domingo, 21 de octubre de 2018

ATARDECER EN FINISTERRE 2/2


   Otro día decido también ir al cabo a ver la puesta de sol, pero voy a ir con más antelación, ya que esta vez no lo haré junto a la carretera, que es lo más rápido, sino por el Monte Facho, el alto que separa el pueblo del faro. Desde la parte alta del casco urbano sale una bonita senda ascendiente que discurre entre pinos y eucaliptos, que nos llevará hasta la cima, con sus 238 metros por encima del mar. Distintos conjuntos rocosos que encierran antiguas leyendas, nos sirven de miradores con maravillosas panorámicas hacia todos los lados. Desde aquí vemos con claridad que Finisterre es un istmo cuya parte más estrecha está donde se ubica el pueblo, con sus playas a dos mares: la playa de Langosteira hacia el interior, cuya línea litoral sigue hacia las rías de Corcubión, Muros-Noia y Arosa; y la playa de Mar da Fora que, como su nombre indica, da a mar abierto.

     Por debajo de la cima del Monte Facho vemos distintos caminos y sendas que recorren la zona, unos por entre los bosques y otros que bajan hacia los acantilados. También se encuentra cerca el yacimiento arqueológico de San Guillermo, antigua ermita con mirador.

   Y allá abajo veo la punta del cabo con su faro y sus aparcamientos, los cuales van llenándose ya de vehículos, señal de que la puesta de sol se acerca. Podría verla desde aquí, a mayor altura y con menos bullicio de gente, pero el hecho de contemplarla en el acantilado, junto al mar, rodeado de peregrinos, en el final del camino, en un lugar cargado de tanto simbolismo, me hace bajar hasta allí. Eso sí, me pondré en otra zona que me ofrezca una perspectiva distinta de la del otro día.

   Me sitúo en unas rocas desde las que el islote "O Centolo" quedará alineado con el lugar exacto del horizonte por donde se pone el sol. Además, por suerte, esta tarde hay unas nubes altas que presagian una combinación especial de colores. Y así es. Antes, durante y después de la puesta de sol se forma un hermoso mosaico de colores anaranjados y rojizos de distintas tonalidades reflejados en las nubes. ¡Cuánta belleza! Más esa calma que transmite el agradable sonido del mar, mientras la brisa marina azota suavemente mi rostro. Otra vez esa sensación de bienestar...

     Al día siguiente cojo el barco que lleva desde el puerto de Finisterre hasta el cabo para ver la puesta de sol desde el mar, bajo los acantilados del faro. Hay una ligera calima que se va acentuando cada vez más, contemplando esta vez un atardecer bajo un sol velado, que apenas se deja ver, con escaso colorido, pero envuelto en un encanto y misterio fascinantes. La naturaleza nos sorprende una vez más...




Playa Mar da Fora



Playa de la Langosteira



Puerto de Finisterre



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EL RURAL

domingo, 14 de octubre de 2018

ATARDECER EN FINISTERRE 1/2

     Me encuentro en Finisterre, en la provincia de La Coruña, la antigua "finis terrae", el fin de la tierra conocida hasta que Cristóbal Colón nos sacó de la equivocación. Hoy, como en otros días, he decidido ir a ver la puesta de sol y, aunque se puede ir en coche, voy a acercarme andando desde el pueblo hasta el cabo por el carril peatonal paralelo a la carretera, dos preciosos kilómetros en suave subida bordeando los acantilados junto al mar, que son el último tramo del Camino de Santiago para los que prolongan desde la capital compostelana hasta el océano.

      Durante el paseo intercambio impresiones con distintos peregrinos que me transmiten los sentimientos contradictorios que rondan por sus cabezas en estos momentos finales del camino: la tristeza y la alegría se funden en un extraño cóctel que hace fluir sus emociones.

