jueves, 9 de febrero de 2012

M

Le voy a llamar M para preservar su intimidad. Aunque lo justo sería que su nombre fuese público para orgullo propio y de sus compañeros.

El pasado seis de diciembre salí a pasear tratando de vaciar mi cabeza de pensamientos negativos. La situación general y determinadas cuestiones personales tienden, en estos últimos tiempos, a llevarme a un feroz pesimismo sobre la naturaleza humana y la mezquindad que domina las acciones de las personas. Me perdí por la ribera del río y llegué al Parque de Atenas. Por no sé que mecanismo, el Madrid antiguo me atrae siempre y, sin querer, mis pies me llevaron hasta la Cuesta de la Vega.

Primero me llamó la atención ver coches parados en el inicio de la subida. Luego, el sonido de las sirenas. Y, por fin, descubrí que, por la parte externa del pasamanos de la primera curva de la Cuesta, una mujer amenazaba con suicidarse.

Me fui acercando. Dos policías de paisano trataban de entablar conversación con ella, pero cada intento de aproximación era respondido por la mujer con un amago de arrojarse al vacío. Además, la mujer gritaba, aunque yo no era capaz de entender que decía. Llegaron otros dos policías municipales de uniforme y se colocaron a los lados, también intentando llamar la atención de la mujer.

Pasaron dos o tres angustiosos minutos en los que el siniestro baile de los policías acercándose y la mujer amenazando con saltar se repetía. En ese momento, por el primer tramo de la Cuesta, apareció otro policía municipal. Un tipo joven, alto, avanzando con paso decidido, y hablando en voz muy alta. En ese momento entendí que la mujer no hablaba sola, sino que era con ese policía, que estaba al pie de la pared, con quien había estado hablando. Sin dejar de avanzar, no dejó en ningún momento de mantener el hilo de comunicación con la mujer, porque sabía que ese hilo era el que la mantenía agarrada a la barandilla y las Moiras podían cortarlo en cualquier momento. Les dijo a sus compañeros que se separaran, de forma que la mujer lo oyera, que iba a hablar con ella, y se le aproximó por el lado derecho hasta tocar la baranda, con esa postura de quien charla con un amigo mirando a lo lejos. La mujer pareció por un momento fascinada por su actitud. Y ese instante de magnetismo era el que él buscaba. Con rapidez y serenidad, la abrazó, inmovilizándola contra el barandal, asumiendo el peligro de que una reacción brusca de la desesperada mujer les arrastrase a los dos. Sus compañeros reaccionaron y, ya entre todos, la alzaron en el aire y la depositaron en la acera.

Hasta aquí, tuve la conciencia de haber disfrutado del privilegio de contemplar un acto de valor extraordinario. De ser testigo de cómo un policía, mucho más allá del cumplimiento de su deber, había arriesgado su vida para salvar a una persona. Pero lo que vino a continuación me llevó aún más lejos. El policía, al que uno de sus compañeros llamó “M”, se quedó abrazado a la mujer, que empezó a llorar, y, con una infinita ternura la fue alejando de la barandilla, mientras le hablaba. La llevó a la acera contraria, y se sentó con ella en el bordillo, escuchando una inconexa historia que hablaba de una hija, de una enfermedad y de toda la desesperación que cabe en una vida. Y él la calmaba, mientras esperaban a una ambulancia que la atendiese.

En ese instante me di cuenta de que el valor de “M” no era sólo consecuencia del hecho de ser un gran profesional. Era el valor de un ser humano con un gran corazón, un corazón bravo, un corazón lleno de buenos sentimientos bajo un uniforme azul.

Y me fui a casa con la fe renovada, porque hay gente como “M”, y cuando todo se ponga mal siempre me quedará la esperanza de que llegue algún “M” y nos salve y nos consuele. No me queda más que dedicarte el respeto de este viejo al que le hiciste creer de nuevo que las personas merecen la pena. Un abrazo y que la vida te trate como te mereces, amigo.
  

2 comentarios:

  1. Una historia conmovedora, ojala existieran más M en nuestras vidas. Un saludo desde La Sonrisa Del Durmiente

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  2. ayyyy, los pelillos como escarpias! qué historia más tierna, qué bien contada, y ole por M!

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