viernes, 14 de febrero de 2014

La fiesta arterial

Francisco estaba tomando la penúltima copa de vino tinto y aunque el borgoña y su sangre eran viejos conocidos, decidieron ese día hacer una gran fiesta; los glóbulos rojos recibieron alborozados la noticia y comenzaron a cantar. El jefe de todos ellos dirigía la batuta y trataba en vano que las voces afinasen a coro, el más chiquito, bastante inexperto en el arte de empinar el codo, alzaba su voz desafinada a niveles insospechados.
Uno de los glóbulos rojos con una copa de vino en la mano y sin derramar una sola gota, bailaba moviendo sus pies lustrando el piso de la arteria; los más flacos ensayaban alocadas piruetas arrancando el aplauso de la nutrida concurrencia. Mientras esto ocurría, los glóbulos blancos muy preocupados vigilaban atentos el lugar, advirtiendo sobre las terribles consecuencias que podrían suceder.
El sueño jugueteaba en sus pupilas y cansado por el devenir de las copas, Francisco detuvo la ingesta vinícola para dar paso a un humeante café doble que irrumpió altanero en el torrente sanguíneo, dejando perplejos a los glóbulos rojos y por demás satisfechos a los glóbulos blancos.
La negra infusión clausuró la fiesta y como por arte de magia las copas desaparecieron, los pocillos comenzaron a reinar con hirvientes carcajadas y los bailarines enmudecieron sus pasos, al compás de la semi amarga bebida. La mezcla etílica con café llegó a los riñones y de ahí su ruta fue inexorable. Francisco salió del maloliente baño sin saber que salía y llegó a destino, sin saber dónde estaba ni que había sido de él, en los últimos sin cuenta años.


Alberto Chara

jueves, 13 de febrero de 2014

El andamio

Sólo una vez  he  transgredido  la norma que yo misma me impuse ¿Sólo esa vez?
Cuando Luis se fue no me permití ninguna debilidad. Nada de tristezas. Sólo el rencor tuvo cabida en mi mente. Ocupé todas mis horas con las actividades más variadas. Llegaba a casa  rendida y me dormía de inmediato, sin pensar. Cuidaba mi aspecto con empeño. Si alguien me decía – chica, estás cada día más guapa, te ha sentado bien la separación- yo sonreía encantada y contestaba que sí, que estaba muy bien así. La gente me encuentra mejor, me decía, porque estoy mejor ¡Qué bien se vive sin esperar nada de nadie!, sola.  Y sin embargo hoy…
Salgo de la ducha y voy al dormitorio envuelta en la toalla, la dejo caer  y me observo en el espejo; detrás de mí, la ventana llena de sol. Debería sentirme satisfecha, mi cuerpo aguanta muy bien, la gimnasia ha logrado endurecer, alisar y mantener. Sin embargo estoy triste, mis defensas se derrumban, hago caso omiso al férreo plan –nunca desfallecer- y doy en pensar que es una pena que nadie vea ni disfrute este cuerpo casi perfecto.  -¿Es que lo domas y lo esculpes sólo para ti?- Estoy pillada, no doy con argumentos que rebatan esta maliciosa pregunta. Debe ser la primavera, razono angustiad. Pero algo irrumpe en el espejo, son las piernas de un hombre que no sé de dónde salen. Me vuelvo asustada y  trato de taparme con la toalla. Es una plataforma que baja de los pisos altos. Ahora ya no son unas piernas sino un hombre entero que, detenido frente al cristal de mi ventana  hace algo en la fachada. Voy a bajar la  persiana y…lo pienso mejor. -¿No te quejabas de que nadie podía ver lo rotundo de tus caderas, la delicada línea de la cintura? , pues no seas mojigata, ahí tienes un albañil bajado del cielo, es como una respuesta a tu queja,  tonta serás si lo desaprovechas-  Ha sido suficiente ese instante de vacilación para que el oportuno visitante cese en su actividad manual y se dedique, ojos y boca bien abiertos, a observarme con avaricia. Así que abandono la toalla y pregunto al muchacho que qué mira
–Perdone, contesta el chico confuso.
–Qué pasa, ¿es que no te gusto?
–¡Caray, señorita, está usted buenísima!
–Pues entonces pasa, que entra frío.
El chico vacila, quizás piensa que le tomo el pelo.
–Venga, no pierdas tiempo.
 Y  pasó. Bueno… ¿Quién no se ha saltado la norma alguna vez?


