viernes, 19 de julio de 2013

La naranja herida

El destino lo había querido; el destino había decidido que Ángel tuviera que luchar en la guerra en el bando contrario a sus ideas.
Desde entonces sentía en su estómago como un fuerte puño de hierro que casi le impedía respirar.
Su ametralladora apoyada sobre los sacos terreros de la trinchera disparaba sin parar, sobre su gente, sus paisanos, sus hermanos.
Aquél día tuvo una idea.
Estaba situado su puesto en un campo de naranjos. Alcanzó una que tenía a mano de la rama y en un alto al fuego escribió una nota  en un papel fino de liar el tabaco diciendo:
“Hoy saldremos hasta el vecino pueblo y quedará desabastecida esta trinchera podrán tomarlo sin esfuerzo y yo podré pasarme a vuestra zona.
Lo envolvió en un palito de una rama y lo entró con mucho cuidado dentro de la naranja.
El corazón le latía con fuerza, cuando la lanzó por encima de la alambrada. Con la mala suerte que cayó en su mismo campo.
Alguien se dio cuenta, tomó la naranja y examinándola vio que tenía una pequeña raja hecha con una navaja, la abrió y vio la nota, cogió a Ángel y lo llevó delante del capitán.
Ángel fue fusilado.


Pilar Romero Fernández

jueves, 18 de julio de 2013

Hoy te he vuelto a ver

Hoy te he vuelto a ver después de algún tiempo. Te tenía casi abandonada desde el día que descubrí que quizá había otra mejor, ¿o quizá no…?
Me acerco a ti con cautela y cariño. Tu dureza se adivina bajo tu vestido negro, poco a poco te desabrocho la cremallera y con suavidad te despojo del traje que te cubre.
Tu figura sigue como siempre, imponente a pesar del paso del tiempo. Tus formas redondeadas, tu estrecha cintura, tus caderas bien contorneadas, tu cuello largo… Todo me trae recuerdos de momentos pasados, de tardes sin preocupaciones... Mis dedos recorren tu cuerpo y mi propio cuerpo se estremece al admirar tu textura; suave y firme a la vez.
Al tocarte más intensamente tu voz gime levemente. Te tumbo con la cintura sobre mis piernas y mi mano acaricia tu cuello, ese cuello soñado al que tanto echaba de menos sin saberlo. Me detengo en todos tus detalles...
¿Qué espero de ti? No estoy seguro, pero no puedo evitar compararte con la otra: ella es joven y vigorosa, tú eres dulce, suave y resistente; ella es grande, rotunda, de voz fuerte, pero tanto tu cuerpo como tu voz son delicados; ella no tiene apenas cicatrices, pero le falta la templanza que da la experiencia; tus cicatrices demuestran que estás curtida en mil batallas y que librarás otras tantas más. Tú y ella, ella y tú, tan distintas y tan iguales, pasado y presente….
Te pido una locura…: que cantemos juntos. Tu dulce voz suena algo desafinada, pero poco a poco, con paciencia, te consigo templar. Mi mano izquierda forma un acorde tras otro agarrada a tu cuello como un salvavidas y la derecha va enlazando arpegios a los que tan bien les van tus cuerdas de nylon. Cambio de acordes sin ton ni son, sólo por el placer de escucharte, rasgo tus cuerdas de arriba a abajo y de abajo a arriba, ahora pruebo con púa. Toco canciones que tenía medio guardadas en el cajón del olvido, enlazo melodías, recuerdos, sentimientos…, tu voz me acompaña y el tiempo pasa sin pasar…
Hoy te he vuelto a ver y te he vuelto a tocar, mañana tocaré a la otra.


Eduardo Martínez Sotillos
(fotografía del autor)

miércoles, 17 de julio de 2013

El último mohicano

Es la escena final de la película “El último mohicano”. Chingachgook es un tipo íntegro, sobrio, directo. En una historia tan dramática como la vida, la persona que más quiere, Uncas, está amenazada, y va corriendo frenéticamente y a toda velocidad por la montaña con la vista fija en él. Le da igual lo que le venga desde un lado o de otro, porque no tiene otro objetivo que llegar a su lado y ayudarle, y salvarle.
Mientras tanto, cerca va Ojo de Halcón, cargando y disparando carabinas a dos manos, y cubriendo su carrera, para que Chingachgook pueda centrarse solo en lo único importante en ese momento.
Si habéis visto la película, aunque creáis que no, Chingachgook ayuda, y salva a Uncas.
Compañero, tienes trabajo, corre por la montaña a toda velocidad, somos muchos Ojo de Halcón los que te cubrimos.

