lunes, 18 de noviembre de 2013

Regreso a la vida

Yo vivía en mi pueblo trabajando de pastor. También obtenía algunos ingresos trabajando las huertas que tenía en la vega del río.
 La vida de pastor es dura: gran parte del día con el rebaño por los montes buscando pasto o por los rastrojos, tú solo, con frío, con calor, con lluvia, ayudando a las ovejas preñadas a parir, y cargando después con los corderos recién nacidos, sin horarios, muchas veces sin fiestas, con pocas vacaciones... Y cuando no estaba con el rebaño, andaba "doblando el lomo" en los huertos.
 Tenía la sensación de llevar "una vida de mala muerte", que quería abandonar en cuanto pudiera.
 Y la oportunidad se presentó. Gracias  a un familiar, y por mis conocimientos en materia hortofrutícola, me coloqué en una empresa de viveros en la gran ciudad, y me alquilé un pisito pequeño pero coqueto, suficiente para mí solo. Estaba tan feliz que veía el mundo a mis pies.
 Pero no tardé en darme de bruces con la cruda realidad. En el trabajo, viendo que me desenvolvía mejor que nadie, los compañeros empezaron a hacerme la vida imposible, viéndome como un duro rival en sus aspiraciones de progresar a mejores puestos dentro de la empresa. En casa, tuve la desgracia de que me tocaran unos vecinos cuyo comportamiento era lamentable: música alta todo el día, voces, golpes y todo tipo de ruidos. No me dejaban vivir. Ni hablando educadamente con ellos cambiaron de actitud.
 Lo de salir por la noche era una actividad de alto riesgo, ya que las peleas estaban al orden del día. Además, siempre veía coches por todas partes circulando a toda velocidad y con música estruendosa, en el metro lo de "dejar salir antes de entrar" era una quimera, enormes colas para realizar cualquier gestión, atascos, delincuencia, nadie respeta a nadie....
 Viendo que el panorama laboral, vecinal, y social no era muy alentador, decidí volver al pueblo. Me hice cargo de nuevo de las ovejas y de los huertos, tras haberse ocupado de todo ello mi tío durante mi estancia en la ciudad.
 Ahora estar con las ovejas por el monte me parecía algo hermoso, la soledad me resultaba gratificante, ver nacer un cordero era algo maravilloso y emotivo, y estar trabajando en mis huertos "doblando el lomo" me llenaba de felicidad.
 Había redescubierto mi anterior vida, con la diferencia de que ahora sabía valorarla y disfrutarla, y era feliz con lo que hacía. Había recuperado mi vida. Había regresado a la vida.


El Rural

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