sábado, 12 de octubre de 2013

El cáliz de aguardiente

Pese a las mil advertencias y gestos alarmados, el galán no se arredró. Se apostó en la mesa, desafiante, exigiendo que le llenasen el recipiente. El posadero escanció el brebaje y se apartó hasta una esquina. Contaron hasta tres. El hombre echó un largo sorbo. El fluido le abrasaba la garganta. Después soltó la copa vacía y se dirigió jactancioso a los presentes. – ¿Quién decía “imposible”?
Uno de los caballeros lo sacó de su euforia al señalar hacia el vaso, otra vez rebosante hasta los topes. ¿Qué estaba sucediendo? Todos los comensales se hallaban a distancia considerable. Además, ninguno osaría a hacerle trampas, de eso no cabía duda. Agarró furioso el cáliz, sin lograr levantarlo del todo. – ¡Diantres! – exclamó –. ¡Pesa como si fuera plomo!   
 Necesitó ambas manos para llevárselo hasta la boca. Esta vez no había manera de terminarlo. ¿Acaso lo imaginaba, o el recipiente se agrandaba conforme bebía de él? Cuando no pudo más, lo depositó en la mesa y se limpió la frente de sudor. A sus espaldas tronaban voces exhortándole a rendirse, pero él pidió una escalera y se subió a lo más alto. Empezó a izar cubos uno tras otro, tragando ansioso el aguardiente, mientras el fondo se alejaba más y más de él. Por último lo avistaron sentado sobre el borde de la copa, que en su crecida había traspasado la techumbre y se perdía en mitad de la noche. El pretendiente miraba al vacío, las piernas colgando en el aire. Si lo empujaron o resbaló en un despiste, no quedó de manifiesto. Tardaron tres días en dar con su cuerpo hinchado, flotando a merced de las olas, en mitad de aquel cáliz superlativo.


Nacho Rubio

viernes, 11 de octubre de 2013

Ma non troppo. La siguiente la pago yo pero ya verá que la bebe usted también

Señorita violinista – interpeló el pelado de la batuta mirándola indignado- ¿Cómo se atreve usted a venir a nuestro magistral ensayo habiendo ingerido unos tragos de licor? Ella ni siquiera le escuchaba y no dejaba de mirar el negro diapasón que se le entrelazaba con el color rojo irritante de las carcomidas uñas. Prosiguió el primero con dura voz y apretando la batuta con fuerza- En dos ocasiones le he indicado la entrada en el Ma non troppo y me ha dejado usted con la batuta levantada, y lo único que hace es mirar insistentemente su diapasón con los ojos adormecidos.
-Diez compases antes del Ma non troppo- dijo el gran Mozbebach a toda la orquesta, y empuñó la batuta. Sonaron nueve compases y en el diez cuando el Maestro se viró hacia ella para una de tantas veces darle la entrada del precioso solo, esta seguía entonces como hipnotizada por el negro diapasón. ¡Así es imposible trabajar! – gritó Mozbebach bajando del podium y con las pocas fuerzas de sus temblorosas manos tomo la batuta con ambas y la convirtió en dos pedazos. Ella ni se inmutaba. El resto de los músicos rieron en silencio, nadie se había atrevido a desafiar de esta forma al gran Mozbebach y menos en una de sus propias composiciones La sangre le hervía en rostro colorado. Se colocó de espaldas a la orquesta y dijo con voz tenue – Retírense por favor.
Uno a uno en silencio, fueron marchándose los músicos. Ella quien no pareció haber escuchado empuñó su arco, y sin dejar de mirar el diapasón como si nada hubiese pasado inició el hermoso solo del Ma non troppo que tanto el Maestro había esperado. El se viró súbitamente al escuchar las hermosas notas salidas de su pluma y se fue acercando poco a poco hacia ella. Tóquelo otra vez por favor – le dijo suplicante mientras se acercaba al podium, tomaba del suelo una de las mitades de la destruida batuta y moviendo con pasión sus manos le dirigió la música. Culminó el solo y las miradas se cruzaron al fin. El maestro metió las manos en su portafolio y sacó de él unos viejos y desgastados trapos. Al ser desenvueltos mostraron una botella de licor con un poco menos de la mitad. Él la acercó a ella en señal de brindis y agradecimiento por la ejecución, más sin decir palabra. Ella entendió entonces, el mensaje. ¡Que ironía! ¿Entonces qué era lo que a ella se le criticaba si él era igual? ¡Ah! pero como el status de Maestro era diferente al de un simple músico, pues nunca nadie se había atrevido a señalarle esto, ni aun cuando el aroma de licor era el perfume diario del gran Mozbebach. Juntos bebieron y cuando se hubo terminado la botella, la violinista se paró y le convidó con un gesto de su mano a seguirle. Salieron del Teatro y se adentraron en el bar de la esquina. – Lo de siempre- le anunció ella al cantinero, mientras ambos se sentaban en la barra. El tercero trajo una botella de Vodka aun sin abrir. A Mozbebach le brillaron los ojos. Ella le acercó la botella y un vaso y le dijo- Ma non troppo Maestro Mozbebach, beba usted que esta la pago yo.


