martes, 26 de noviembre de 2013

La faena de el capaíto

(por el Quiroga)
—...Y encima está lo del pelao del Quiroga en El Ruedo, eso ha sido la puntilla, llamarle capaito como si el maestro no tuviera...¡no tuviera lo que hay que tener!...
—Déjalo, Canito, al Quiroga ni mentarlo, no la tengamos
—Pero Lebrija, ¿viste al maestro cuando le leyeron el artículo? ¿viste cómo se ponía rojo de la rabia, las orejas arriba y abajo, bufando como...
—¡Dejaló, Canito! Ve a ver si el maestro sigue durmiéndola y...¡coño, Polilla, ya era hora!
—¡Madre de Dios, que la virgen de la Amargura proteja al maestro! Vengo de ver a los morlacos y no me gusta nada el segundo que l’a caío en suerte , ese toro está enseñao, mira mu mal el Zaíno, hace honor al nombre el mu...
—¡Dejarlo ya!, ¿quereis asustar al maestro? No lo desperteis que bastante tiene ya con el Quiroga y... ¡¡El traje, niño, no toques el traje que trae desgrasia!!
—...traicionero. Ese malaje del Quiroga escribe sólo pa provocar, y ¡encima el día de la corrida más importante...!
—¡Suss...!
—...pero es mucho maestro pa acojonarse por un pelanas que no viste por los pies. Si no fuera...
—Si no fuera, si no fuera; aún recuerdo la corrida de Baeza. Todo en contra. El Chicote metiendo cizaña, la plaza en contra y los toros como búfalos. Salió aquel avinagrao, bufón, enorme, con los cuernos torcidos, uno p’acá  y el otro pállá ... el maestro se ajustó el chaleco, estiró el gollete, se encajó la montera hasta los sesos, cogió el capote con las dos manos y se fue directo a encararse con el morlaco desde el centro del albero. Allí se plantó y comenzó a llamar a grito pelao  <¡¡Limeño, Limeño...¡¡eah, Limeñooo!!>, mientras a capote revuelto le retaba, pasito a pasito, como un maestro del baile, seguro...¡madre mía y cómo se arrancó la bestia, si le llega a empitonar!... luego vinieron los lances más toreros que jamás se hayan visto en Baeza. La plaza se vino abajo cuando el maestro le hizo el desplante, sobrao el muy torero, antes de entrar a matar... y el Chicote con el rabo entre las piernas mientras el maestro, a hombros de la parroquia, enseñaba con coraje el rabo y las dos orejas....<<Son míos, míooos...>>, decía, los ojos ensangrentaos aún por la rabia contra el pelanas del Chicote.
—Quillo, m’as emocionao, pero déjalo que el duende sólo viene mu de tarde en tarde y el segundo de esta tarde no m’a gustao, que te lo digo, eah!
—A las buenas, ¿pue saberse a qué vienen esas caras de funeral de tercera?. Polilla...
—Eah maestro!, sólo estábamos...aquí...ya tú m’entiendes, maestro...

Máximo

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