martes, 17 de diciembre de 2013

Callejón sin entrada

No siempre encontraré el camino a casa. Aquel laberinto de asfalto logra seducirme de tal manera que corrompe mi norte, me deja siempre anonadado, como un viajero en una ciudad desconocida.
No aspiro a que se comprenda éste amor infame, ésta agridulce recompensa de la pobreza.
Pero me siento con el deber, ¡siempre con el deber!, de reivindicar su carácter, su difamada reputación.  Sé que tengo que hacerlo pues ha sido mi hogar y mi familia durante toda mi vida, estoy seguro que así cómo fue mi partera, en algún momento será mi verdugo. Por eso sacaré de contexto a éstas calles. Les quitaré la responsabilidad.
Las veo en sus reflejos, tan inmensas, tan ajenas, que es imposible amarlas, tan sólo admirarlas, tan sólo recorrerlas y sentirse más propio, más íntimo, más solo.
Mi vida es un secreto entre ellas y yo, entre sus charcos y mis charcos.
Al amparo de sombras y delitos, la miro maravillado, la miro rabiosamente, violentamente.
La recorro furioso, buscando esa seña, esa inmensa diferencia conmigo, y no la encuentro, y no comprendo así que huyo asustado. Y me siento hecho de asfalto, de alcantarillas, de basura. Y me pregunto, si son las calles las que siempre me han recorrido a mí.


Juan Felipe Méndez

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