Cecilia Dayana Rosales Prieto

Me gusta conducir

Hay dos cosas en la vida que dije que jamás haría. Una era sacarme el carné de conducir y la otra, tener hijos. Así, que en estos momentos esté conduciendo mi Megane camino de la gasolinera con mis 4 hijos dentro, debe de ser un pago del karma o algo así. Yo soy muy torpe para estas cosas, es más, es la segunda vez en 2 años que voy a poner gasolina, que para eso están los maridos y mejores amigas. Y es que en la gasolinera el chiquillo insistirá en hacerme preguntas, que si el coche es de gasolina, pero vamos a ver, yo es que me parto, no va a ser de chocolate... que si es del 95 o del 98, yo juraría que lo compré cuando me nació el cuarto, hará un par de años, pero vete a tú a saber... que si es súper..hombre, pues eso sí, lo tengo muy apañadito, con sus parasoles de Hello Kitty, la verdad, lo llevo siempre muy mono, tiene un montón de botones que no sé usar, pero bueno, dicho sea de paso, que le dejé un día el coche a mi padre, y me pasé dos meses escuchando la COPE, no digo más, a quién se le ocurre poner los mandos de la radio en el volante. La próxima vez, en vez de comprarme un Megane me compro un Renault, te lo juro, que el Super 5 de mi padre tenía los botones en su sitio.
Mi padre, por cierto, que recién operado del corazón me lo llevé a su primer control al ambulatorio, y ahí iba, bien cogido del mango de arriba de la puerta, cualquiera diría, tampoco es para tanto, se pone nervioso cuando paso entre dos coches y le pregunto: ¿tú crees que le doy?, caramba, si no estoy segura, cuatro ojos calculan mejor que dos, digo yo. Peor fue en el ceda, que aproveché para salir y coger el bolso del asiento de atrás (tener 4 hijos es lo que tiene, que tienes pérdidas de memoria, bueno, de memoria, y de todo), y ya sabes, o yo al menos tengo que pensar el orden: “frenar, embrague, punto muerto” y abro la puerta para salir....¡¡coñe!! embrague, punto muerto....y ¡¡freno de mano!!. Y veo ahí a mi padre, con una mano en el freno de mano y la otra agarrándose el pecho, cualquier día me lo cargo, lo que yo te diga.
En fin, los miedos están para superarlos, y ya puestos, de la gasolinera me iré al Supersol, con mis 4 niños, ahí es nada, intentando aparcar el coche en un aparcamiento en diagonal, que eso es otra, quien inventó esa forma de aparcar, debería de arder en el infierno. Eso es cruel e inhumano. Mis mellizos detrás gritando, la mediana preguntando:
- Mamá ¿cómo es el Ratoncito Pérez?  Y yo: -No lo sé, cariño, la verdad es que no lo sé.
- ¿Por qué no lo sabes? Mamá tienes que saberlo. Mamá tú lo sabes todo.
Y tu hijo mayor, condescendiente: - Mamá, si al final le dirás al vigilante que lo aparque, hazlo ya... y tú, hermanita, tranquila, que ahora cuando lleguemos a casa buscamos al Ratoncito Pérez en Google Imágenes.


