Damas y caballeros, ha llegado la Navidad. Ya sé que es tres de diciembre, pero eso no tiene importancia.
Si seremos una sociedad enferma que celebramos con inmensa alegría nuestra propia renuncia a controlar nuestras vidas. Compramos cuando nos lo proponen, globalizando el "Black Friday" y el "Cyber-Monday" y al Pato Donald si es menester. Vivimos pendientes de la llegada del viernes, como si el único horizonte posible en nuestras vidas fuese no ir a trabajar, estigmatizando ese trabajo que nos da de comer. Un trabajo del que renegamos por sus condiciones, las mismas que hemos soportado que nos impongan los mismos que nos seducen con las rebajas de verano, las cuentas remuneradas y los créditos "que te hacen libre".
Si será triste que, a Dios rogando y con el mazo dando, hasta los más fervientes creyentes festejan sin rubor el hecho de que los símbolos religiosos se hayan transformado en puras mercancías. Si al Padre Sabino, mi profesor de latín del colegio, le voy yo con el cuento de que el inicio de la Navidad lo determina la publicidad de los centros comerciales, me suelta una galleta que me pone en órbita. Pues ahora es eso, y la Semana Santa es el tiempo de la escapada a Bali, Santiago Apóstol es un puente veraniego y la Inmaculada es el festivo que empalma con la Constitución.
Lo curioso es que luego nos desgarramos las vestiduras cuando alguien pretende eliminar un crucifijo de un espacio público. Y viceversa, que los perseguidores de crucifijos terminan por justificar que una mujer pasee por la calle disfrazada de mesa camilla por tolerancia con una identidad cultural que, por lo que se ve, es más respetable que la tradicional del terruño. Nos volvemos nacionalistas de lo mínimo, en vez de avanzar hacia la única globalización que puede salvar a las generaciones venideras, que no es otra que la universalización de los valores de los derechos humanos y de la justicia social. Somos capaces de inmolarnos en defensa de una lengua agonizante que hablan tres, pero ser bilingües en un idioma universal nos parece tan baladí que ni los Presidentes del Gobierno tienen porque hablarla. Charlamos de las Conferencias y los Protocolos en defensa del medio ambiente con suficiencia, la misma que nos falta para recoger la basura que hemos generado en una chuletada en el Guadarrama. Pedimos, desde el volante de nuestro coche atascado entre otros miles de coches, medidas para reducir la contaminación. Y así, hasta el infinito. Y más allá.
Pues nada. Que ya es Navidad. Según cuentan los viejos de la residencia, algo relacionado con el nacimiento de un niño en alguna parte del Medio Oriente o no sé qué leches...Eso sí, se nos saltarán las lágrimas viendo películas de serie B en las que un espíritu navideño anglosajón restablece la felicidad en el hogar de los Smith. Que eso sí que es navideño.
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