sábado, 22 de junio de 2013

Quimera


Temía a la noche porque en la noche, entre las sombras, era cuando acechaban los fantasmas. ¡Ojalá aquello fuera una película de terror!, pero la quimera de la ficción no era sino una realidad. Monstruosa y cierta. Las vio. Con sus andares felinos. Caminando, deliberadamente, como si se deslizaran. Con sus bocas sanguinolentas y los ojos enrojecidos, inyectados.  Ruido  estruendoso. Sentía una sed implacable. Salivar no tenía más efecto que recrudecerla. Necesitaba imperiosamente beber algo, pero estaba muy asustado. ¿Y si lo descubrían cuando intentase satisfacer su natural necesidad? Era preferible quedarse agazapado, oculto en la penumbra, confiando en que no le traicionase el castañeteo de sus dientes, aunque tal vez aquellos pavorosos ojos ribeteados por la más espantosa de las tinieblas fuesen capaces de ver en la oscuridad y lograsen encontrarlo, por más que él tratase de esconderse, procurando pasar inadvertido tras la columna. A fin de cuentas, no eran más que unas horas. Angustiosas y eternas, pero unas horas. Estaba absolutamente paralizado, incapacitado para efectuar el más mínimo movimiento. Y aquel horrible ruido taladrándole la cabeza. Amenazando con quebrarle desde el interior todos los huesos. ¿Por qué no había hecho caso de su instinto y se había quedado en la confortable y cálida protección de su cama? Maldijo a aquel que tanto le insistiera en que el mejor modo de vencer a los miedos era enfrentarse a ellos. riaturas pareció descubrirlo.Ssjor modo de vencer los miedos era enfrentarse a ellos A ser posible, de un modo drástico.
De pronto, una de aquellas horribles criaturas pareció descubrirlo. Sus pasos de muerto viviente tomaron una dirección inequívoca. No había escapatoria posible. Estaba perdido. Irremediablemente condenado. Aquel ser de la oscuridad se le acercó a una distancia muy lejana de lo que hubiera sido prudencial. Aquel horripilante ser de la oscuridad apoyó su mano mortecina de dedos largos acabados en unas aún más largas uñas sobre su brazo de piel erizada. Aquel ser abrió la boca mostrando unos dientes que a él le parecieron capaces y dispuestos a despedazar a cualquier ser vivo. Aquello, con voz enronquecida habló: “Hola, soy Raquel, jamás te había visto por aquí”. Diagnóstico certero: Ginefobia.

Mónica Rodríguez

viernes, 21 de junio de 2013

Pez gordo


Algo raro había en el aire. Cada vez que respiraba sentía ruido a agua, como si estuviera dentro de un río o del mar. Esa mañana se levantó a buscar trabajo, se puso el traje gris y la corbata azul. Llegó a la entrevista, pero el sonido le preocupaba.
- El puesto es tuyo, empezás mañana. - le dijo la secretaria.
En ese momento sintió un pinchazo en la boca y abrió los ojos. Un tipo lo levantaba para marcarlo, tomarse una foto y lanzarlo de nuevo al agua.

Eduardo Vardé

jueves, 20 de junio de 2013

Planificación familiar


Que Dios, todos sus santos y Giselle nos perdonen, pero ya no había hambre para tantas bocas. Y cuando se quedó preñada por tercera vez, hubo que tomar medidas, y no precisamente para un ataúd, un traje de novia o una cuna. No: medidas inteligentes ante la crisis.
Hacerle una ligadura de trompas era, según el Padre Tomás, tan pecaminoso como un aborto. El alma habita en cada espermatozoide, incluso antes de fecundar al óvulo. Tampoco se podía ir exigiendo la castración de los vecinos. Así que mi hija mayor escribió el anuncio y se encargó de distribuirlo por Internet. Encabezado por una foto de Giselle dando de mamar a sus quintillizos, apenas dice:
“Se venden  cachorros auténticos de Doberman, originarios de perra checolosvaca. Sanos y con microchip. Precio a convenir. Tel. 190235". Con la ayuda de Dios, no nos faltarán respuestas.