   Al llegar al cabo nos recibe una multitud de peregrinos y turistas disgregados por los distintos espacios que componen este maravilloso lugar. Estamos en un istmo con altos acantilados, distintos miradores, bar, hospedería, faro y edificio con bocinas para señalización acústica en días de niebla. Llama la atención la cantidad de personas que se aglomeran para hacerse una fotografía en torno al mojón que marca el punto kilómetro 0,000 de la ruta jacobea.

   Tras el faro, situado a 143 metros sobre el mar, se extiende una zona en descenso hacia el acantilado que nos transmite, nada más contemplarla, la sensación de que no estamos en un lugar cualquiera, y no solo por las bellísimas vistas que tenemos, sino también por la cantidad de simbolismos que se observan relacionados con el hecho de ser éste el fin del Camino. Aquí muchos peregrinos, tras terminar la ruta, queman sus ropas y sus botas como una manera de dejar atrás su anterior forma de vida y el comienzo de una nueva. Por eso es frecuente ver pequeñas fogatas o restos de ellas. Otros abandonan allí sus ropas y calzados sin quemarlos. También suelen dejar recuerdos en forma de montoncitos de piedras encima de las rocas, a veces con mensajes escritos en papeles, donde quedan expresadas dedicatorias, promesas y todo tipo de sentimientos. Los postes de dos antenas allí ubicadas están repletos de pegatinas y escrituras referentes a todo tipo de colectivos que han hecho el Camino, de todas partes de España y de muchos lugares mundo y en los más diversos idiomas. Otro lugar donde siempre hay alguien fotografiándose es en una roca sobre la que hay incrustada una bota metálica, homenaje a los andantes peregrinos.

     Y así, casi sin darme cuenta, mientras observaba todo esto, el sol ya va cayendo y la puesta se anuncia cercana. Toca elegir alguna roca sobre la que sentarse a contemplarla. A la entrada de los parkins los coches se agolpan en una larga cola, y el gentío va tomando posiciones a lo largo de los acantilados. Miles de personas sentadas mirando hacia el mismo lado: algo grande está a punto de suceder.

   Las nubes que hay sobre el horizonte, y que no llegan a tapar por completo el sol, dan hoy un punto de belleza extra a este atardecer ya de por sí hermoso. El islote "O Centolo", pequeña mole pétrea que emerge del mar, aporta otro elemento más a este espectáculo luminoso que nos ofrece la naturaleza, mientras que las nubes se van disgregando a la vez que el sol se oculta en esa línea que uno el cielo con el mar, tiñéndose de rojo todo el cuadro.

   Al desaparecer el último hilo de la esfera solar, la muchedumbre responde con un espontáneo y estruendoso aplauso, como una especie de agradecimiento por haber visto algo tan bonito, tras lo cual hay gente que empieza a marcharse. Pero los que no queremos perdernos nada permanecemos allí viendo la explosión de coloridos reflejados sobre las nubes que se produce posteriormente.

     En momentos así hay que aprovechar al máximo todos nuestros sentidos: la vista, por supuesto; el oído, para escuchar el relajante sonido del mar; el olfato, para respirar ese aire puro que nos proporciona la brisa marina, y que nos hace sentir tan bien cuando se desliza por nuestra cara... La combinación de todo ello nos traslada a un estado de bienestar que quisiéramos no acabara nunca.

     Pero la noche ya ha caído, la linterna del faro gira y gira haciendo su función, y me dirijo de nuevo al pueblo por el carril peatonal junto a la carretera. Está oscuro, pero la arena blanquecina del camino es como una luz que se ilumina en las tinieblas, guiándonos hacia nuestro destino.


Monumento al peregrino camino a Finisterre


Cruceiro en el Cabo de Finisterre


Panorámica de Finisterre



SALUDOS

EL RURAL

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domingo, 29 de julio de 2018

TRES DÍAS EN ALICANTE 6/6

     Subiendo por este segundo recinto tenemos tramos de adarve que se pueden recorrer, tanto por el muro que da al mar como por el que da al interior, y siempre con magníficas vistas. La parte central es un bosque de enormes pinos entre los que hay restos de antiguas dependencias militares, como el polvorín.

