de árboles y plantas de un verde que parece de cuento, y que me hace imaginar aventuras de exploradores y paraísos perdidos. A pesar del calor me duermo con la ventana abierta, si la muchacha de la recepción supiera que, además, he desenchufado el modernísimo y potentísimo aparato de aire acondicionado seguro que mandaba llamar a los loqueros o a inmigración para que me expulsaran del país de una patada en el culo, por ingrata. Pero ella no lo sabe así que me duermo con el ruido de misteriosos pájaros de fondo y pensando en el afortunado huésped al que le habrán dado mi habitación, la última habitación disponible con vistas al canal. Welcome to Panama.

Ángela Millán Fernández

Martes, 23 de abril

"Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora."

Proverbio hindú



lunes, 22 de abril de 2013

Imagínate


Hacía una mañana estupenda. El Sol brillaba sobre el mar y la brisa era tenue y placentera. Juan leía el periódico sentado en la terraza del bar “Capricho”, desde donde apreciaba unas vistas magnificas de la costa. Café con leche y tostadas, un clásico. Cada domingo quedaba con su amigo Alberto para desayunar juntos, era como una tradición para ellos. A pesar de Juan, también era tradición que Alberto llegase tarde. Aunque el desayuno se enfriaba, decidió no probar bocado hasta que llegase su amigo, que, en ese preciso momento, lo andaba buscando a escasos metros entre el resto de  mesas llenas de turistas. Cuando al fin lo localizó se sentó a su lado.
-¿A mí no me has pedido nada?
-Por supuesto, –respondió  Juan- esto es para ti, mi desayuno lo pediré ahora. No te hará falta soplar al café, créeme. –dijo mientras aproximaba el desayuno a su amigo.
-Supongo que me lo merezco. –aceptó Alberto con una sonrisa.
Ambos habían sido compañeros de trabajo durante muchos años y ahora estaban jubilados. Juan llevaba puestas unas gafas de lectura y sostenía un periódico entre sus manos cuando preguntó:
-¿Te has enterado del experimento de los suizos?
-¿El de la máquina esa que va tan rápida? –se detuvo y tras observar como Juan asentía continuó- Si, algo vi anoche en las noticias.
-“El LHC, más conocido como acelerador de partículas, consiguió recrear anoche en un laboratorio suizo las condiciones del Big Bang”. –leyó Juan.
- ¿Y? – preguntó distraído mientras contemplaba a turistas en biquini tras sus gafas de sol.
-Y me he puesto a pensar. Imagínate que en esa máquina se ha creado un nuevo universo con sus planetas microscópicos, sus soles diminutos y  sus galaxias minúsculas. ¿Por qué no podría surgir vida en ese universo confinado dentro de esa máquina?
-No sé cómo será esa máquina de grande, pero dudo que quepa un universo entero en ella.
-Imagínate un universo como el nuestro pero a una escala muchísimo más pequeña, microscópica quizás. Si esto es así, teóricamente, hay posibilidades de que florezca vida.
-Bueno, sobre el papel puede que sí, pero, ¿qué quieres decirme con todo esto?
-Ahora imagínate que existe una raza extraterrestre más avanzada que nosotros. Lo más probable, es que también hayan conseguido recrear las condiciones del Big Bang en una máquina alienígena.
-Juan, ¿A dónde quieres llegar? –balbuceó Alberto mientras masticaba una tostada.
-¿Y si todo esto, todo lo que nos rodea, nuestro universo y nuestras vidas, fueron creados en esa máquina eléctrica? ¿Y si somos el experimento de una raza superior de un universo paralelo?
-Pues… solo espero que no se retrasen con el recibo de la luz.

Pablo Martínez Serrano

domingo, 21 de abril de 2013

El sabor de un buen café


Con un exceso de hormonas en la piel, miro el café recién preparado sin mucho entusiasmo y una sola mirada fugaz me obliga a percatarme de que el color carbón que inunda el cristal es excesivo. Triste, decido ponerle solución vertiendo un poco de esta mezcla venenosa por el desagüe y añadiendo un poco de leche a la disolución. Mientras lo hago, consigo darme cuenta de que ya es tarde. El café ya lo había manchado todo con su sutil desliz por la cuchara que lleva mi nombre. Ya estaba impregnado en cada hueco de aquél enlace químico, ya nada podía hacer, y lo hecho... solo ha llevado a que a simple vista, el color sea algo más tenue, pero el sabor... el sabor del café es difícil de quitar...

Patricia Moreno Luna
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