sábado, 13 de abril de 2013

Coleccionista de frases

Cuarto Accésit del II concurso de relatos hiperbreves ma non troppo 'La siguiente la pago yo'




Yo solía coleccionar frases. Frases absurdas que no significan nada. Que no sirven para nada. Que no ayudan a nadie. Frases que cortan y pinchan y se transforman y duelen y luego se olvidan de puro inanes. Frases que oía en el metro y en la parada del autobús y en la cola del cine y en el puesto de la carne. Frases como cuarto y mitad, dos para la sala cinco y dónde está el baño, pásame la sal, córteme solo dos dedos, me lo envuelve para regalo, esto no es lo que parece...
Decidí aprenderme estas frases. Aprenderlas todas de memoria y usar únicamente estas frases para comunicarme. Cada día metía frases nuevas en un sombrero y escogía a suertes diez o quince para utilizarlas a lo largo de esa jornada. Si alguien me decía, por ejemplo, tengo entradas para el teatro yo respondía: “te acompaño en el sentimiento”; si me paraban por la calle para preguntarme la hora yo decía “hay que dejar que el viscolátex se expanda”. El día que me atracaron me tocó decir “me gustó más el libro”. Cuando me encerraron en una institución psiquiátrica, aun atiborrada de pastillas acerté a decir “el mío lava más blanco” y “a eso hay que añadir el establecimiento de llamada”. “Anda, dame, que tú no sabes” – les espeté mientras me ponían la camisa de fuerza – “como no te calles te callo”, “por favor, ¿la plaza de Las Descalzas?” ; se ve que se me soltó la lengua debido a los efectos del electroshock. Una vez vinieron los de España Directo al hospital para indigentes mentales en el que me hallaba recluida y creo que les quedó un bonito reportaje.
Yo había adelgazado como doce kilos porque los psicoterapeutas me acribillaban a preguntas en las sesiones de terapia y a mí me llevaba cada vez más tiempo y energía aprenderme la enorme cantidad de frases que necesitaba para responder a todo lo que me preguntaban, y esto apenas me dejaba tiempo para comerme los purés. Y es que otras virtudes no tendré, pero no me gusta ser descortés ni antipática ni tan desconsiderada como otros pacientes que no responden o se dan la vuelta cuando les hablan; algunos incluso llegan a agredir a los médicos en medio de una sesión.
Yo no. Yo respondo a todo. Si me preguntan que cómo me encuentro esa mañana les respondo que siempre voy como un reloj, si se sorprenden porque no tengo familiares o amigos que puedan venir a visitarme les digo que los niños son como los borrachos, que siempre dicen la verdad; cuando me preguntaron qué pretendía robando un cuchillo de la cocina y escondiéndolo debajo de la almohada yo les dije amablemente que mi gato sabe latín.
Me gustaría seguir escribiendo pero hace ya días que los terapeutas decidieron quitarme las hojas, el bolígrafo y el sombrero; hace ya días que nadie se molesta en escuchar mis sentencias.
Hoy se intuye un precioso día soleado a través de los cristales oscuros del furgón, y cuando pregunto que dónde me llevan el conductor de la ambulancia me responde sonriendo que hay que añadirle una aspirina al agua de las rosas.

Luciana Pereyra Agoff

viernes, 12 de abril de 2013

Reportaje gráfico: la tripulación

Y para terminar, toda la tropa que organizó el cotarro, especialmente todos los amigos del James Joyce, que son de primera. ¡Ah, y si alguien hizo más fotos, que nos las mande y las publicamos!














La lección

Tercer Accésit del II concurso de relatos hiperbreves ma non troppo 'La siguiente la pago yo'