     Llegamos a la parte más antigua del castillo, separada del resto por una muralla más fina (cuando se construyó aún no existía la artillería) y un foso que se salva por un puente que en su día sería levadizo, y cuya entrada se protege con una alta torre de planta rectangular por la que accedemos al tercer recinto. Esta torre tiene varias plantas con salas expositivas y acceso a la azotea.

     En esta zona, por la parte que da al mar, se encuentra el baluarte de la Mina, una amplia terraza que ejerce de mirador. También en este recinto están los antiguos calabozos y el segundo nivel de parada del ascensor. Además tenemos un chiringuito con terraza resguardado bajo la sombra de un pequeño palmeral, donde podemos descansar y refrescarnos un poco.

     Nos queda subir al cuarto y último recinto, el más elevado, al que se accede por una rampa que culmina en un puente que salva otro foso. Tras pasar por la puerta, un estrecho pasillo nos conduce a un amplísimo terrazo, el cual estuvo ocupado en parte por la Torre del Homenaje, hoy inexistente. Poniendo como único lunar el hecho de que aquí hay instaladas numerosas antenas (las cuales está proyectado eliminar), estamos en un mirador que nos proporciona una de las vistas más maravillosas que nos podamos imaginar. Da igual que dirijamos nuestra mirada hacia una dirección u otra: se puede decir, y no exagero en absoluto, que oteamos la mayor parte de la superficie de la provincia de Alicante. Voy a tratar de explicarlo con palabras, aunque se me hace complicado.

     Mirando hacia el norte, seguimos con la mirada la línea de mar desde la ciudad, y vemos San Juan, El Campello y Villajoyosa hasta Benidorm. Desde aquí vamos girando hacia poniente y vemos las sierras Aitana, La Carrasqueta y del Maigmó. Hacia el sur, el campo de Elche, cogiendo después la línea de costa, y en lontananza se intuyen Torrevieja y Guardamar, y más cerca el cabo de Santa Pola con la Isla Tabarca a su izquierda. Hacia el este, la inmensidad del Mediterráneo, y ya debajo nuestro, la Playa del Postiguet, el puerto y toda la ciudad de Alicante, con el precioso barrio de Santa Cruz a nuestros pies.

     En este mirador tenemos la imagen más exportada de Alicante, donde todo el mundo se fotografía, junto a la garita de "La Campana", con el puerto y la playa de fondo.

     Y aquí, en lo alto del castillo de Santa Bárbara, con estas panorámicas donde las palabras sobran, donde solo cabe ejercitar la vista, donde uno no quisiera irse nunca..., finalizamos nuestra visita de tres días a Alicante. Por cierto, que la hora de cierre del castillo es posterior a la puesta de sol. ¿Nos quedamos a verla?...










SALUDOS

EL RURAL

domingo, 22 de julio de 2018

TRES DÍAS EN ALICANTE 5/6

     TERCER DÍA: EL CASTILLO DE SANTA BÁRBARA. Puede parecer exagerado dedicar un día entero para ver un castillo, pero las grandes dimensiones y las inmensas panorámicas que nos ofrece el de Alicante, requieren un buen puñado de horas para disfrutar de todo ello. Luego, lógicamante, cada cual empleará el tiempo que estime oportuno.

     El castillo se ubica en el monte Benacantil, cuya cima está a 169 metros de altura sobre el mar, si bien las instalaciones empiezan mucho más abajo, culminando en el punto más alto. En este cerro se han encontrado restos de la prehistoria y de las distintas civilizaciones posteriores que pasaron por él, construyéndose el castillo en época árabe, sufriendo a lo largo de los siglos varias reformas y ampliaciones hasta llegar a su estado actual.

     Hay varias maneras de subir: una a pie, por el Parque de la Ereta, que ya visitamos anteriormente; otra, a pie o en coche, por la subida que parte de la calle Vázquez de Mella; y la otra por el ascensor que hay junto a la Playa del Postiguet, el cual nos deja en un minuto en el interior del castillo en uno de sus dos niveles de parada, parte baja o parte media del recinto (informarnos del horario de funcionamiento del ascensor y de la tarifa para subir, ya que para bajar es gratuito).

