sábado, 5 de octubre de 2013

Muñeco de nieve


Quizás,  pudo más el fin del invierno cuando le arrancó los ojos de un tirón.


El pequeño vigía

Esencia femenina

Era una mujer alta, dotada de un encanto singular, hecha de engañosos contrastes. Medio flor, medio roca. Su belleza hubiera podido hacer de ella, la musa de un pintor.
Ella y sus caderas, finamente trabajadas por algún escultor que con tanto mimo hizo aquella obra personificada, se refugiaban en su ventana mirando a los astros como si de héroes se trataran. Su belleza eclipsaba a la Luna y al Sol lo intimidaba. Las Estrellas la miraban de reojo y disimulaban para no levantar sospechas, puesto que la Luna estaba presente.
 Era tal su belleza, que hasta el más loco de su barrio, habría pensado que se trababa de una musa que nunca llegó a ser de ningún artista… libre y sin prejuicios. Ella y tan solo ella sabía que era dueña de sí misma.


Sara Snezha Pozo Rodríguez

viernes, 4 de octubre de 2013

Es la hora

-Tenemos que hablar, dije a mi mujer. Esto no puede seguir así, añadí.-- No puedo estar más de acuerdo, concluyó ella.—Hay que decírselo, insistí.—A ti te hará más caso, dijo. Coméntaselo tú. –Creo que mejor los dos, animé.- La madre de mis hijos hizo un gesto como de absorber aire a la vez que asentía con la cabeza. Fuimos hacia donde estaba él, lógicamente, sólo tenía tiempo para sí mismo, indiferente por completo a nuestra aflicción. Toda su soberbia actitud hacía tambalear nuestra unión. Tumbado en nuestra cama lo encontramos. Como pude lo cogí y lo arrastré hasta la sala de estar. ¡Menudas palabras íbamos a tener!. Todas las partes implicadas tomamos asiento. Mi mujer enfrente de mí. –No puedes seguir así, le recriminé.- Mi querida esposa apretó un puño, creo yo de la crispación que contenía. –Caminas sin sentido por la vida, sentencié.--Eso, dijo ella.-Él permanecía mudo, quizá acechante, a la espera de quien sabe qué.-¡Cambia tu actitud por lo que más quieras!, imploré.—Cambia, cambia, graznó mi esposa.—No puedes seguir molestando a la gente, como tú lo haces, no puedes, ¡no debes!.- El despertador permanecía igual de callado que desde el momento en que fatalmente nos levantó.-Atormentas a...nosotros, a los niños, enumeré, a los vecinos...¡y tan temprano!, ¡resulta incomprensible además de horrible!—Sí, horrible, añadió la esposa.--¿Acaso no te importamos?, pregunté, ¿te da igual nuestro descanso?, ¿que durmamos o no?, ¿que lloremos o riamos?.- Mi señora, lógicamente, quizá por mi efusivo dramatismo, quizá por la frialdad de esa maquinaria que consumía nuestros días, comenzó a sollozar dolientemente. -¡Qué malos días pasamos por tu culpa!.—Has de cambiar, otros lo han hecho: uno que tenía de niño, cambió su desagradable sonido metálico por una gozosa armonía de cascabeles, otro, ya de soltero, se trasmutó, quizá evolucionó, de su particular sonido a una cibernética mancha de luz que se esparcía silenciosamente por todo el techo del dormitorio. ¿Por qué tú vas a ser diferente?, ¿por qué no vas a cambiar si te lo propones?. Todo resulta mudable, también tu condición. Si quieres, puedes.--¡Dinos algo!, amenazó la voz femenina de mi convivencia, ¡dame algo que me impida estrellarte contra la pared o quitarte las pilas de una vez para siempre!.- Al fin, emocionados nosotros, el dulce matrimonio, vimos un gesto de nuestro querido despertador, percibimos la levedad de una cruel mueca, para nosotros aliento y esperanza, ¡vida tras la pantalla!, ¿un movimiento?. Fue un espejismo, imaginamos, deliramos que el inquietante reloj avisador nos tranquilizaba con las siguientes palabras: -No os preocupéis, no voy a despertaros más.


