Los copos de nieve
caen insistentes, constantes, sobre la gran ciudad, parecen querer invadir
todos sus rincones con su manto limpio, bailando al son que les marca el
viento. Sin prisa por llegar al suelo, se elevan, descienden, se mueven de
forma aparentemente aleatoria y con aires de ingravidez. A algunos les da miedo
el suelo y deciden repartirse sobre los tejados, los coches, los árboles o los
parterres de sus parques preferidos. Otros, los más aguerridos y valientes, se
lanzan sobre las calzadas y las aceras para cubrirlas de un manto blanco y
purificador. Poco a poco se van acumulando, creando una suerte de colchón
mullido, puro y frío, la ciudad se viste sin prisa de una limpieza a la que no
está acostumbrada.
Corina contempla,
con los ojos como platos, la nevada desde la ventana de su habitación. Tiene
esa mirada infantil del que descubre algo nuevo y sorprendente. Es la primera
vez, en sus treinta años de vida, que ve nevar, ya que en su tierra natal jamás
nieva. Observa con ojos nuevos, casi sin pestañear lo que acontece en la calle.
Está tan absorta contemplando la nevada que pierde la noción del tiempo, sigue
a un copo en su danza hasta que se pierde de vista, elige otro hasta que se
funde con el suelo, y así, copo a copo deja transcurrir los minutos…
No tiene prisa por
salir a la calle, está disfrutando de la nevada desde el calor de su habitación
y tiene el día libre. Poco a poco deja de nevar. Ya está todo cubierto y la
calle se llena de gente decidida a disfrutar de la nieve, corren, se tiran bolas
los unos a los otros, hacen muñecos, se deslizan en trineos improvisados… En
ese momento Corina se dispone a salir a disfrutar de aquello que disfrutan los
demás. Se abriga bien y abandona el calor de su hogar.
Llega a la calle con
una mezcla de curiosidad y miedo. Pisa la nieve y resbala levemente, lo que la
hace sonreír. Decide tentar a la suerte, coge carrerilla y se desliza sobre la
suela de sus botas. Le resulta tan divertido que no puede parar de repetirlo y
de reír como una niña. Nota el frío en su nariz y sus mejillas, pero a pesar de
ello tiene una sensación liberadora. Decide disfrutar de la nieve con todos sus
sentidos, la prueba, la hace crujir golpeándola con el puño, coge un puñado y
observa su textura…, y por fin se decide, se quita los guantes y la toca con
sus manos desnudas, hace una bola y la tira con fuerza contra el tronco de un
árbol, ríe divertida al ver cómo la bola queda pegada. Siente un frío intenso
en las manos y se vuelve a poner los guantes. Da un pequeño paseo para ver cómo
es su barrio de adopción con su nuevo aspecto. Todo le parece nuevo, excitante
y divertido, todo es distinto, a pesar de permanecer todo en el mismo lugar la
ciudad no parece tan sucia .
Vuelve a casa, se
pone cómoda y se prepara un café calentito, mientras lo disfruta vuelve su
mirada melancólica a la ventana. Se ha llenado de sensaciones y experiencias
nuevas. Sobre todo se ha llenado de la felicidad de las cosas sencillas.
Eduardo Martínez
Sotillos
Un relato que conmueve pr su sencillez, que nos hace pensar que las cosas habituales también tienen magia. Me ha gustado mucho
ResponderEliminar¡Gracias!
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