viernes, 28 de marzo de 2014

Reflexiones gatunas de un felino sobresaturado de cariño

Ya está aquí la cansina otra vez. ¡Que no me toques! Que estoy muy bien tumbado encima del cojín durmiendo para que tengas que venir a pasarme la mano por encima. ¿Tú estás muy falta de cariño, eh? Déjame dormir. Ni se te ocurra hacer como siempre y cogerme en tus brazos, ni mucho menos pegarme a tu pecho. Odio el olor de tu perfume, que lo sepas. El día menos pensado me voy a ir. Y te arrepentirás de haber sido tan pegajosa.
Y no me he ido ya porque… Bueno, no sé por qué… Pero desde aquel fatídico día… No sé como pudiste hacerme eso, tía plasta. ¿A quién se le ocurre ponerme un disfraz? Y encima de abeja… con alas y todo… y lo peor fue que encima tú tenías un disfraz igual. Nunca me he sentido tan humillado en la vida.
¿No te he dicho que no? No me cojas. No. No me acunes, no soy ese hijo que tanto deseas, pero que no puedes tener porque eres tan cargante, que ninguno de los que ha pasado por aquí a quitarme el sitio en la cama se ha quedado más de dos semanas. ¿Te he dicho que estaba muy tranquilo durmiendo? ¿Estás sorda o qué? Que cruz. ¿No tengo ya suficiente sufrimiento con esa barata comida seca que me pones? Y la verdad, no lo entiendo, porque te pasas las noches viendo esas ridículas series en la televisión y en los anuncios sale comida decente. Para “gourmets” dicen. No prestas atención a lo importante, ¿verdad? Bájame ya, me cansas. No sé cómo tengo que decírtelo.
Lo tengo decidido. Me voy a ir. No te soporto más. Bájame a la cama. ¿Vas a hacer que me retuerza para que te des cuenta de que quiero que me dejes en paz? Eso es. Me retuerzo, me retuerzo, me retuerzo… ¿no ves que me estoy retorciendo? Por fin. ¿Te cuesta, eh? Pues ya está. Me voy. Aunque… Mejor será que duerma un poco antes. Y que después coma algo, claro, no me voy a ir con el estómago vacío. Y luego quizá vea un rato la televisión, que hoy dan Anatomía de Grey. Creo que mejor me voy mañana. Cuando duerma esta noche. Y cuando coma algo para desayunar. Y aprovecharé que estás en el trabajo y que no andas por aquí enredando para jugar un rato con la cortina. Y luego me echaré la siesta y merendaré. Y mañana dan Callejeros y debería verlo por si sale alguna minina graciosa. Y… tengo sueño, voy a dormir. Pero que conste que cuando menos te lo esperes, me voy, que ya no te soporto…

Antonio Armero Mateo

jueves, 27 de marzo de 2014

Alegría

Tres minutos, andando rápido, de la linea verde a la azul.  Me posiciono bien delante de las puertas  y esquivo ágil a los ancianos y turistas escrutando el mapa. En el pasillo color entraña un músico regala con su flauta el fragmento que sabe tocar del Himno a la Alegría, cuyo clímax se funde otra vez con su comienzo, y otra vez, y tal vez me llegará dos veces más antes de alcanzar la escalera. 
Beethoven me acompaña en el andén, descontando los cuatro minutos veintisiete segundos marcados por el panel informativo.  Freude schöner Götterfunken. Dum di dum.  Todavía hay tiempo – si no se retrasa el tren, si el contrareloj no me vacila llegando a veintinueve segundos para luego añadir un minuto, o dos.
Freude schöner gotterfunken, por dios, que venga.  Serían diez o doce minutos de Sants a Cornella y otros ocho si acorto por detrás de los pisos de protección oficial, cruzo delante de la Policía Local, y aún podría llegar a tiempo si hay suerte negociando la rotunda.  Wir betreten feuertrunken himmlische dein Heiligthum, y no sé yo, pero yo lo he cantado ya tres veces y no llega el puto tren.
Tendría que haber llamado. Quedo peor llegando tarde y sin avisar.  Hay tiempo, joder, pero ¿por qué no podría haber salido antes?  ¿Por qué me tuve que quedar hasta el último minuto haciendo este puto trabajo del que quiero escapar?  Freude, freude, será que en el fondo me quiero quedar en donde estoy achantando el culo y quejándome de tener que hacer el trabajo que me corresponde, como hacen los demás.  Deine Zauber binden wieder. Was die Mode streng geheilt.  Será que a este reloj le pasa algo.
¡Y la gente esperando tan tranquilamente! Por eso estamos como estamos en este país, y por eso tenemos los servicios que tenemos.  A los que queremos cambiar algo siempre nos fastidian, nos agobian y al final nos agotan para que ellos se queden tan contentos en sus burbujas de rutina mediocridad. Me cago en el metro y en la alegría.  Alle Menschen weren Brüder, wo dein sanfter Flügel weilt.