Haragán de hecho

El beso

Se cree que vino de un sueño. Cuentan que cuando Klimt concibió la idea del cuadro, tuvo un pésimo día consecuencia de la noche de perros que había pasado.
Bertha supo que hoy su empleador tendría esa mirada; y esos huesos en la cara. Hoy habría más notitas.
Nunca supo qué decían. Solo que eran muchas, que él las escribía con ojos de lejos mientras pintaba, y que se las metía en los bolsillos.
Imposible descifrar su genio, pero puede que las notitas ayuden. Quizás, conociendo su estilo, su técnica, su personalidad y los avatares de sus días, se pueda trazar una especie de mapa mental y analizar la espléndida divagación; esa sinapsis exquisita.
Nada se perdía intentándolo.
Una vez, mientras pintaba El Beso, dejó olvidada una pequeña nota doblada sobre su silla de siempre. Algo inusual en él.
Por fin. El genio revelado.
Decía, más o menos:
-leche
-pan
-huevos
-dentista
-despedir a Bertha
-sal.


Diego Martín Píriz González

jueves, 3 de octubre de 2013

Letras, Miedo y Sangre

Por fin está todo en calma, por fin la noche que esperaba ha llegado, por fin el caudal de palabras brotará, pero hay un problema, aunque las condiciones son las correctas las palabras no llegan, es como si algo evitara que estas salieran de mí, no puedo creer, tanto que había esperado, tanto que hice para que ahora no pase nada.
Será que me falta inspiración, no lo creo, si fuera eso, ya no estaría aquí despierto, no, debe ser el miedo a ser descubierto, que igual que cualquier otro miedo te congela y detiene, pero también te indica que debes continuar y lograr tu cometido, luchar y vencer, qué es lo que haré, dejaré este miedo y escribiré como si nunca en mi vida lo volviera a hacer, ahora si surgen las palabras y bajo el tic-tac del reloj de pared se va formando la primera página de una gran historia.
El olor a tinta me indica que estoy haciendo bien mi trabajo, de repente un ruido procedente de la calle me deja frio, no es un fantasma, no es una persona, solo es el ruido de un disparo en la calle.
Reviso mi reloj y veo como el tiempo ha pasado, debo continuar pero otra vez el miedo me detiene. Por qué miedo, por qué te ensañas conmigo esta noche, por qué no buscas otro día o incluso a otra persona.
Veo la vela que me ilumina y noto la gran diferencia que tiene como cuando la encendí, el parar de escribir me hace notar el frio que hay en el ambiente, buscaré unos calcetines para ponerme.
Ya de nuevo en esta improvisada mesa, no siento el frio, pero noto que las palabras regresan a mí y esta vez parece que no van a parar porque vienen acompañadas de mi sangre.


Duvan Andrey Sánchez Rodríguez

Sin poder acabar

Sobre el papel se desliza una pluma. Ris, ras. El reloj de carillón pone el ritmo y la cadencia. La medida del tiempo corre veloz, lo sé y lo siento, mi pluma se mueve. ¿O es la hoja? Dentro de unos minutos será un rato, dentro de unos cuartos será un momento. La tinta mancha el espacio vacío a golpes de tic, tac. Sigo garabateando para matar al irreducible tiempo: con líneas inclinadas, con los dedos erguidos de palabras y la cabeza oscura por defecto, esperando unos párrafos rectos que digan alguna cosa.
Oscurece.
La luz de la lámpara oscila sobre la mesa de madera. La sombra de la pluma se alarga, crece, se esconde en la penumbra, camina hasta que muere ahogada por la luminosidad del día.
No desisto.
Los estrechos segundos rechinan en los tubos de campanillas. Ding, Dong. Las sombras de las palabras esbozadas juegan con la batuta de la pluma, las notas se arraciman en el pentagrama de las líneas. Los sonidos recorren las telarañas que prenden de las esquinas de la hoja. Las letras palidecen, se difuminan en el papel arrugado. Los párpados me duelen. La extraña música suena desde el atril escondido en la eternidad. Cierro los ojos y vuelvo al principio sin saber si siguen las ideas.
Medito.
Con un cigarrillo en los labios. Muevo las varillas de las cortinas. La brisa desperdiga la ceniza. La pluma se atasca entre escombros. Doblo la hoja, un pliegue, dos, ¡zis, zas! Y vuela en picado hasta la papelera junto a más pensamientos esquivos.