Max

Desahogo compartido

Se conocieron por casualidad en un bar de copas de esos donde todos los gatos son pardos y las chicas princesas. Les presentó un amigo común. Él supo que habían conectado en cuanto dijo una tontería, la típica broma neutral, y ella mostró un coro de dientes perfectos con carcajada en do menor.
Los granos apenas habían desaparecido de sus caras, aunque ya tenían carné de conducir y tarjeta con números rojos a fin de mes.
Unas cervezas ablandaron las palabras, los gestos perdieron la vergüenza y las manos buscando caricias encontraron besos con lengua.
El pensó que sus labios eran carnosos y comestibles, olía a champú de cielo abierto, y una peca solitaria flotaba como una isla con tesoro en su cara de nácar… Ella no pensó nada y se dejó llevar.
Resbalar por su orilla y alcanzar su ladera. Ansia incontenida. La copa a medias y veinte minutos después de la media noche un taxi en la puerta para llegar a un hotel de esos que viven de espaldas a la ciudad y no hacen preguntas. Subir a empujones por una escalera con el eco de risas vacías de contenido. La llave que cae, el pomo que tiembla. Traspasar el umbral y barra libre de salivas antes de arrancarse la ropa interior. Valles y mesetas en perfecta armonía, un borrón de alientos y gemidos sobre una cama extraña. Respiraciones agitadas, prisas por llegar al fondo, deseos desatados, espasmos febriles, fusión nuclear y un destelló de luz celestial como el de una bengala que se va consumiendo mientras cae al suelo con un cartel de “The End”.
Olor a pólvora quemada y de nuevo vuelven a ser dos desconocidos.
Función sin aplausos, ni bravos, ni champán con el que brindar. Una ducha y dormir junto aun trozo de carne del que no recuerdas ni el nombre, caliente por fuera y frío por dentro como un filete congelado a medio freír.
Y a la mañana siguiente se abrazan a ese cuerpo y vuelven a recorrer sus lindes a millones de kilómetros, más por las formas que por las ganas. Recogen la ropa diseminada por la pasión pretérita y con una mueca forzada esbozan un adiós de plástico.
Sólo queda hacer una muesca más en la culata del revólver y contar la hazaña en twitter.


José Luis García Solana

miércoles, 12 de febrero de 2014

Espera

Lo primero en marcharse fue tu nombre, el par de aros que te compré en la feria, el pelo rojizo que no te atabas ni te peinabas. El verano acabó y como a una señal acordada a mis espaldas todo lo demás, todo aquello entre lo que yo te buscaba, empezó a despedirse.
Se fueron los turistas, llevándose sus souvenirs. Se fueron los rayos del sol y le dejaron lugar a las nubes. Se fueron los niños con sus madres.
Discurrí en silencio por el hotel y presencié como los empleados cerraban un ala entera para no tener que limpiarla, corrían las cortinas, cubrían los muebles, luego se marcharon. Se fueron también las gaviotas a otras playas, se fueron los días urgidos por las noches, las luciérnagas se apagaron.
Esperando que vuelvas veo lo demás irse. Cuando lo hagas, cuando regreses, no te será difícil encontrarme. Estaré en medio del espacio que abandona todo lo demás.
Se fueron las canciones que ya nadie cantaba, se fue el olor a eucalipto pero no se adónde.
Me siento en la puerta del hotel a ver la procesión de cosas que se van por el camino. Sale el conserje y me mira satisfecho, soy su único pasajero. Los demás se han ido.
 – ¿Qué va a hacer ahora que el pueblo se clausura y todo se detiene?- me pregunta y sus palabras se elevan en el aire antes de ser succionadas hacia el lugar donde todo se va.
-Qué voy a hacer... nada.
Me sonríe amable antes de irse él también.
-No haga nada, pues.
Se fue la luna blanca a inspirar mareas lejanas, se fue hasta el último perro, el único que se despidió cortes al pasar frente a mí.
Ya no espero, empacaron los verbos también. Soy una palabra solitaria en un renglón vacío.
Espera.
Se va el mar, se lleva tus huellas en la arena.


Diego Marcalain  

martes, 11 de febrero de 2014

Alerta roja

Mientras el señor F observaba la palanca empotrada en la pared, roja y tentadora, del sistema de alarma contra incendio que instruía a los usuarios de la biblioteca, en alemán y mandarín, sobre cómo operarla en caso de emergencia, pensó –ahora tenía la palanca en la mano- que si en ese instante sufría el infarto cuya inminencia venía previendo de unos días hacia acá, lo más seguro era que caería con la palanca en la mano, apretada en el último estertor, con el último aliento, lo cual desataría un operativo descomunal tendiente a proteger los cientos de miles de volúmenes de la biblioteca. Algunos de los usuarios presentes morirían víctimas del operativo, lo cual carecía de importancia frente a la posibilidad de algún libro quemado.
Entonces decidió masticar la pastilla que su cardiólogo le había recetado.
Tan pronto terminó de deglutir el medicamento, miró en derredor y esperó el momento en que alguno de los presentes se le acercara para agradecer su gesto bondadoso, pero nadie se fijó en él: las lecturas, los lectores, los libros, las revistas, los pasos tímidos sobre el mármol de la sabiduría, siguieron su curso indiferente. Nada.
En la normalidad siguiente se ve al señor F dirigirse a los sanitarios dispuesto a vomitar la pastilla.


Amílcar Bernal Calderón 

Sin título

Ha sido ahora, al poder imprimir los recuerdos, cuando por fin se ha podido conocer la realidad verdadera. Antes de los recuerdos ya podían materializarse en papel las imágenes que aparecían en los sueños aunque, sabiéndose el carácter usualmente fantástico y descontrolado de estos, las imágenes resultaban menos interesantes, ya que soñarse podía soñarse cualquier cosa, incluso sin querer, aunque la invención también depediera de nosotras mismas las personas, pero los recuerdos, verlos sí que era maravilloso, eran tan diferentes de lo que se había visto que por fin se pudo saber cómo el mundo era.
Por cierto que existe el recuerdo del mundo en su conjunto. Tiene forma de coma.


Condesmesura
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La siguiente la pago yo por Rick, Diógenes de Sinope y Albert se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.