     Si subimos a pie o en coche, vemos que la entrada al castillo está protegida por un muro lleno de vanos para cañones y fusilería, contando con que ésta es la zona más vulnerable, ya que el resto del cerro es más empinado y rocoso, lo que le sirve de defensa natural. Tras pasar por una estrecha puerta accedemos a un primer recinto, cuyos baluartes sirven de parkin. Recorriendo el adarve vemos el impresionante grosor de los muros, y los cañones que sobresalen por los huecos entre las almenas. Las vistas aquí empiezan a ser espectaculares, y es solo un adelanto de las que tendremos aún mejores según subamos a la parte alta del castillo.

   Entramos ahora por una puerta con arco rebajado y blasón encima, para acceder al segundo recinto. Nada más entrar a la izquierda está la Oficina de Turismo, donde se organizan visitas guiadas al castillo, muy interesantes, para las que únicamente se abre el grandísimo aljibe que lo abastecía.

     Enfrente de la oficina de turismo hay una sala de exposiciones y también el acceso al primer nivel de parada del ascensor. A la derecha, el baluarte de Santa Ana con su adarve-mirador, restaurante con terraza y las ruinas de la ermita de Santa Bárbara. Y a la izquierda el baluarte de la Reina, en el que se asienta un pinar con chiringuito y merenderos, formando un área recreativa que además es un mirador que está justo encima de la Playa del Postiguet, con unas vistas impresionantes.










SALUDOS

EL RURAL

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domingo, 15 de julio de 2018

TRES DÍAS EN ALICANTE 4/6


   Saliendo del pueblo estamos en el punto más estrecho de la isla. A un lado el puerto y al otro la playa, todo ello en apenas 100 metros. Tiene esta última unos 200 metros de largo, es de arena y piedra, orientada al sur, y dotada de duchas y otros servicios. Se concentran en torno a ella gran cantidad de restaurantes donde podemos probar los excelentes arroces de la tierra preparados en sus distintas presentaciones.

     Pasamos la playa, continuamos por la costa, y comprobamos que la isla se va ensanchando, y un poco más adelante nos desviamos levemente hacia el interior para ver la Torre de San José, un sobrio torreón piramidal de planta cuadrada que ha ejercido diversas funciones a lo largo de los siglos, como nos explica un cartel. Y ya que estamos en el interior, avanzando unos pocos centenares de metros hacia el este llegamos al faro de Tabarca, buen edificio con vivienda y torre con la linterna.

     Volviendo de nuevo al litoral sur, pasaremos enfrente de La Galera, islote cercano donde se divisan gran cantidad de gaviotas y cormoranes, al igual que en otras pequeñas rocas de alrededor que sobresalen ligeramente del nivel del mar. Veremos pequeñas playitas de piedra hasta llegar a Punta Falcón, el extremo oriental de Tabarca y posiblemente el más bello, donde se encuentran los acantilados más altos de la isla. Bien es verdad que no superan los 10 ó 15 metros de altura, pero la fuerza con que golpea el mar en esta zona y la cantidad de peñones que la rodean, lo convierten en un lugar de gran belleza y espectacularidad.

     Seguimos recorriendo la isla ahora por la costa norte , dejando a nuestra izquierda el faro y la Torre de San José, y con vistas del continente a la derecha. Pasamos junto a pequeños acantilados y playitas de piedra, según nos vamos acercando de nuevo al pueblo, hasta llegar al puerto y la playa. Aquí habremos completado todo el perímetro de la isla, en un paseo de unos 4 kmts., todo por sendas y totalmente plano, muy cómodo, a lo que habría que añadir el callejeo por el pueblo.

     Cogemos el barco de regreso a Alicante con la satisfacción de haber pasado un día maravilloso, y con el deseo de volver, y quizá para pasar algo más que un día, aprovechando los alojamientos que nos ofrece la isla.