Eugenio Barragán Fuentes

miércoles, 2 de octubre de 2013

Estampa al óleo

La vi aparecer en la ventana del dormitorio.
Esa cara de cabellos negros  y labios desprolijamente pintados de rojo se grabó nítidamente en mi  vívida  memoria de adolescente. Me quedé turbada mirándola con una mezcla de fascinación y miedo. La larga cabellera caía  sobre los hombros y la boca se convulsionaba en pequeños movimientos a medida que emitía unas entrecortadas palabras.  Se…se…señorita  me parecía escucharle decir  cuando me apuntaba con su índice huesudo . Me recordaba  aquella  otra mano que empuñaba la manzana en el cuento de Blancanieves,  de niña me gustaba mirarlo y me   asombraba  con la imagen de la vieja hechicera  que seducía a la joven  ofreciéndole la manzana reluciente.   La figura sombría del otro lado del vidrio parecía ese personaje siniestro  cuyo poder era tal que habiendo burlado los límites de la ficción literaria, se había paseado por las calles del barrio y atraído quizás por la curiosidad se había detenido frente a mi casa.
Fantaseando con los posibles orígenes del personaje, se me ocurrió pensar que también podría haberse escapado de un cuadro sin autorización del pintor y añorando volver a él se hubiera acercado a la ventana para sentir nuevamente los contornos del marco en su semblante.
Quizás  los contornos del marco fueran necesarios para contener  la locura expresada en su rostro y la paleta del pintor indispensable para darle reconocimiento.
El rojo y el negro estaban en una combinación perfecta: negro el pelo, los ojos, rojo los labios las uñas, el cuello del  vestido.  Su locura se esbozaba en la luminosidad extraviada de los ojos, y en los brochazos que el pintor había dado en su boca.
Señorita, señorita… continuaba gritándome  con más insistencia, y al ver que su llamado no era respondido, descargó su furia contra los  cristales que cayeron en una llovizna de fragmentados sonidos confundidos  con sus quejidos.
Se estaba  observando las manos, de sus dedos brotaban pequeñas gotas  de sangre provenientes de los cortes y su mirada alucinada no comprendía el por qué .
 El pintor estaba terminando su cuadro con sutiles toques de pintura roja sobre la blancura de las manos, a lo lejos se oía la sirena de un patrullero.
No opuso resistencia al subir al coche policial, sus manos cubiertas por una sábana  blanca le anticipaban su próximo destino: tendría que dejar el cuadro, allí su alienación estaba a la vista de todos, mejor  era volver al hospital y no vagar por las calles escandalizando a los cuerdos transeúntes.


Lavanda

Silencio

Hola. ¿Ha pasado mucho tiempo no crees? Hace demasiado que no te sientas a escucharme. A mí, que lo he hecho todo por ti. Estuve a tu entera disposición desde que empezaste a existir. Dándolo todo por ti. Daba mi vida… Sí, no me mires así. Di mi vida por ti. Por ti y por tus hermanos. Por todos ellos. ¿Cómo me lo habéis pagado? Actuando como si no existiera. Ya no soy nada para vosotros. Ahora os necesito y no me tendéis la mano. No me prestáis ayuda. Todo a mi alrededor se muere. ¿Cómo que mire el lado positivo? ¿Qué en el fondo estoy haciendo un bien dándotelo todo? No, hijo. No. Te equivocas. Está claro que no recibiste la educación necesaria. Porque nadie te enseñó a respetarme. Me has golpeado. Utilizado. Destrozado. Y aún venías pidiendo más. Tonta de mí que te lo daba… A estas alturas ya no sé quién actuó peor, si yo o vosotros, hijos míos. Ojalá todo fuera como hace unos años… ¿Qué cuántos? No lo sé, hijo, soy muy mayor, he perdido la cuenta… ¿Por dónde iba? Ah, sí, que ojalá fuera todo como antes. Me amabais. Tú y todos tus hermanos. Era lo más importante para vosotros, y me cuidabais. Me protegíais y después me utilizabais. Eso siempre lo habéis hecho…. pero antes por lo menos me lo devolvíais. Ahora me siento muy sola…
Antes me llamabais Madre, ahora me ignoráis. Antes escuchabais mi dolor, ahora hacéis oídos sordos ante él. Toda queja os parece peregrina. Muy bien, a ver qué hacéis sin mi ayuda. ¿Qué, que no me oyes? No te preocupes, hijo, a partir de ahora yo tampoco os oiré. Antes me llamabais Madre. Después me llamasteis Tierra. Ahora me llamaréis Silencio.