Sally Macqueen

jueves, 10 de octubre de 2013

Amor en línea

Elsa de treinta y tres abriles se enamoró por Internet de Marcelo de cuarenta y ocho años. Sostenían una relación amorosa de tres años en los que la distancia no era impedimento para sentir y el respeto primaba  con un romántico ir y venir de poemas, dedicatorias de canciones, mil cosas. Todo tan perfecto que resultaba increíble. Se conocían interiormente tan bien que planes de viaje no se hicieron esperar, ramos de rosas con lindas postales, encargadas desde España hasta Colombia.
La familia estaba preocupada por la seriedad que la novia le imponía al asunto, hubo mucha sisaña y cuento con los fracasos y patéticos casos en los que mucha gente se ha visto involucrada en trata de blancas, experimentos para la ciencia, asesinatos en serie, en fin tantas cosas que a veces no se prevén y que entran por un oído y salen por el otro sin ninguna intención de acatar.
Aquella mañana decembrina todo estaba listo para la boda por poder pero Elsa quería ir más allá de su anhelado sueño. Compro un billete con anterioridad aprovechando una ganga. Decidió marchar dos horas antes para el aeropuerto de Cali, con teléfono en mano y dirección Madrileña se apuntalo  con destino a Barajas y el sueño de tocar, no solo la nieve y calentar sus pies frente a una chimenea con vino en mano la traían con la  cabeza loca. Nadie supo de aquello hasta que una llamada despertó a Marcelo, quien ante la desaparición de su amada, se había bebido el mundo para ahogar las penas. Aquel día todo le daba vueltas.
Ramón respondió de inmediato a la llamada, casi en un arrebatado presentimiento  y saliendo apresurado se dirigió al Aeropuerto. Ella le miro y sonrío, era el mismo hombre del que se había enamorado tiempo atrás, con su preciosa cara, rostro de ensueño, mirada franca y profunda, sonrisa retorcida. Se abrazaron, el recorrió su torneado trasero dentro del abrigo, su suave piel morena que contrastaba con el negro profundo de sus hermosos ojos, su cabello largo y brillante caía en cascadas sobre los hombros. El deseo se apodero de ambos que no esperaron llegar a casa para descubrir la verdad ante todos.