Faro de Tabarca


Pequeño acantilado con cuevas


Playa con la isla de La Galera al fondo



SALUDOS

EL RURAL

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domingo, 8 de julio de 2018

TRES DÍAS EN ALICANTE 3/6

     SEGUNDO DÍA: ISLA TABARCA. Desde el puerto deportivo de Alicante sale un barco que en una hora nos deja en la Isla Tabarca, donde vamos a pasar este segundo día.

     El inicio del trayecto nos permitirá recorrer las enormes instalaciones portuarias de la ciudad hasta salir a mar abierto donde, en todo momento, tendremos la costa más o menos cerca a nuestra derecha, pasando por distintas playas y urbanizaciones, llegando más adelante al Cabo de Santa Pola con su faro en lo alto.

     De frente ya divisamos la isla, que pertenece administrativamente al municipio de Alicante, plana, de unos 2 kmts. de larga y no más de 500 metros en su parte más ancha, siendo todos sus alrededores una Reserva Marina por las importantes praderas de posidonia que hay en su fondo marino. Desembarcamos en su coqueto puerto protegido por una pequeña escollera, donde fondean embarcaciones de pesca de bajura.

     A la derecha tenemos el pueblo, envuelto en una pequeña muralla que no solo le defendía de enemigos, sino también de las furias del mar, y aún hoy, la cual se puede recorrer por su parte mejor conservada, la que da a la península, teniendo en todo momento vistas de Alicante a lo lejos, de Santa Pola justo enfrente y, siguiendo la línea costera hacia el sur, de Guardamar y Torrevieja.

     En esta parte veremos la iglesia de San Pedro y San Pablo, de buena sillería y curiosos ventanales, y al llegar al final de la muralla encontramos una puerta con salida al mar que baja hasta este extremo de la isla, separado por unos metros de otro pequeño islote. Siguiendo la costa pasamos a la cara que da a mar abierto, cuyos embates tendrán algo que ver en el hecho de que por aquí la muralla está peor conservada, aunque llama la atención ver cómo sus restos se sostienen sobre la roca de pequeños acantilados llenos de cuevas.

     Podemos adentrarnos aquí en el interior del pueblo, típico de pescadores, de casas sencillas, de altura uniforme, casi todas de una planta, bien pintadas de diversos colores, con manzanas en cuadrículas y una amplia plaza con palmeras y árboles diversos. Una preciosidad.



Pueblo de pescadores



Puerto de Tarbarca



SALUDOS

EL RURAL

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domingo, 1 de julio de 2018

TRES DÍAS EN ALICANTE 2/6


   Salimos del barrio de Santa Cruz para bajar al colindante casco antiguo, ya en zona llana, donde están los principales monumentos. Enseguida nos topamos con la iglesia de Santa María, con una preciosa portada barroca con columnas helicoidales, y un altar mayor, del mismo estilo, que es para no perdérselo.

     Cerca se encuentra el ayuntamiento, edificio de grandes dimensiones con varias portadas adornadas con columnas, gran cantidad de ventanales en primera y segunda planta, blasón en el medio y balaustrada de piedra entre las dos altas torres gemelas, que tienen curiosos vanos en su cuerpo alto.

     A poca distancia del ayuntamiento está la concatedral de San Nicolás de Bari, templo muy sencillo por fuera pero con muchas y bonitas capillas en el interior. Los alrededores son callecitas llenas de bares y terrazas habitualmente muy concurridas por paisanos y turistas.

     Visto el casco antiguo, vamos a salir a la línea de mar para dar un precioso paseo recorriendo los distintos encantos que nos vamos a ir encontrando. Empezamos bajo el cerro del castillo de Santa Bárbara, donde está la Playa del Postiguet, de arena fina y clara, dotada de todo tipo de servicios. En paralelo está el paseo, muy arreglado y siempre concurrido de caminantes.

