viernes, 4 de octubre de 2013

Es la hora

-Tenemos que hablar, dije a mi mujer. Esto no puede seguir así, añadí.-- No puedo estar más de acuerdo, concluyó ella.—Hay que decírselo, insistí.—A ti te hará más caso, dijo. Coméntaselo tú. –Creo que mejor los dos, animé.- La madre de mis hijos hizo un gesto como de absorber aire a la vez que asentía con la cabeza. Fuimos hacia donde estaba él, lógicamente, sólo tenía tiempo para sí mismo, indiferente por completo a nuestra aflicción. Toda su soberbia actitud hacía tambalear nuestra unión. Tumbado en nuestra cama lo encontramos. Como pude lo cogí y lo arrastré hasta la sala de estar. ¡Menudas palabras íbamos a tener!. Todas las partes implicadas tomamos asiento. Mi mujer enfrente de mí. –No puedes seguir así, le recriminé.- Mi querida esposa apretó un puño, creo yo de la crispación que contenía. –Caminas sin sentido por la vida, sentencié.--Eso, dijo ella.-Él permanecía mudo, quizá acechante, a la espera de quien sabe qué.-¡Cambia tu actitud por lo que más quieras!, imploré.—Cambia, cambia, graznó mi esposa.—No puedes seguir molestando a la gente, como tú lo haces, no puedes, ¡no debes!.- El despertador permanecía igual de callado que desde el momento en que fatalmente nos levantó.-Atormentas a...nosotros, a los niños, enumeré, a los vecinos...¡y tan temprano!, ¡resulta incomprensible además de horrible!—Sí, horrible, añadió la esposa.--¿Acaso no te importamos?, pregunté, ¿te da igual nuestro descanso?, ¿que durmamos o no?, ¿que lloremos o riamos?.- Mi señora, lógicamente, quizá por mi efusivo dramatismo, quizá por la frialdad de esa maquinaria que consumía nuestros días, comenzó a sollozar dolientemente. -¡Qué malos días pasamos por tu culpa!.—Has de cambiar, otros lo han hecho: uno que tenía de niño, cambió su desagradable sonido metálico por una gozosa armonía de cascabeles, otro, ya de soltero, se trasmutó, quizá evolucionó, de su particular sonido a una cibernética mancha de luz que se esparcía silenciosamente por todo el techo del dormitorio. ¿Por qué tú vas a ser diferente?, ¿por qué no vas a cambiar si te lo propones?. Todo resulta mudable, también tu condición. Si quieres, puedes.--¡Dinos algo!, amenazó la voz femenina de mi convivencia, ¡dame algo que me impida estrellarte contra la pared o quitarte las pilas de una vez para siempre!.- Al fin, emocionados nosotros, el dulce matrimonio, vimos un gesto de nuestro querido despertador, percibimos la levedad de una cruel mueca, para nosotros aliento y esperanza, ¡vida tras la pantalla!, ¿un movimiento?. Fue un espejismo, imaginamos, deliramos que el inquietante reloj avisador nos tranquilizaba con las siguientes palabras: -No os preocupéis, no voy a despertaros más.


Haragán de hecho

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