Atala Grimm

miércoles, 9 de octubre de 2013

Irene

Irene se parece a Françoise Hardy en la época de Tous les garçons et les filles. Yo, en cambio, siempre me he parecido a Serge Gainsbourgh en su época más decadente, aun a los 20 años, aunque siempre he querido parecerme a Jaques Brel en la época de Quand n’on a que l’amour. Y sin embargo nuestra historia se parece a un tango, y es por mi culpa.
No soy un miserable, al menos no a sabiendas. O mejor dicho, soy un miserable, y el motivo no tiene importancia. Hace meses, cuando empezamos a salir, su tío murió. Era mayor, estaba enfermo, qué más da. La miré durante el funeral, mientras intentaba retener las lágrimas en su menuda figura, y me estremecí, aunque estábamos en mayo. Cuando llegamos a su casa, se echó a llorar. En un segundo su rostro se desencajó, y me pareció más bonito que nunca. Yo hice lo que se esperaba de mí, claro. Le acaricié el brazo, luego la mejilla, y luego la abracé. Y luego la miré mientras trataba de recomponer el gesto, y deseé que no dejara de llorar nunca. Sí, soy un miserable, pero sólo porque la quiero. Aunque eso no tiene importancia. Unas semanas después la hice llorar, ni siquiera recuerdo cómo, no recuerdo qué hice o qué dije que estaba mal, pero Irene se echó a llorar, y buscó mi abrazo, y yo se lo di. Y la miré mientras le secaba las lágrimas con los dedos, y sentí vergüenza de mí mismo.
Sí, soy un miserable, pero la quiero. Yo no quería acostarme con todas esas otras mujeres, ni siquiera quería estar cerca de ellas. Pero quería que Irene lo supiera, porque soy un miserable, o porque la quiero. No es culpa mía. Yo soy un miserable, de acuerdo, pero ella nunca me decepcionaba. Siempre se echaba a llorar, y aunque ya no podía abrazarla ni acariciarla, eso no tenía importancia. Me bastaba con mirarla. Así que seguí engañándola, claro, ¿qué otra cosa podía hacer? Puede que sea un miserable, pero no soy estúpido. Irene siempre me perdonaba. Se me ocurre que ella sabía que ninguna de las otras significaba nada para mí, que sabía que sólo la quería a ella, y no a las demás. Y que por eso volvía conmigo, una y otra vez. Y se me llegó a ocurrir, porque soy un miserable, que ella lo disfrutaba tanto como yo. ¿Por qué, si no, seguiría conmigo?
Hace cosa de un mes me dijo que había conocido a alguien. Ni siquiera traté de fingir sorpresa. He conocido a alguien que me hace feliz, dijo. ¿Feliz?, pensé. ¿Puede él hacerte llorar? Estuvo encantadora, a decir verdad. Comprensiva, atenta y justa. Cuando dejó la habitación, me eché a llorar como un niño. Fue muy hermoso.


Álvaro Sánchez-Elvira Carrillo

Y lo chupó con fruición


Lo introdujo en su boca.
 Saboreando.
Deleitándose.
 Descubriendo su sabor y su fálica firmeza.
 Ensalivando su punta para sentirlo deslizarse suavemente por su garganta.
Lo chupó con fruición.
Acarició con su lengua su base y lo lamió lujuriosa de arriba abajo y de abajo a arriba, varias veces.
Desvanecida casi por el placer.
Y se desbordó de él.
De sus jugos.
De su maravilloso  sabor con sus delicias.
Se relamió y abrió lo más que pudo la boca para tragárselo entero.
Un estremecimiento de placer la inundó.
Y sin poderlo evitarlo ya, sacó de su bolsillo otra moneda y dijo:
—Ahora deme uno de pistacho.


Araminta Solizabet Gálvez García 

martes, 8 de octubre de 2013

Crisis

Leía un informe sobre la crisis en el Oriente Medio sentado en ese extraño banquito, (algo va a reventar por allí un día de estos…) y solo levanté la vista por un momento.
Un grupo de chicas suecas luciendo capris celestes se paseaban sonrientes.
La más alta de ellas se acercó y me ofreció un sorbo de su refresco, que por supuesto acepté.
De inmediato se esfumó la niebla, el día se iluminó.
Allí es donde quiero vivir: en Nowhereland!


