viernes, 5 de octubre de 2012

Romance Condal





A veces, el hecho de que algo sea antiguo, le da un lustre que no siempre coincide con la auténtica calidad del producto. A mi hijo el pequeño le están haciendo aprenderse el “Romance del Conde Olinos”. Vale que los juglares resulten unos personajes míticos, pero el que compuso este no sé yo si se merece mucho crédito. Empezamos:

“Madrugaba el Conde Olinos,
mañanita de San Juan,
a dar agua a su caballo
a las orillas del mar”

Aparte de un apellido incómodo, este chico lo que se dice conocimientos de hípica no tenía…A ver, mendrugo, al caballo está bien darle de beber a primera hora…pero agua dulce, hombre. Y lo del que "Al que madruga, Dios le ayuda", se lo dices luego al mozo, que verás que risa.

”Mientras el caballo bebe,
se oye un hermoso cantar;
las aves que iban volando
se paraban a escuchar.”

Claro, que si el chaval no tenía muchas luces, el caballo menos. Por más que tu amo cante, aunque cante bingo, no te bebas el agua del mar, cenutrio. Y los pájaros tampoco es que estuviesen muy allá, porque, no siendo colibríes, si te paras en pleno vuelo te vas a pegar un guarrazo fijo.

”Desde las torres más altas
la Reina le oyó cantar.
Mira hija, como canta
la sirenita del mar.”

Mire señora, si cerca del mar oye usted una sirena, o se le ha ido la pinza o es la de un petrolero libanés que va a entrar a puerto…

“No es la sirenita, madre,
que ésta tiene otro cantar;
es la voz del Conde Olinos
que por mí penando está”.

Otra que tal. Si aceptamos que has oído cantar a las sirenas, que ya hay que pensar que se te ha ido la mano con los orfidales, no lo vayas pregonando por ahí. Y a tu madre no le hables de los novios, que luego pasa lo que pasa…Si encima utilizas "penando", que se puede malinterpretar, acaba pasando lo que viene.

”Si es la voz del Conde Olinos
yo le mandaré matar;
que para casar contigo
le falta sangre real”.

Un momento. ¿En que momento ha dicho el chiquillo que se quiera casar con la niña? A lo mejor quiere “jandengue” pero de papeles nada. ¿Y si está berreando los grandes éxitos de “Los Ramones? ¿O es que canta muy mal?

”No le mande matar, madre,
no le mande usted matar;
que si mata al Conde Olinos
a mí la muerte me da”.

Hija mía, te estás tomando las cosas por la tremenda. Puede que el Conde esté para hacer anuncios de colonia, pero hay más hombres que botellines. Si tu madre tiene un capricho, pues déjala, mujer.

”Guardias mandaba la Reina
al Conde Olinos buscar,
que le maten a lanzadas
y echen su cuerpo a la mar”.

Esta señora tiene una mala leche bíblica. A lanzazos, nada de inyección letal. Y, para ahorrarse los servicios funerarios, al mar, como si fuera binladen…

”La infantina, con gran pena,
no cesaba de llorar.
él murió a la media noche
y ella, a los gallos cantar”.

Por una tontuna de cantar a primera hora, dos muertos. Si llega a ser la Tuna hay una masacre. O un genocidio, si hubiera sido un botellón de polígono.

“A ella, como hija de reyes,
la entierran en el altar
y a él, como hijo de conde,
cuatro pasos más atrás”.

A ver si nos ponemos de acuerdo: si han tirado el cadáver del aristócrata al mar… ¿A quién leches están enterrando en la parte de atrás de la iglesia? ¿Tiene que venir Bones a exhumarlo para investigar quien es?

“De ella nació un rosal blanco,
de él nació un espino albar,
Crece el uno, crece el otro,
los dos se van a juntar”.

La palabra clave aquí yo creo que es “albar”. La cabra tira al monte y el conde “al bar”. A echar la partida, a ver el fútbol, vamos, lo propio.

“Las ramitas que se alcanzan
fuertes abrazos se dan
y las que no se alcanzaban
no dejan de suspirar”.

Al final, por más muertos que estén, son dos españoles jóvenes y van a lo que van: al roce. El roce hace el cariño. Y lo de “ramitas” sobra: si él está enterrado “cuatro pasos más atrás”, a 30 centímetros por paso como mínimo, ya está a más de un metro. A una zarza de esas dimensiones que se te enrede en las piernas tú lo llamas de todo menos “ramita”.

“La reina llena de envidia
a ambos los mandó cortar.
El galán que los cortaba
no dejaba de llorar”.

La reina es una psicópata de “Mentes criminales” y perseverante, por un lado. Y por otro, para limpiar la broza, y más si es espinosa, manda un jardinero, no un galán, por Dios.

“De ella naciera una garza,
de él un fuerte gavilán.
Juntos vuelan por el cielo,
juntos vuelan par a par”.

Siendo consciente de que en aquel entonces no había tele y el compositor no conocía “El hombre y la tierra, Serie Ibérica”, a poco que te fijes cuando pasan volando los pájaros, es raro que una rapaz y una zancuda anden compartiendo piruetas en el cielo.