Simon Leonard

miércoles, 26 de marzo de 2014

El banquero

La gente se sienta en los bancos pero también los abuchea. No deja de ser curioso, nos dan descanso y a la vez nos ayudan a liberar tensiones con gritos, patadas, insultos, lanzamientos hortofrutícolas, etc…
Me gustaría tener un banco para ser banquero. Ganar dinero es mi pasión. Quiero llevarme el banco a ver un partido de fútbol, pasearlo por la ciudad, que disfrute de las maravillas de la vida. Me lo voy a llevar a Mónaco o a las Islas Caimán porque seguro que allí se tiene que ser  inmensamente más feliz.
La gente reacciona de diferentes maneras desde que soy banquero. Algunos me sonríen levemente desde la distancia, otros murmuran y saludan con desdén, pero la gran mayoría me hace un ostentoso corte de manga, supongo que por la gran afición, que hay en estos tiempos, a los cómics japoneses.
Mi banco y yo somos muy felices juntos. Por las mañanas al despertar abrimos las puertas a todo aquel que en nosotros confíe y sin mediar palabra, embelesados, con los brazos abiertos, recibimos todo su amor.
Soy banquero de profesión. Quiero dar y recibir, soy versátil, aunque prefiero recibir. Puede parecer egoísmo, pero no lo es, simplemente no tengo nada para dar. En cambio puedo recibir todo lo que me quieras dar, porque yo siempre tengo la mano tendida, con pinzas, para que no se la lleve el viento.
Desde que soy banquero disfruto tanto de la vida que ya no recuerdo las penalidades que llegué a pasar cuando era una persona anónima, sólo un trabajador, cuando pasé a ser un parado, un poco más tarde un desahuciado y ahora un sin techo. Un banco me lo quitó todo, pero ahora tengo un nuevo banco, del que soy dueño, aunque sólo sea por las noches.


Abeja negra

martes, 25 de marzo de 2014

Cabreros del Río

La luna de verano se siente baja y grande como la casa de pueblo de Cabreros del Río. María, sentada en la banqueta del porche aspira el delicado perfume del círculo de luz que la descubre. Huele a cebada, a tomillo y a nata fresca.  Se levanta, anda veinte pasos, pellizca traviesa un árbol y se llena los bolsillos de dulces cerezas amarillas. El aroma es brillante, como si la fruta riera a carcajadas; limpio, al igual que los pulidos vestidos de plata de los Fórmula 1.
De noche, el sueño le ofrece el volante. Cada vuelta, igual en el circuito, es lírica del motor que se abre en fuga: atiempo impermeable al juego ajeno del debes. De día, la carrera termina y su vuelta obligada le abofetea la cara, todavía roja de luz alada. En la oficina su jefe secciona cada segundo con una precisa tijera-cronómetro. “Y da gracias por tener un trabajo” resuena sin parar en su miedo al hambre. La todopoderosa Dadeicos ha decidido que para ella los coches: utilitarios; y los sueños: instrumentos para rendir más y mejor durante la jornada. Su nombre femenino, dicen, dificulta el amor por la velocidad y la fuerza de los Fórmula 1.
María empieza a soñar cada noche durante ochenta segundos más que la anterior con los coches amantes del viento inventado. Tanto es así, que un día ya no despierta. Nadie de la casa, ni su madre, ni su padre, ni su hermano, ni el perro, ni la tele en plena discusión del corazón, pueden traerla a la consciencia. Viene el médico a visitarla, y nada; viene el párroco, y menos; viene el curandero, y parece que… pero no, María no despierta. A partir de entonces su caso es, primero, fuente de cavilación y duda para Cabreros del Río; después, los medios de desinformación lo convierten en manjar oscuro de Máxima Audiencia.
Y así corren tres meses y veintisiete días exactamente. El día veintiocho del tercer mes María recibe una visita por la ventana dormida: es el cerezo de la huerta. A la mañana siguiente, María despierta y siente dos cerezas amarillas por pendientes. Se las quita, las mira, sonríe y recuerda que mientras dormía era piloto de Fórmula 1.
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Pasan quince años y cambia varias veces de trabajo. Ahora, su vida transcurre feliz entre el sonido del tractor y las faenas del campo. Cuando el cielo se pinta de malva y de naranja orgulloso María visita al cerdo del corral que se ilumina de placer chocolate al saborear las ciruelas redondas que ella le da: fruta amarilla picoteada en la merienda instantánea de un pájaro travieso.
Durante todos estos años, María ha decidido dar voz a su pasión por los Fórmula 1; cuida de su deseo y, cuando percibe que es el momento, lo libera para que llegue sin sordina a oídos atentos. El tiempo crea en esos encuentros el espacio de las pasiones cómplices que un día serán una: la luna se sienta, y mira.

Sonia Rigola

lunes, 24 de marzo de 2014

Semáforo

Terminaron la guardia nocturna y ya su esposo manejaba directo a la casa. La mano de él en su espalda la convenció de que  Marcos también ansiaba llegar.
Él acariciaba suavemente sus muslos, incluso hurgaba más profundo, y así hasta llegar a la casa, despojarse ambos de todo y complacerse sin descanso.
Caminando hacia el cuarto, se besaban, ¡deleitándose con el apasionado contacto de labios! A veces le rozaba el rostro con una flor, o comenzaba mordisqueándola encima del ombligo sabiendo que ella no podría soportar la risa; siempre ocurría un sobresalto de amor que culminaba con una fogosa entrega de espíritu.
Se desvestía ella para entregarse completa a su hombre, que anhelante esperaba en la cama. Ambos cuerpos se fundían ardiendo; los senos de Mirna, pequeños pero firmes, se apretaban contra el pecho de su hombre, conectando sangre entre dos corazones que latían muy fuerte; ambos cuerpos eran recorridos por lenguas prolongadas que alcanzaban límites infinitos en cada anatomía. En algún momento se estrujaban lenguas y labios, y después estas continuaban viaje. Actuaban totalmente desesperados por llegar al clímax; a la penetración y al recibimiento; aunque también con sosiego, en busca de un completo disfrute, preparaban poco a poco el irrepetible momento.
Se entregaban amor a diario, deleitaba la pasión cada día, pero siempre de manera diferente; canonizando el sentimiento.
¡La luz roja en el semáforo!
Algún diabólico evento intervino. Mirna recordaba el impacto contra el poste; y muy turbiamente cuando retiraban de su muslo la mano ensangrentada  de Marcos.
Con señas preguntó por él después de operada, pero nadie se atrevía a contestarle.


El Piro
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