Alejandro Marín Ibáñez

martes, 1 de octubre de 2013

Sexso


Hoy, a mis 50 años, he gozado el primer gatillazo. Ha sido un día sublime. La paz es posible.

Manuel García-Fogedas Fernández-Infantes

El Principito

Siempre había pensado que llevar al perro a pasear por las aceras de la ciudad es una de las cosas más absurdas que una persona puede hacer por un animal. Aunque errores más absurdos aún se cometen por un semejante. Como prometer fidelidad de por vida.
Aprendió a vivir con esas normas no escritas. Había sacado a pasear a más de un perro por el asfalto y ya no le costaba decir mentiras piadosas, para no herir al prójimo. Se acostumbró a la música alta, a llevar calcetines negros, a opinar sobre el tema político del momento, a comentar la serie de moda y el último clásico de la Liga. Cuando salía a cenar bebía siempre un poco de más y procuraba hablar de menos.
Digamos que se había acostumbrado a conducir por el lado derecho de la vida, pese a seguir siendo zurdo. Pequeñas concesiones necesarias para integrarse. Tal vez el error fue de Rousseau, que creía en el hombre bueno por naturaleza y el contrato social.
Ahora, a sus 50 años, este buen hombre tiene éxito, es querido por amigos y familiares, respetado en su trabajo y ha dejado, definitivamente, de fumar. Tiene una novia que no es guapa, sino interesante, y una ex mujer con la que no se habla. Su coche es un descapotable, por fin, y su vivienda, un piso en las afueras que sigue a medio amueblar.
No tiene perro. Porque está dispuesto a fingir y a mentir, pero no soporta que alguien, aunque sea del reino animal, dependa de él. Ni siquiera tiene plantas en casa, cuando llegan las vacaciones solo tira lo perecedero de la nevera y se va. Vive feliz, no sufrió la crisis de los 40 y la crisis económica le ha pillado con trabajo asegurado.
Pero un día, que no era su cumpleaños, ni fin de semana, ni el inicio de la primavera, desapareció. Tardaron en darse cuenta de que ya no estaba. En el trabajo, pensaron que estaba enfermo, después surgió cierta alarma, su novia se preocupó y llamó a su familia y a Mario, su mejor amigo. Al tercer día, lo dieron oficialmente por desaparecido.
Hay quien piensa que está muerto, por accidente o por voluntad propia. No se llevó dinero, ni ropa, ni las cosas que más apreciaba. Su móvil estaba en casa, como si lo hubiese olvidado al salir a un recado, y había comprado entradas para ir al cine.
Ha pasado el tiempo y nadie sabe qué le ocurrió. Su novia, por mucho que lo piensa, no encuentra ninguna explicación y se teme lo peor. Ni ella, ni Mario, ni nadie lo conocía lo bastante como para saber que sí falta algo de su casa. Un libro que le había acompañado desde pequeño, el que le leía su madre imitando las voces del zorro domesticado, el niño y la rosa.


Kristina Lavrans

lunes, 30 de septiembre de 2013

Historia de un terrorista ambiental fracasado y su daltónico amigo, cuyas muertes absurdas reafirman la teoría del caos y la imprevisibilidad


Trató uno  de matar un búho retorciéndole el pescuezo. Depresión y muerte.  Defecaba el otro con sangre, y no lo notó.


Jorge Emilio Schönfeld

Lágrimas de salvación

La tristeza le desolaba, pero aún así, no consiguió llorar. No comprendía por qué se podía hacer daño a algo tan hermoso.
Buscó ayuda entre sus iguales para evitar la tremenda tragedia que poco a poco iba adquiriendo proporciones descomunales. De nada sirvió, todas decían lo mismo; No podemos hacer nada.
Mientras tanto, miraba impotente desde su atalaya como el bosque se consumía preso de las llamas.
Observó cómo los animales huían despavoridos sin rumbo fijo, solamente con la única idea de escapar de aquel infierno.
Se enojó con el sol. Le suplicó que se marchara, pero éste no le hizo caso. Intentó forzar su llanto, más no consiguió derramar ni una sola lágrima.
Abatida, asistió al espectáculo del cual nunca hubiera querido ser asistente.
De repente, un rayo de esperanza se acerca sobre el lugar. Escuchó ruido de sirenas. Vio a gente organizándose para la batalla y eso la alegró. Más tarde comprobó llena de rabia que en este tipo de guerras, aunque se controle, aunque se extinga, siempre hay un solo vencedor: EL FUEGO.
Pasaron varios días. Aquello que antes era verde y arbolado, ahora era negro y desértico. Donde había vida y cantos de jilgueros, solo quedaba soledad y silencio.
Ella y sus compañeras miraban apenadas en que se había convertido aquel paraje de ensueño. No pudieron controlar la tristeza y todas comenzaron a llorar.
Sobre los restos de madera quemada y cenizas…comenzó a llover.