De todo lo anterior, acabo sacando dos conclusiones. La primera, que para componer romances en aquel entonces, con que rimase valía. Tu podías escribir la sandez que te pareciese oportuna, pero que cuadrase en asonante los pares. A eso le añadías una musiquilla ratonera, y entrabas en los “Cuarenta Medievales” y llegabas a ser “Tres, dos o uno…”

En segundo lugar, que con este patrón educativo no vamos a ningún sitio. Mi hijo se va a quedar con la impresión de que en la Edad Media la gente estaba acarajotada y que las suegras son seres malignos antes aún del matrimonio. Para compensar, le he inscrito en unas clases de “Oratoria descabellada y grandilocuente”, por si puedo colocarle de portavoz de algún partido político.

jueves, 4 de octubre de 2012

Si pudiera...

Si pudiera darte la calma. Si pudiera regalarte un minuto de sosiego en mitad de la vorágine. Si pudiera, como Neruda, escribir esta noche los versos más hermosos. Si pudiera curar los cuerpos y las almas. Si pudiera hacer brotar tu risa. Si pudiera cocinar tus sueños con las especias de la felicidad. Si pudiera perdonar todos los pecados revenidos, todas las afrentas huecas. Si pudiera borrar la desesperación. Si pudiera llevarte hasta el mar para arrojar una piedra a las olas. Si pudiera componer la alegría y compartirla contigo. Si pudiera robarte el lucero del alba sin que sonase la alarma de las puertas del cielo. Si pudiera fabricarte una vida mejor.

Pero sólo puedo decirte que cuentes conmigo. Qué compartiremos la miseria y el dolor, que nos repartiremos los golpes, que te ayudaré a dar otro paso para que tú me ayudes a mí. Qué te levantaré del suelo sabiendo que vas a volver a caer y que yo caeré contigo. Hasta el final de los tiempos.

martes, 2 de octubre de 2012

Humberta

Humberta, a la que todo el mundo llamaba Berta por economía lingüística y por no hacer más daño, llegó en su juventud a la conclusión de que sólo un caballero andante, con apellidos de más de once sílabas y escudo heráldico con lo que fuese sobre campo de gules, podría desposarla.

Su padre, un hombre de extraordinaria firmeza de carácter (un cabezón, vamos) y mucho criterio (al nombre con el que bautizó a su hija me remito), pidió un crédito a Brankia y le construyó una torre de rasillones de esos grises tan elegantes. Y se fue a Santoña, que siempre le había gustado mucho por el paisaje y por las anchoas, dejándola encerrada en la atalaya.

Allí espero ella unos años, viendo “Sálvame”, escribiendo insensateces en facebook  y hablando por teléfono, que los combinados de tarifa plana dan para mucho.

Un día se presentó en la puerta del torreón un comercial de Tecnocaspa, ofreciéndole una tasación gratuita y en condiciones de las instalaciones. Como Berta llevaba sin que le tasaran las instalaciones ya un montón de tiempo, le dejo pasar y le enseñó el salón comedor, el dormitorio principal, los armarios empotrados y hasta el trastero. A la vista de tanto metro cuadrado, el comercial le ofreció poner a la venta la torre y su amor eterno, por este orden, que el negocio es el negocio. Berta le preguntó por sus ascendientes y el comercial no recordaba haber ascendido nunca. Ante tal pobreza de sangre, le despidió con cajas destempladas y varias bolsas de plástico para el contenedor, que al repasar el trastero se deshizo de una máquina de escribir Olvidetti y una colección de “Orinales del Mundo”, que nunca la había llenado mucho.

Años después, llegó hasta su residencia un señor vestido con un traje gris perla y una corbata azul, que se identificó como el Director de su sucursal de Brankia. Venía a informarle de que su santo padre había dejado de abonar las letras del crédito, como consecuencia de unos inoportunos amoríos otoñales con la fallera mayor de Santoña.

Berta le invitó a pasar, y, aprovechando el paso del Pisuerga por Valladolid, le dio un repaso, al paso…Bueno, al paso, al trote y al galope, que desde la visita del de la inmobiliaria la buena de Berta no se había comido un colín.

Impresionado por su fogosidad, le condonó (le perdonó, para mentes calenturientas) las letras pendientes y le ofreció un matrimonio ventajoso y una póliza de caución, y las tarjetas de débito y crédito gratis. Pero Berta encontró que el bancario la tenía como la letra de sus contratos, pequeña, y declinó las ofertas.

Pero se dio cuenta de cuán feliz era sin forrar libros de texto, sin pasar el plumero por encima de los armarios, sin restregar a puñete esos calzoncillos marcados por la ignominia, sin pasarse más horas en el pediatra que ante la tele, sin tener que matricularse en cursos de Tai Chi en el Centro Cultural de su barrio, sin extraescolares, sin pasarse las tardes en el Zahara buscando una camiseta que combine con los vaqueros de la pequeña, sin cocinar más que Arpiñano para que un grupo de bestias feroces engullan las delicatessen sin siquiera un comentario elogioso.

Y Berta pasó el resto de sus días en la Torre, zampando chocolate con leche y tortas de aceite, viendo los programas del corazón, mirando tendencias de moda en Cosmopolitan y jugando al apalabrados con su primo Humberto, que al parecer estaba en una isla desierta más sólo que Toni Cantó denunciando malas praxis de los imputados, perdón, Diputados. Eso sí, de vez en cuando llamaba al del Telepissa, o a un fontanero para el desagüe, o a un agente de seguros que seguro venía volando. Por no perder la costumbre. Y fue feliz y se arrascó la nariz.
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