     Andando hacia el puerto llegamos a la Plaza Puerta del Mar, donde subimos a la parte alta del Muelle de Levante, acondicionado a modo de paseo durante varios centenares de metros. Desde aquí, y según avanzamos por el espigón, las vistas se van haciendo cada vez más hermosas: hacia la izquierda vemos la Playa del Postiguet con el castillo encima, más hacia el norte la Playa de San Juan y la inmensidad del mar, y hacia la derecha todas las instalaciones portuarias y la parte de la ciudad más pegada al mar.

   De vuelta a la Plaza Puerta del Mar, seguimos el paseo por el puerto deportivo, un auténtico y enorme museo de barcos al aire libre, para luego cruzar la calle y regresar en paralelo por el Paseo de la Explanada de España, un vergel de palmeras y otros árboles exóticos, con un pavimento precioso que complementa un área de esparcimiento siempre muy concurrida.

     Hasta aquí la ciudad, aunque siempre se pueden encontrar más encantos recorriendo la misma.



Muelle de Levante


Puesta de sol en el puerto


Playa del Postiguet y Castillo de Santa Bárbara



SALUDOS

EL RURAL

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domingo, 24 de junio de 2018

TRES DÍAS EN ALICANTE 1/6

     Vamos a hacer un paréntesis en nuestras habituales rutas por tierras de interior para hacer una incursión por el litoral, donde también encontramos hermosos lugares, que además tienen ese aliciente que a todos nos atrae como es el mar. Concretamente, nos desplazamos a Alicante para pasar allí tres días bien delimitados en la agenda: uno para conocer la ciudad, otro para visitar Isla Tabarca y el último para ver el castillo de Santa Bárbara.

     PRIMER DÍA: LA CIUDAD. Nos situamos en la parte interior de ésta, junto al castillo de San Fernando, un baluarte artillero del siglo XIX construido para defender la ciudad de ataques provenientes de tierra adentro durante la Guerra de la Independencia contra la invasión francesa. Tiene altos y gruesos muros y se accede al interior por un antiguo puente colgante que salva un profundo foso. Hoy está arreglado a modo de parque-mirador, aprovechando las buenas vistas que nos ofrece de toda la ciudad y el mar.

     Por detrás del castillo se extiende una amplísima área de parques e instalaciones deportivas de todo tipo, donde sobresalen por su altura los graderíos y torretas eléctricas del Estadio José Rico Pérez.

     Cerca del castillo de San Fernando está la Plaza de Santa Teresa, un precioso parque donde se ubica el Panteón de Quijano, un alto obelisco homenaje de la ciudad a este gobernador de la provincia en el siglo XIX.

     En las faldas del cerro donde está castillo de Santa Bárbara (al que todavía no vamos a subir) se encuentra el Parque de la Ereta, que es el pinar que lo rodea, donde hay fuentes, miradores, un auditorio y restaurante con vistas. Vienen indicados también varios senderos que discurren bajo el castillo, ofreciéndonos distintas perspectivas del mismo y, a la vez, buenas vistas. De éste parte un largo tramo de muralla que desciende hacia la ciudad, al cual podemos subirnos y recorrer todo su adarve, siempre con magníficas panorámicas.

     Precisamente desde la parte más baja de la muralla tenemos entrada al barrio de Santa Cruz, conjunto de casitas blancas adornadas con tiestos en estrechas y empinadas callejuelas, con coquetas plazas y plazuelas, que bien pasaría por uno de los pueblos blancos de cualquier serranía andaluza. Pasear por sus calles es una gozada y un baño de relajación. Además, su situación elevada entre el castillo y el resto de la ciudad nos regala hermosas vistas, como por ejemplo desde el mirador que hay junto a la ermita de Santa Cruz, la cual alberga un Cristo de gran devoción que procesiona en Semana Santa. Otra ermita que encontramos es la de San Roque, templo con paredes color salmón y una torre con cerramiento piramidal.


Muralla del Castillo


Mirador de Santa Cruz



SALUDOS

EL RURAL

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