Mozo con ella

Anochece y la besa a ella en su aposento. Disfruta el sabor de sus labios. Roza a la vez la piel de la muchacha con sus dedos. Acaricia su espalda. La tiene como la quería desde hace mucho tiempo. Sigue lamiendo esa boca de rubores. Ya prenden los placeres. El joven es seductor gozándola. Ahora, la acuesta sobre el lecho. Va adosándola mansamente, siendo blando, decoroso con la novia. Sube él ya las manos, para tocarle los pechos. Los palpa en medio de la penumbra. Allí asiente en su belleza perpleja. Inmediatamente, le larga las prendas, manda lejos su brasier de seda. Acoge en el instante, las rosas extasiadas de esta enamorada, quien es rubia. Y ella ruborizada, se deja encandilar por la velada, porque ansía ser amarecida; creciendo a ardor, relumbra su dolor lascivo.     
Parejo el novio, perdura en excitación. Aún soba los senos de la chica, se los coge con unas ganas tremendas. Vibra él lleno a fogosidad. Más avanza hacia lo excepcional. Decide ya con aquiescencia, bajarle las tangas a su hermosa, Daniela. Entre tiemblos, le quita esas ligas blancas. Al tiempo, la contempla desnuda, abierta en flor, tupida de pétalos dorados. Esto delita a mayor, sus hambres sexuales. Según lo juntos, pasa el joven viril a subirse en la hembra. Su cuerpo se aprieta al de ella. De a poco, va entrando al fondo de su vagina, mojando asimismo sus vellos de néctar.
Y Daniela, gime entre la plácida agitación. A escasas, dice que pasito. El muchacho al comienzo le hace caso, pero después la penetra con rapidez, con fuerza, hasta la sacude a lo vehemente. De estremecimiento, sus cabellos se despelucan. Con furor, ambos se revuelcan sobre la cama. Ellos mueven sus caderas, agitan sus piernas hasta lo delicioso. Mientras, la noche se riega de marlas con polvo de estrellas, lo inmenso en creación.
Así, lo embelesado aumenta su curso. El joven la remece hasta lo impoluto. Hace que el sexo de la mujer se humedezca. El rio corre cada vez con más precipitación entre ellos. A solas, la sube para ponerla a vivenciar la misma eroticidad hasta cuando la libación suya, rebosa y mengua.  
Al cabo de todo el vino, él se desliga de Daniela, suspira bálsamos y respira descansos. Se siente todo satisfecho y por fin, ve que su sexo sangra escarlatas, porque sabe que ha dado primavera a la virginidad de ella, para así madurarla a su bella.


Fedorvelt

martes, 16 de julio de 2013

La explicación

El cardenal cerró la puerta dando un ligero portazo para mostrar su indignación. Sí, ligero, porque aunque por dentro le hirviera la sangre, a sus setenta años no se podía permitir demostraciones de fuerza desorbitadas o tendrían que colocarle de nuevo el hombro.
Eso lo sabía muy bien Joseph, todavía sentado en la butaca, que no pudo contener la risa tras oírlo marchar. La conversación había sido dura, pero a esas alturas ya nada ni nadie podía cambiarle.
Todavía resonaban los pasos alejándose por el gran pasillo cuando el cansado anciano se levantó y abrió uno de sus armarios.
Con sumo cuidado sacó los zapatos y el sombrero rojos y se los puso. Después se miró en el espejo y se sorprendió al sentir una sensación de completa tranquilidad. Después abrió su ordenador portátil y entró en su perfil falso de Facebook. Tenía un mensaje de ella que decía “nadie había hecho esto nunca por mí”.
La verdad es que nunca nadie sabría la verdadera razón de porque lo hacía, solo ellos dos.
Joseph apagó todo, cerró la maleta y los ojos.
Entonces levantó las manos y comenzó a bailar.
- Un, dos, tres…un, dos, tres… - murmuraba en inglés, luego en español, luego en italiano y en los otros siete idiomas que dominaba a la perfección.
La puerta volvió a sonar, esta vez era otro cardenal.
- Eminencia…multitud de feligreses está ocupando la plaza, gritan su nombre y ansían una explicación…
Joseph sonrió, con verdadera felicidad desde hacía muchísimos años.
- Nadie puede explicar el amor – respondió.


Laura Navas Martín

lunes, 15 de julio de 2013

Ocupado lector


Si este cuento no te dice nada es porque estás poniendo, como de costumbre, el mismo nulo interés al leerlo.

Rubén Rojas Yedra
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La siguiente la pago yo por Rick, Diógenes de Sinope y Albert se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.