Evangelina Salazar

miércoles, 19 de junio de 2013

La vida


Mientras la oscuridad continúa, espero. Me pregunto, cuanto veneno sería capaz de soportar mi cuerpo. Si el tóxico es leve ¿sería posible disfrutar?
     “En el momento de nacer, comencé a morir”. Es un tópico típico de los momentos pseudofilosóficos de tres o cuatro de la madrugada, con un rulante cigarro liado de mezcla levemente tóxica en una mano, un litro de cerveza espumosa en la otra, las posaderas en una sucia acera, y los oídos en una vieja música de los años 70.
     “En el momento de nacer, comencé a morir”. Después la mirada baja al suelo, los brazos quedan colgando de las rodillas, pero sin soltar ninguno de los dos objetos que han ayudado a pronunciar la profunda y liviana frasecita de marras.
     Los ojos se cierran unos segundos y la música se funde en el cerebro, que lejos de detenerse, funciona a mil por hora. La realidad se torna leve, superflua, estándar, poco interesante. El olor del perfume de la chica con la que he comenzado la fiesta, penetra mi nariz enamorándome por quinta vez en la misma noche.
     —Que rule, tío… —comenta la chica arrastrando las palabras.
     Yo le acerco lentamente el arrugado papel relleno de risa tonta, después de dedicarle una profunda aspiración a su parte trasera. Ella lo coge, repite mi gesto y, rodeándome con un brazo los hombros, me susurra profundamente al oído:
     —Si  en el momento de nacer, comenzaste a morir, eso quiere decir que la vida es un autentico veneno, que te mata poco a poco, te arrastra de dolor en dolor, te sangra y araña tus entrañas.
     —¡No jodas!
     —Sí tío sí. Pero ¿sabes lo peor de todo?
     —No, pero creo que me lo vas a decir
     —Sí. Lo peor de todo es que engancha. Es la droga más dura.
     —¡Uf…! —es lo único que acierto a decir– Qué jodienda…
     —Toma, fuma —me invita. Le hago caso.
     Fumo, bebo y vuelvo a fumar. Siento que todo funciona, mientras no ande nada. Siento que cuanto más me acerco a esa chica, más me alejo de mí. Y eso me gusta. Y siento que ella siente… lo mismo.
     —¿Tus amigos? —pregunta. Levanto la cabeza, miro alrededor. Nadie. Sonrío, bebo un trago. La miro. Es preciosa. La beso, me besa.
     —¿Follamos?
     —Claro.

Toño Díez

martes, 18 de junio de 2013

Otra noche - Sueño nostálgico


Otra noche, en otro país, un país de África profunda.
Una noche pasada corriendo en auto por los barrios de una ciudad adormecida, con un soldado de la guardia presidencial, que para agradecerme quería regalarme un mono de comer. En la vida real, por suerte, el soldado no pudo encontrar el mono, que sus familiares habían consumido ya. Pero ahora, en mi sueño, yo distingo claramente la piel negra y la cabeza del animal, y sus ojos vítreos, apagados, mirándome divertidos de un pasado que siempre está presente.
Tal vez ahora me arrepiento de no haber parado en ese rincón de paraíso. Tal vez, por supuesto, como todas las cosas en la vida, ese mundo podía ser experimentado sólo entonces, en el momento adecuado: no podría durar ni más ni menos.
Hoy en día, aquella ciudad ya no existe, se ha convertido en un inmenso campo de ruinas, y cada día por las calles entran en colisión bandas de niños armados, como los ejércitos de un juego de rol. No es un juego, por desgracia, pero la dura realidad de la vida cotidiana, fundada sobre la base de las balas, más que del pan.
Desde hace tiempo, los amigos se han perdidos, cada un ahogado en su propio mundo cotidiano. ¿Quién sabe dónde estarán, en este momento?

Alberto Arecchi

lunes, 17 de junio de 2013

Cien céntimos por un beso


-¿Papá, papá, cómo se puede pagar con dos euros coma cien?
-No lo sé...
Iban a dar las nueve de la mañana. Un padre llevaba a su hijita a la escuela mientras el aire los azotaba, intentando empujarlos al suelo. Una lluvia fina cubría sus capuchas; una, grande pegada a un abrigo voluptuoso, la otra, adecuada para la cabecita de una niña de cinco años.
-Es que si son dos euros coma cien… -papá estaba irritado, era evidente. Puede que porque no se comió las acelgas ayer por la noche, o por asuntos que él llamaba “cosas de mayores”.- Pues, si son dos coma cien euros – la niña hizo una pequeña pausa-, ¿se puede pagar con dos euros y luego dos monedas de cincuenta céntimos, no? - los ojos se le pusieron como platos, esperando la aprobación del padre tras su descubrimiento-. Así se hacen cien céntimos ¿no?
- No lo sé –la lluvia se empapaba de indiferencia.
 Ahí concluyó la conversación, padre e hija continuaron mudos, dando protagonismo a los típicos ruidos urbanos; coches, bicicletas, pájaros madrugadores, pisadas de peatones que chapoteaban sutilmente contra el suelo encharcado... hasta la lluvia, débil esa mañana, se hacía escuchar como si fuera una sinfonía entre el silencio que separaba a la pareja.
Mientras caminaban, la niña lo miraba con cara de extrañeza. Nunca antes lo había mirado así, pensó, pero no podía apartar sus ojos de ese desconocido disfrazado del padre que, pocos años atrás, le había dicho que la quería mientras la besaba.
 Deseaba preguntarle mogollón de cosas, como: ¿Por qué ya no juegas conmigo?, ¿Ya no me quieres?, ¿A dónde se fue mamá?
Pero en fin, una niña no lo entendería, porque son cosas de mayores.

Olaia Andueza Ruiz

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