Teo Boy Curcio

lunes, 7 de octubre de 2013

Christian Ledgestales, astro-mitólogo

Consciente del sinsentido de unos cuantos planetas impalpables girando simétrica y regularmente alrededor de una estrella colosal (planetas cuya única prueba de existencia eran unos increíbles polvillos enfrascados y unas cuantas fotografías obras maestras del diseño gráfico), el antes físico y ahora mitólogo Christian Ledgestales abandonó su puesto de trabajo en la NASA con el objetivo de dedicarse a la intensiva búsqueda del gallo que empolla el sol para que nazca nuevamente el día y no se mezcle con la noche.
Toda su vida Ledgestales fue un apasionado de los relatos de origen. Relatos religiosos, mitológicos y legendarios de diversas civilizaciones conformaban los únicos libros de su biblioteca. De todos ellos, ninguno le parecía más razonable que esa leyenda según la cual el día era el efecto de un huevo de oro y fuego que una gallina cósmica empollaba y descubría periódica y gradualmente. Vale decir que Ledgestales vivía en el hemisferio norte (Houston, Estados Unidos), que los días que conocía eran relativamente largos, lo cual lo convenció de que estaba muy cerca de la región del huevo. Lejos estaban -por ejemplo- Suecia y Noruega, donde el sol es apenas una breve insinuación.
La cuestión es que Ledgestales se abocó durante años al estudio comparatista de los relatos de origen del universo y a la febril recopilación de pruebas que insinuaran cierta relación de esa estrella incendiada de vitalidad con una gallina galáctica. Su primera dificultad fue de orden espacial. Como se sabe, el sol se pone en una región mientras amanece en otra. Esto le planteaba a Ledgestales un notable desafío lógico. ¿Cómo era que empollaba esa gallina, si lo que tapaba salía en otra región? Años de perseverante estudio y constantes exploraciones condujeron a Ledgestales a la siguiente respuesta: así como un conjunto de planetas girando en concordancia era una ocurrencia absurda, la idea de que la Tierra fuese redonda debía tomarse como una concreta imposibilidad desde una elemental perspectiva geométrica, porque sino que alguien dijera: ¿en qué parte del mundo el planeta se dobla? ¿Dónde está la pendiente?  Ahí tenían: la tierra era cuadrada. La gallina estaba en algún vértice o borde (los desiertos de Sonora y del Sahara eran las zonas más probables), allí empollaba el huevo de oro que calentaba el mundo; parte de su cuerpo cubría una mitad del mundo mientras la otra recibía el resplandor.
Junto a cuatro colegas que enseguida lo abandonaron, Ledgestales partió en busca de la gallina. Él persistió. Cuál no habrá sido la sorpresa cuando hallaron su cuerpo deshidratado, casi derretido, una pluma dorada en la mano izquierda y una sonrisa póstuma en lo que quedaba de su rostro.


Yoel

La caverna

Aquella noche ella no podía creer lo que pasaba alrededor, una escena salida de la peor película de terror o tal vez simplemente una alucinación producida por el día tan caluroso que había pasado, decidió continuar explorando, pero que estrecho pasillo y cada vez parecía más pequeño y el suelo que antes era alfombra ahora era roca y tierra, las paredes de ladrillo, ahora cavernosas fronteras de lo que parecía una cueva, y el olor, aquel olor que cambió de tibia noche de verano a humedad y aire guardado por mucho tiempo en un solo lugar. Ella empezó a caer en cuenta que aquella podía haber sido una mala idea, pero como volver si la roca se cerraba detrás de sus paso, al final como en cualquier otra aventura era mejor continuar adelante, a pesar de lo desconocido de la situación ella siempre fue razonable, tal como había previsto delante la oscuridad cedió ante la abrumadora luz del día, ¿del día? Pero si era de noche aún, cuando finalmente salio de la tortuosa caverna encontró un cielo tan distinto al que conocía, incluso el aroma a tierra antigua era abrumador, decidió una vez más seguir adelante y conocer esta tierra tan extraña, el único problema que encontró a su voluntad, fue el mal calculo que hizo para dar el primer paso fuera de su cueva, ella empezó a caer y caer y parecía no tener fin aquel abismo, tal vez hubiese podido ver toda su vida ante sus ojos, como se podría suponer, pero lo único que pudo ver con claridad fue el piso de madera de su habitación, donde acababa de estrellarse, no con mucha delicadeza, debemos admitir, que estos sueños suelen ser muy vívidos después de ver tantas películas.


Maite Cita

domingo, 6 de octubre de 2013

La Raya Extremeña 2/3

    
Castillo de La Codosera
     Desde aquí seguimos hacia La Codosera. Pasando el pueblo sentido Portugal, tenemos un bonito castillo, que es propiedad privada, pero merece la pena verlo aunque solo sea por fuera. Además, desde la parte de la muralla que da al pueblo, tenemos excelentes vistas.

