martes, 3 de diciembre de 2013

Rencuentro

La joven esperaba pacientemente a una distancia prudencial. La otra chica operaba en el cajero exterior de la entidad bancaria sin importarle la cola que su demora estaba provocando. No fue el tiempo que tardó en encontrar la cartera en aquel inmenso bolso que colgaba de su hombro lo que desesperó a la joven, sino la ingente cantidad de operaciones que realizó. Al menos tres tarjetas diferentes empleó. Resoplaba malhumorada mientras tecleaba en la máquina, de igual modo que resoplaban los tres hombres que también aguardaban su turno. Uno de ellos incluso decidió marcharse pasados unos minutos, no sin antes soltar algún improperio que la mujer pareció ignorar. Era el último sábado del mes, y el saldo disponible no era el que la chica hubiera deseado, según se entendía de sus poco discretos comentarios. Por fin terminó, maldiciendo en voz baja, largándose de allí a toda prisa. Cuando la joven pudo acercarse al cajero comprobó sorprendida que la otra chica había olvidado recoger el efectivo. No era mucho, veinte míseros euros, pero ella era una mujer con férreos principios cívicos. No se lo pensó dos veces. Cogió el billete y salió corriendo detrás de la otra, primero intentando llamar su atención discretamente y luego, tras sentirse ignorada, a voz en grito.
―¡Perdone! ―chillaba corriendo detrás de ella―. ¡Oiga! ¡Espere! ¡Oiga!
Al llegar a su altura la agarró por el hombro. La otra chica se volvió con la mano levantada, dispuesta a defenderse, creyendo que estaban intentando robarle el bolso.
―¡A que te cruzo la cara! ―le espetó con mirada amenazadora.
La joven se quedó perpleja. No esperaba tal reacción. Al fin y al cabo ella sólo pretendía devolverle su dinero. Mayor fue su sorpresa cuando reconoció su cara.
―¿Tú eres Amparo? ¿Amparo Contreras?―le preguntó algo asombrada.
―Sí ―dijo la otra, todavía con la mano en alto.
―Yo estudié contigo el primer año de instituto. ¿Te acuerdas de mí?
―No, no tengo ni puta idea de quién eres ―respondió la otra con un tono ciertamente desagradable, aunque al menos devolviendo el brazo a una postura que ya no mostraba tanta agresividad.
―Pues yo de ti sí, hija de perra ―y le soltó un sonoro bofetón que hizo que la cara de la otra enrojeciera―. Tú eres la puerca que me quitó a Luis, mi primer novio.
Y se fue de allí, con el dinero de la otra en el bolsillo.
―¡Ya está bien de hacer el tonto en esta vida! ―exclamó para sí.


Rubén Ibáñez González

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