viernes, 10 de julio de 2015

Calorcito

Calor. Trabajo. Pereza. Y en mitad de la canícula, vientos de confusión. El tiempo sigue inexorable, cumpliendo su tarea. Nos aterran las fuerzas de la Naturaleza, con su violencia ingobernable. Pero es más efectiva la erosión casi imperceptible pero constante a que nos somete el tiempo.

Atrapado en plena calma en una especie de Mar de los Sargazos, compuesto por el cansancio y lo anodino. Levantando la vista al cielo en busca de la tormenta que me alimente. Incapaz de escribir, de soñar, con la máquina de la imaginación parada por sobrecalentamiento. Deambulando por la ciudad en busca de consuelo, resbalando la mirada por cierres metálicos de persiana que rezan “Cerrado por vacaciones”. Será que tengo los instintos en la playa, bajo la sombrilla del chiringuito.

Partidas de ajedrez en las que somos peones, y maldecimos a las piezas de la fila final que nos colocan al albur del destino para su protección. Sin caer en la cuenta de que ellas también son piezas, y serán sacrificadas para resguardar a un rey que, incauto, cree ser el amo del juego. Cuando el juego solo lo domina el tiempo, y no hay rey que resista cuando su tiempo termina. Y no hay posteridades, o, si las hay, son pura vanidad, porque en nada benefician al homenajeado a título póstumo. Solo queda, cuando las figuras vuelven a su caja de madera, este calor sofocante que es el dueño de todo cuando le toca. Y que regresará una y otra vez, a diferencia de lo que ocurrirá con nosotros.

Microcosmos nocturnos llenos de personajes de Capote o de Hammett, gentes que parecen haber mamado a Boris Vian y solo pueden pensar en escupir sobre las tumbas, y una pléyade de figurantes extranjeros cumpliendo con sus papeles de guiris, desde el cultureta oriental al británico etílico y escandaloso. Un sol omnipotente, el sol español de Luis Aguilé, pero encabronado, pavoneándose de su poderío por la plazas y los parques.

Ya ni siquiera odio el verano. Entregado a la fatalidad, como esos prisioneros de campo de concentración que asumen su destino, me quedo quieto tratando de pasarle desapercibido a Febo, como esos lagartos del desierto que han aprendido que no es bueno consumir ni un ápice de energía cuando Ra reina.


Por lo bajinis, entre dientes, me repito que llegará la noche, la lluvia y el invierno. Ahora toca sobrevivir rumiando venganzas.

lunes, 6 de julio de 2015

Perdido

Sentado en la terraza de aquel bar perdido en un barrio perdido de una ciudad perdida, con el calor cayéndole a plomo desde lo alto, contemplando el bodegón que componían un cenicero repleto de colillas, un platillo intacto de aceitunas y una copa de cerveza a medio vaciar, repasó mentalmente el estado de la situación.

Dio vueltas y más vueltas a sus pensamientos, a sus sentimientos, a sus emociones, a sus decepciones, a los abrazos y a las puñaladas, a los olvidos, a los recuerdos, a las sonrisas y lágrimas, a los hakuna matatatas y a los discursos motivadores. Agitó en su coctelera las despedidas, los amaneceres, las cristaleras y las ventanillas, se pidió disculpas por las molestias, se hizo promesas incumplidas de antemano y se decidió a tomar decisiones, parar empezar a dudar de inmediato y ofenderse con la duda.

Apuró la copa, pidió otra con ese gesto universal de levantar la mano, y volvió a sumirse en su insumisión. Se perdió el respeto, se perdió en el espacio, despacio, y se encontró sentado en la terraza de un bar perdido, en un barrio perdido de una ciudad perdida. La camarera le dejó la copa y una mirada desconcertada, un juicio de valor, se le supone, esa incertidumbre de no saber si el borracho de la mesa tres es un depresivo, un psicópata o un mercachifle de mirada turbia.

Empezó de nuevo el recorrido, haciendo una regresión para acabar enfrascándose en una disgresión solitaria, una ecuación de segundo grado, de tercer piso y casi de cuarto milenio. Ordenó su existencia por partes, partiendo, partes meteorológicos, partes informativos, modestia aparte. La temperatura no daba tregua y hasta las aceitunas abandonadas a su suerte en el platillo clamaban al cielo. Y como el cielo no les oyó, de sus pasos en la mesa respondió el cielo, no yo.

Hizo un cómputo de sus haberes y le salió una compota de sus deberes, “¡Acaba los deberes y luego ves la tele!”, parecía repetirle el cenicero. Se encendió otro cigarrillo y se le encendió un testigo de avería en el alma, de esos que aconsejan acudir al taller lo antes posible, a base de destellar incansables en el panel de rica miel, al que cien mil moscas acudieron, y sus penas y las moscas por golosas murieron, presas de patas en él. “¡Patas arriba, Vicente!”, le vino a la memoria, y esos veinte euros en la mesilla para que meriendes con tus amigos, y se le escapó una sonrisa entre esos dientes que ya no ajustaban bien, que las holguras no se producen solo en las entrañas, y no hay juntas que cierren las pérdidas, por más perdido que estés en un bar perdido, en un barrio perdido de una ciudad perdida.

Cuando el revoltijo de las ideas y la amalgama de las sensaciones y el descontrol de los sentimientos amenazaba con hacerle estallar la cabeza, con grave riesgo para el resto de la clientela de aquel bar, y no insistiré más en lo perdido, le empezaron a llegar los aromas de esas gentes a las que quería y de sus pequeñas y grandes victorias. Pírricas a veces, mancas como la de Samotracia en ocasiones, evasiones que son victorias y hasta estaciones Victoria repletas de trenes que les llevaban al lugar donde veraneaban sus sueños.


