viernes, 31 de enero de 2014

El largo camino hasta el dormitorio

Mientras camina hasta el dormitorio, siente que el pasillo se ha ido alargando y que la bandeja pesa  cada día más.
Pero no, está como siempre: al lado izquierdo el platillo con la servilleta doblada en cuatro, el pan, la cuchara, el tenedor y el cuchillo. El vaso de agua en la esquina opuesta frente a su mano derecha por si intenta tomarlo y así evitar que lo derrame. Cuando eso ocurre le tiene que cambiar el pijama, pero antes lo entibia con la plancha porque el frío en la espalda lo hace estornudar de inmediato, y entonces en vez de agua tiene que hacer limonada. No muy caliente eso sí, porque una vez se quemó los dedos y la derramó, por eso aparte del pijama a veces además tiene que cambiar las sábanas.
Antes le pasaba el vaso en la mano, pero un día le gritó que él era capaz de hacerlo solo. Nunca pudo olvidar ese grito y su mirada. Por eso tiene el cuidado de dejárselo justo al alcance de su mano. Primero fue para qué él lo tomara con mayor facilidad y no se sintiera mortificado frente a ella, pero ahora tiene que reconocer que lo hace para no tener que trabajar de más.
Continúa por ese pasillo que ha recorrido tantas veces, pero ya no quiere que se acabe el camino. No quiere traspasar la puerta de ese  dormitorio que una vez también fue suyo y donde ahora está postrado, para no tener que mirarle sus ojos agradecidos cuando la vea entrar con la bandeja y dejarla al costado de la cama frente a donde ella se sienta una y otra vez a darle la sopa y a cortarle la carne, mientras le cuenta que la buganvilia y los helechos necesitan riego. No quiere volver a entrar a ese cuarto para evitarle que le vea la culpa por haberse puesto a pensar que un día, cualquier día, simplemente dejará de llevarle la bandeja y que la buganvilia y los helechos se secarán definitivamente.


Cecilia Guiraldes Camerati  

jueves, 30 de enero de 2014

Déjeme pensar

¡Déjeme pensar, algo debo tener para decir! Bien sabe mi público todo, que no soy un hombre que suele quedarse sin palabras, aunque en este preciso instante pareciera que sí, que estoy dando un rodeo de escapatoria para hablar sin estar hablando de nada. Mis  enemigos (que son muchos) se apresurarán a decir que yo nunca digo nada, que siempre doy vueltas, que no sé lo que escribo, que voy pensando sobre la marcha. Yo que, desde luego, soy mi enemigo número uno, adhiero a esa postura. Pero hay un momento, de lunes a viernes entre las 14 y las 15 horas, donde usted encontrará que ese ser malparido desaparece, se queda haciendo la digestión y aflora otro, quizás peor, que demuestra que en realidad soy un señor muy cool que todo lo que dice es interesante y que si escribo es porque hay mucha gente ávida de leerme. El problema radica en que acaba de pasar la hora señalada, y el otro, el de siempre, vuelve de la sobremesa y lo hace con fuerzas cafeinísticas renovadas, con argumentos abrumadores que aplacan al tipo confiado de anteojos negros, lo tiran contra el piso y lo hunden en los confines mismos de la nada. En ese preciso instante es que se demuestra lo que siempre digo: que leyéndome usted no hizo más que perder el tiempo.


Murdock

martes, 28 de enero de 2014

El sonido de la gaita

El sonido embriagador de la gaita la atrapó y se sintió como una cobra reptando hacia él, al dar vuelta en la esquina empedrada lo vio, de inmediato recordó la película de Corazón Valiente, el torso desnudo, cubierto parcialmente de vello dorado, los músculos marcados, la piel originalmente blanca con un sugestivo bronceado, lasernas delgadas pero musculosas que a pesar de la falda no se veían ridículas, la gaita en las manos y los cachetes que inflados producían la hipnotizante melodía, rizos dorados le caían por el pecho, la cara de líneas rectas y los ojos miel enmarcados en cejas castañas, la miró y ella sin saber por qué sintió que se le helaba la sangre a pesar del calor del verano.
Tocaba sin quitarle los ojos de encima, los turistas se acercaban y le dejaban monedas en la mochila de cuero que muy abierta en el piso mostraba con descaro su interior con el recogido del día, lo pensó un instante, ¿debía acercarse y dar su aporte? Era lo que todas las personas hacían, pero le pareció que era un gesto ofensivo, vulgar, él seguía mirándola, la mano dentro de su bolsillo escarbó discretamente hasta detectar un billete, pero no sabía de cuanto era y trató de recordar que había puesto ahí en la mañana, era uno de veinte, si, de la mesita tomó el de veinte y otro de cinco, pero no podía darle todo eso, y monedas no tenía.
Terminó lo que estaba tocando, bajó la gaita que se desparramó en el piso al lado de la mochila, entonces con sus extraños botines de cuero caminó hacia ella que sentía que las piernas le temblaban, estiró su mano, ella la tomó, la llevó hasta un pequeño muro de piedras y la soltó ahí, ella se sentó como un autómata, entonces él regresó a su lugar, recogió la gaita y tocó de nuevo, son sus notas la enredó y ella envenenada por la melodía se dejó envolver. Se había equivocado, no era una cobra cayendo en el embrujo, era un mosquito enredado en una red, a punto de ser devorado.


Margarita Arenas Salcedo

domingo, 26 de enero de 2014

Los pastores

     Existe la falsa creencia de que los pastores son gente ruda, poco sociable e inculta. No hay más que tratarse un poco con ellos para darse cuenta de todo lo contrario.

     El hecho de moverte mucho por la montaña o por el ámbito rural, hace que te encuentres con cierta frecuencia con algunos. Siempre es un placer saludarles y mantener conversación con ellos, y puedo decir, sin ningún género de duda, que con pocas personas aprendo más. Para los que amamos la naturaleza y el mundo rural son los profesores idóneos.

     Todo lo que te rodea en el campo o la montaña, tiene un nombre o una explicación para el pastor: las flores, los árboles, los arbustos, las montañas, los valles, los ríos... Serían unos estupendos biólogos.

     Tienen gran conocimiento sobre la fauna de la zona por donde se mueven con sus rebaños: los corzos, los zorros, los conejos, las liebres, las perdices, etc., por qué zonas están, qué costumbres tienen, a dónde van a comer o a beber...

     También son buenos meteorólogos. La experiencia que les da el pasar tantas horas en el monte les hace saber predecir cuándo viene tormenta, si va a llover o nevar, etc.

     Y qué decir sobre la ganadería, que al fin y al cabo es su profesión. La cantidad de cosas que te cuentan sobre las cabras, las ovejas, las vacas, los cerdos...

     Recuerdo los buenos momentos que he pasado con pastores que me encontré al hacer sederismo por la montaña, compartiendo charla y comida con ellos, y aprendiendo de sus muchos conocimientos.

     Siempre es una agradable sorpresa toparme con un pastor. Ellos, en su soledad en el campo, agradecen la compañía y la conversación, y para mí es un honor departir con gente que tanto respeto y admiración me produce, y de la que tanto aprendo.

     Un saludo para todos, y en esta ocasión, de manera muy especial, para los pastores.

EL RURAL
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