Domingo Ceborro Fernández

domingo, 29 de septiembre de 2013

La Raya Extremeña 1/3


     Volvemos a Extremadura para hablar de la conocida como "Raya Extremeña", que comprende  toda la zona fronteriza con Portugal, recorriendo pueblos monumentales y hermosos parajes naturales, y pasando por la ciudad de Badajoz, que también tiene su interés.

     Haremos el recorrido de norte a sur, y dejando aparte la zona más al noroeste de la provincia de Cáceres, que habría que incluir más bien en otra ruta por la Sierra de Gata y  Las Urdes.
    
Castillo
Así, fijamos la primera parada de nuestro recorrido en Coria (Cáceres). Es éste un bonito pueblo situado a orillas del río Alagón. Tiene un ayuntamiento con soportales con arcos de medio punto y una magnífica torre-reloj. Enfrente hay un convento donde las monjas venden dulces buenísimos, además de enseñarnos el extraordinario claustro que alberga en su interior.

     No perdernos tampoco la catedral, el castillo con su buena Torre del Homenaje, y algunos restos de muralla con puertas de acceso, además de pasear por sus bonitas calles y plazas, y por el paseo fluvial del río Alagón.
    
    
Plaza Mayor
Nos alejamos ahora un poco de la zona fronteriza para llegar a Garrovillas y asombrarnos con su bellísima plaza mayor, llena de arcos de medio punto o rebajados a dos, e incluso a tres alturas.

     Volviendo de nuevo a "la raya", visitamos ahora Alcántara, con sus estrechas y empinadas calles, cuna de San Pedro de Alcántara, al que se le dedica una imagen en una plaza, y con la preciosa galería del Convento de San Benito, que sirve de escenario para representaciones teatrales.

    
Puente de Alcántara
Pero, sin duda, el monumento que hace famoso a este pueblo es el magnífico puente romano del siglo II que cruza el río Tajo, con sus consistentes pilares. Podemos verlo desde lo alto, en el casco urbano, y después bajar a su altura para observarlo de cerca e incluso recorrerlo.

     Desde aquí nos adentramos en el Parque Natural del Tajo Internacional, que abarca el tramo de río que hace de frontera entre España y Portugal, antes de meterse definitivamente en el país luso. Aquí el curso del río discurre entre frondosas lomas, en un espectáculo visual de gran belleza natural, donde el silencio solo se ve interrumpido por el agradable canto de los pájaros.


P.N. Tajo Internacional
Hay pueblos en esta zona en cuyas cercanías tienen miradores con hermosas vistas sobre el Tajo, además de pequeños embarcaderos para poder practicar deportes náuticos, como en Santiago de Alcántara, Herrera de Alcántara y Cedillo, donde hay una presa.

     Tras recorrer este bello entorno, seguimos la ruta hacia el sur para llegar a Valencia de Alcántara. Imprescindible visitar el barrio gótico-judío de este pueblo, donde hay un gran número de calles estrechas formadas por viviendas encaladas, de dos plantas por lo general, cuyas puertas de entrada estan formadas por arcos ojivales o de medio punto, más de 200 en total.


Arcos ojivales Valencia de Alcántara
Interesante también subir al castillo-baluarte, con muy buenas vistas panorámicas del pueblo y la comarca, sobre todo desde la azotea de la Torre del Homenaje. Al lado, la iglesia de Rocamador, que es preciosa por dentro. El ayuntamiento tiene una buena galería porticada con arcos de medio punto.

      Destacamos también la cantidad de dólmenes que hay por los alrededores, los cuales pueden verse haciendo algunas rutas de senderismo bien señalizadas.

     San Vicente de Alcántara, ya en la provincia de Badajoz, es una localidad de menor interés que Valencia, pero bien merece un paseo por sus calles, y ver la iglesia y el ayuntamiento.

EL RURAL

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