La primera vez es la mejor. Eres una tabla rasa a la vida. Apenas sentirás dolor porque, probablemente, ni siquiera sabrás que lo tienes. Pero morirás de todos modos. Auguro que ahogado tratando de buscar la verdad de tu reflejo. No te sientas mal. A casi todos nos pasa lo mismo. Pero es a partir de ahí donde la cosa se complica y bastante.
La segunda vez… Aquí ya caminas con miedo. Con dudas. Y lo único que quieres es volver a confiar en ti, en la vida y en los demás. Y ese será tu segundo error: La confianza. La depositarás en quien no debes tan pronto y tan rápido que de su mano vendrá tu muerte. Dolerá en el cuerpo y en el alma. Pero de ahí aprenderás.
Ya con la sombra de la amargura arraigada volverás a buscar el sol. Saldrás a la aventura. Y el mundo te ofrecerá tantas que no sabrás por cual decantarte. Y mientras la buscas, te entrará hambre. Mucha. Pero no pedirás comida ni ayuda. La robarás. Y ahí aprenderás a respetar las leyes porque morirás a manos de alguien más grande, peligroso y hambriento. Aprenderás contra quien se puede luchar y por qué.
Y así estarás listo para la cuarta muerte. Y es precisamente por lo anterior por lo que te creerás preparado. Sabrás sufrir y sabrás desconfiar. Sabrás luchar y retirarte. Pero no sabrás el momento. No te atreverás a afrontarlo. Tus tribulaciones te llevarán a pensarlo todo demasiado. Y un día una sombra te atropellará antes siquiera que sepas que la proyectaba. Es la cuarta muerte. No es la mejor, pero es parte del trayecto.
La quinta será por amor, de eso no me cabe ninguna duda. Su rumor ya te habrá llegado y querrás saber de qué se trata. Lo aprenderás de la peor forma posible. Subiendo alto en sus brazos y luego cayendo al más profundo de los abismos cuando te suelte. Aún así puede que esa caída la hagas con una sonrisa en los labios. De ti dependerá que haya valga la pena tu quinta muerte.
¿Y de la sexta vez? ¿Qué te puedo contar de esta? Aquí morirás tras vivir de verdad pues, llegados a este punto, toca brillar. Agarrar la vida por el cuello y pedirle explicaciones. Pedirle risas y felicidad. Pedirle retribución. Y ella te dará a ti mismo. Simple y llanamente. Y ahí es cuando serás el mejor en lo que decidas serlo. Pero cuando más lo estés disfrutando, de repente, alguien apagará la luz por sexta vez. Procura que en esta ocasión no te lleven sin nadie a tu alrededor. Procura dejar huella.
-¿Y qué hay de la séptima? –preguntó el hijo a su padre por su última muerte.
Este, un gato negro con la vida marcada en el rostro, le sonrió con gentileza.
-A esas alturas tendrías que habrás aprendido lo suficiente para que no te importe…

José David López Gambero

jueves, 11 de abril de 2013

Reportaje gráfico: la fiesta y los amigos

Aquí, algunos de los que asistieron. Hubo más, pero ¡escaparon de la cámara!
































Reencuentros

Segundo Accésit del II concurso de relatos hiperbreves ma non troppo 'La siguiente la pago yo'


De todos es sabido que no siempre las relaciones tienen el final que deseamos; Raquel  no terminó tomándose muy bien que no quisiera continuar con la ella, pero conocer a alguien siempre tiene ese inconveniente, o no es lo que te esperabas o simplemente no es la persona con la que quisieras pasar el resto de tu vida. De todos modos me llamó hace un par de días para devolverme algunas cosas que había olvidado en su apartamento, decidimos quedar en la cafetería de siempre, la de los ceniceros atestados de colillas y un café que invitaba a no preguntarse cómo lo hacían…
Estaba entretenido con un periódico mientras esperaba; al escuchar abrirse la puerta levanté la cabeza para ver si se trataba de ella, aunque lo primero que atrajo mi mirada fue un corto vestido azul  decorado de dos piernas larguísimas que no me resultaban desconocidas, que acompañaban al resto de Raquel; traía una pequeña caja con unos discos y alguna sudadera de esas que terminan siendo parte del algún pijama, la invité a sentarse y entablamos la típica conversación de “¿Cómo te va?  y ¿Qué tal todo?...” Algún licor ayudó a mejorar la charla, que al principio era bastante embarazosa. Sinceramente pensaba que sería una situación más de trámite que otra cosa pero después del cuarto cubata y una que otra mirada cómplice terminamos en su apartamento con alguna excusa absurda que ni recuerdo; quizá no fue una decisión muy acertada, pero de eso y de la típica resaca que te deja el DYC con pepsi me daría cuenta la mañana siguiente.
Desperté con la boca pastosa y la cabeza un tanto embotada, nada sorprendente, la verdad, cuando al abrir los ojos me encontré con Raquel sentada en una esquina de la cama, con una camiseta muy corta de un personaje de Disney que no conocía, mientras las revueltas sábanas apenas le cubrían las piernas, una estampa a la que sin duda cualquier hombre se acostumbraría ver todas las mañanas. Antes de poder comentárselo dijo en tono serio aunque sin ningún deje de reproche:
- ¿Aún me quieres?
Existen preguntas que son capaces de crear silencios por sí mismas y que además deberían de ir acompañadas por una planta rodadora, me dije para mí mismo, mientras me reclinaba sobre el cabecero de la cama y mirándola, ahora sí, con más atención; contesté.
- En verdad me resulta difícil decirte que no.
- ¿Y serías capaz de hacerlo?
- Quizá, pero primero deberías de bajar el arma.

Francisco Javier Cano Zamora


miércoles, 10 de abril de 2013

Reportaje gráfico: el acto

Aquí os dejamos unas pocas afotos que dan una idea de cómo se culminó el acto. Gracias a Edu y a Gema, que son los que hicieron la mayoría de las fotos. Si alguien tiene más, que las comparta, porque compartir... no es lo mismo que simpartir.























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