Se bebió lo que le quedaba en la copa, y recitó la plegaria de Anibal Smith, “¡Me encanta que los planes salgan bien!”, echó de menos un Cohíba robusto que encender, dejó veinte euros sobre la mesa de aquel bar perdido, en un barrio perdido de una ciudad perdida, y se perdió en la noche. 

domingo, 5 de julio de 2015

TERUEL: RÍO MATARRAÑA Y RÍO MARTÍN (3/3)

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     Nos dirigimos ahora hasta Escatrón para visitar el Monasterio de Rueda, construcción cisterciense a orillas del Ebro. Hermosa fachada e iglesia, alta torre mudéjar y claustro gótico son algunos de los tesoros que podemos encontrar en él, siendo parte del mismo una hospedería.

     Junto al río podemos ver un bonito molino harinero y una noria de 16 metros de diámetro, aún en funcionamiento, que antiguamente abastecía al monasterio sacando el agua y trasladándola por un acueducto de arcos góticos, y que sigue utilizándose hoy en día para riego de las huertas y cultivos de la zona.

     Justo al lado, por un puentecillo de madera, tenemos acceso a una isla en la que podemos hacer un recorrido circular de unos pocos centenares de metros, entre su abundante vegetación, con buenas vistas del monasterio, del complejo norial, la desembocadura del río Martín en el Ebro, y el largo azud de éste que deriva parte de su caudal hacia el canal que abastece el molino y la noria.


 
 Y es precisamente el valle del río Martín aguas arriba el que vamos a seguir a partir de ahora, entrando de nuevo en la provincia de Teruel. Pasaremos por Castelnou, Jatiel, Samper de Calanda, Híjar y Urrea de Gaén, pueblos que tienen un elemento común muy destacado como son las magníficas torres mudéjares de sus respectivas iglesias.
   
     A continuación llegamos a Albalate del Arzobispo, bonito pueblo, sobre todo la parte que da al río Martín, desde cuya margen derecha tenemos una hermosa vista del casco viejo, la torre mudéjar de su iglesia, el castillo-palacio en lo más alto, y el puente con arcos de medio punto sobre sus aguas. Una estampa de postal.

     Seguimos hacia Ariño, pero antes de llegar a esta localidad, pasamos por la ermita de Nuestra Señora de Arcos, ubicada en un espolón rocoso que solo tiene acceso por una lado.

     A partir de aquí, entramos en la Sierra de Arcos y en el cañón que forma el río Martín, una zona de naturaleza desbordante, con senderos señalizados para hacer senderismo, pasarelas de madera que lo cruzan, áreas recreativas, etc. También hay en esta zona un balneario.

     Una vez en el pueblo de Ariño, tenemos el Centro de Interpretación del Arte Rupestre, referente a las pinturas encontradas en distintos abrigos y cuevas de esta zona, en la que también se encuentran huellas de dinosaurio.
   
    Avanzamos en nuestra ruta, pasamos por Oliete, donde nos alejamos del río Martín, y llegamos a Muniesa para contemplar con detenimiento la extraordinaria torre mudéjar de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, de una belleza impresionante.

     Pasamos por La Hoz de la Vieja, pueblo situado en un estrecho paso entre rocas vigilado por una torre circular desde lo alto, y entramos de nuevo en el valle del río Martín para llegar a Martín del Río, donde encontramos un circuito de aventura con tirolinas, pasarelas colgantes y todo tipo de montajes anclados en los pinos para hacernos pasar un rato divertido.
   
     Y aquí terminaríamos esta ruta circular, ya que estamos cerca de Andorra, lugar donde la iniciamos. Pero como a mí me gusta siempre poner la guinda al pastel, vamos a visitar un lugar que queda a caballo entre esta zona, Teruel ciudad y la Sierra de Albarracín, lugares de los que ya hablamos en otras ocasiones. Se trata del castillo de Peracense, pueblo construido en la piedra rojiza abundante por la zona. Pero, si el pueblo es rojizo, no lo es menos el magnífico castillo roquero, llamativo por su ubicación, por sus grandes dimensiones, por su buen estado de conservación y por su bello entorno natural, plagado de rodeno, la piedra a la que nos referimos, con sus formas y color característicos.
   
     Antes de entrar tenemos la posibilidad de hacer tres pequeños paseos por los alrededores: uno de 500 metros consistente en subir a unos miradores con buenas panorámicas del castillo y toda la zona; otro de un kilómetro que recorre todo el perímetro del mismo; y otro un poco más largo, de unos 3 kmts., siempre alrededor del castillo, que nos permitirá observar distintas perspectivas de aquél y del entorno.

     Una vez dentro, en el patio de armas tenemos una interesante exposición de armas medievales de asalto a recintos amurallados, con sus respectivos carteles explicativos, y podemos subir al adarve de las murallas en algunos tramos.

     Accediendo a un segundo recinto tenemos un museo etnográfico ubicado en antiguas dependencias, y más armas de asalto al aire libre, además de un primer aljibe y restos de una necrópolis medieval.

    El último recinto está levantado sobre grandes rocas de rodeno que hacen de defensa natural, y se accede a él por una escalera de madera situada donde debió haber un puente levadizo. Aquí encontramos distintas dependencias señoriales y dos curiosos aljibes excavados en la roca. Una vez en lo alto de la Torre del Homenaje vemos otro pequeño aljibe, y aquí, en el lugar más alto del castillo, terminamos definitivamente nuestra ruta, deleitándonos con las extraordinarias vistas y el rojizo pueblo de Peracense a nuestros pies. ¡Qué manera más bonita de acabar!



     Saludos, y recuerden que Teruel existe.



EL RURAL
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