     Por la misma carretera, un poco más adelante, ya en el límite con Portugal, se encuentra la ermita de Nuestra Señora de Chandavila, precioso templo, rodeado de bellos jardines, dentro de un bosque de eucaliptos.

     Camino de Alburquerque, junto al río Gévora, tenemos otra ermita, la de Nuestra Señora de Carrión, grande y de un blanco impoluto, que resalta sobre los eucaliptos que la rodean.

    
Castillo de Alburquerque
Desde aquí, en lo alto de la sierra, divisamos el castillo y pueblo de Alburquerque. Una vez arriba, recorremos el barrio alto, encalado y de calles estrechas, con algunas puertas ojivales que recuerdan a las de Valencia de Alcántara. Hay algunos tramos de muralla bien conservados, con varias puertas de acceso muy bonitas.

     Y arriba, presidiéndolo todo, el magnífico castillo, larguísimo y bien conservado, con su estupenda Torre del Homenaje. Ahora no se visita por estar siendo acondicionado como hospedería, pero se trata de una contrucción tan buena, que es imprescidible disfrutarla aunque solo sea por fuera. Además, podemos hacer un recorrido circular por diversas sendas que rodean el perímetro.

    
Puerta de Las Palmas
Siguiendo hacia el sur llegamos a la capital, Badajoz. No es una ciudad que tenga fama por su patrimonio monumental, pero la verdad es que alberga cosas muy interesantes y variadas.

     Para acceder al casco antiguo tenemos que pasar por el largo puente romano que atraviesa el río Guadiana. Sus contrafuertes de forma piramidal y sus aliviaderos circulares le dan un toque especial.

     Cruzado el puente nos encontramos frente a la Puerta de Las Palmas, antiguo acceso a la ciudad, y quizás su monumento más conocido. De gran belleza, con sus dos torreones circulares, y distinta por cada cara.


Plaza Alta
La Plaza de España alberga su magnífico ayuntamiento, y la catedral, de gran belleza interior, con su imponente torre fortificada. Cerca se encuentra la Plaza de la Soledad, donde está la bonita ermita de la patrona de la ciudad, y justo enfrente, el edificio Giralda, cuyo nombre será perfectamente comprendido cuando veamos la forma que tiene.

     Desde aquí subimos a la Plaza Alta, que nos sorprenderá por su gran belleza y diversidad de estilos arquitectónicos que la conforman.

    
La Alcazaba
Entramos ahora a la alcazaba, del siglo XII, una de las joyas de Badajoz. La muralla tiene un perímetro de más de un kilómetro, y se puede recorrer por el adarve casi en su totalidad, gracias a algunas restauraciones. Presenta un buen número de torreones defensivos, destacando la torre de Espantaperros, de gran altura y planta octogonal, que da a la Plaza Alta.

     En el interior del recinto amurallado, se encuentra un palacio que ahora es el Museo Arqueológico Provincial, además de jardines con arbolado diverso.

     La alcazaba  se encuentra en un lugar elevado, lo que hace tener unas vistas buenísimas de la ciudad y del curso del río Guadiana en varios kilómetros.


Uno de los baluartes de Badajoz
Pero aún nos queda una sorpresa más en Badajoz. Su condición de ciudad fronteriza hace que halla sido testigo de muchas contiendas bélicas, motivo por el que conserva un conjunto de murallas, fuertes y baluartes de los siglos XVII y XVIII de gran valor, unos 15, que rodean el casco viejo. En muchos de ellos, lo que era el foso defensivo, ahora está arreglado como jardín. La muralla conserva algunas puertas en buen estado, como la del Pilar, formando también parte de este recinto la de Las Palmas.


EL RURAL
Licencia Creative Commons
La siguiente la pago yo por Rick, Diógenes de Sinope y Albert se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.