lunes, 10 de agosto de 2020

Calor, ruido y desesperanza

 El calor, el ruido y la desesperanza. Un buen cóctel. Ventanas abiertas en las noches, que no servían para mitigar el sofoco, pero que invitaban al escándalo a una fiesta hasta el alba. Los gritos de las manadas de adolescentes, la insoportable música ratonera de los altavoces de un coche, las discusiones familiares con improperios a gritos, un ciclomotor sin silencioso en tubo de escape, esa vecina que golpea el suelo rítmicamente con un objeto indeterminado, un perro que ladra sin motivo...y treinta grados en el salón de su casa, donde era imposible seguir el diálogo de una película. Una botella de whisky casi vacía en una existencia casi vacía.


Así noche tras noche. Y en la pantalla del televisor la presentadora del noticiario augurando otra ola de calor. Otra más.


En la duermevela bañada en sudor se le aparecían ensueños de unos pasados entre frescos pinares, cazando al rececho corzos o jabalíes, con su perro, y con el canto de los pájaros y el del viento convertido en arco haciendo vibrar las hojas de los árboles como diminutos violines.


Sueños rotos. Los que se sueñan despierto, por la vida. Los que se sueñan dormidos, por el paso del camión de la basura o la sensación de ahogo. 


Se quedó traspuesto al amanecer. Le despertaron unos obreros descargando materiales de obra. El despertador marcaba las ocho menos cinco.


Los tres obreros fueron los primeros en caer. Junto a los palés de azulejos. Luego en conductor del autobús que tenía su recorrido por aquella calle estrecha. La dependienta de la tiendecita de alimentación que hablaba a gritos con las vecinas fue la siguiente. Dos jardineros que arrancaron una sopladora, un conductor con la música alta y las ventanillas bajadas y tres jóvenes borrachos que volvían de un after. A los policías les disparó por el estruendo de la sirena del coche patrulla. Y sólo fue abatido cuando ya no le quedaban cartuchos. 


Casi inconsciente, maldecía a los sanitarios que trataban de parar su hemorragia en una ambulancia que atronaba. Llegando al hospital perdió el conocimiento.


Le despertó el persistente pitido agudo de la máquina que controlaba sus constantes vitales. Le volvía loco. Pero estaba esposado a las barras de la cama. 


Empezó a gritar. El policía que custodiaba su habitación abrió la puerta y le dijo que dejase de molestar y se callase. Que no soportaba el ruido. 


Todavía no se explican como consiguió con las manos trabadas por los grilletes, arrancar el trozo de cable del escáner con el que se estranguló.


Murió en silencio.


martes, 21 de julio de 2020

Uno y Trino

Todo es naturalmente artificial. Y dulcemente peligroso. Vivimos a  brincos sin levantar el culo de nuestro sofá. Descendemos y ascendemos. Sin dejar rastros, borrando huellas. Sin ningún interés y permanentemente ansiosos. Celos del viento. Atardeceres perdidos. Sin respeto a las proporciones. Pasados destruidos, tierras saladas para que todo se pudra. Parques temáticos. Hijos de la supervivencia, náufragos en el desierto. Víctimas de las mentiras que nos inventamos, culpables de caminar sin rumbo y sin límites. Sabios de nada. Ignorantes altivos. Conocimientos que son llaves que no encajan en las cerraduras de las nubes. Utopías carroñeras rebañando los huesos de los más sagrados juramentos. Incomunicados, ratas en un laberinto espiral. Vendiendo nuestras herramientas emocionales de segunda mano a precio de saldo por internet. Generaciones que ya nacen enterradas.

No tocarse, no abrazarse, no besarse. Sexo en línea. Perversiones neutras. Apuntillando las últimas creencias, para poder creer lo increíble. Las búsquedas interrumpidas, las sensaciones desterradas, los arcoiris utilizados para lanzar dardos envenenados.

Contratando seguros de vida para tener la tranquilidad de que no puedan hurtarnos nuestras no vidas. Todas las horas son la hora en que todas las visitas son inoportunas.

Pero nada ha de preocuparnos, porque brotan de los bancales gurús de novísimas realidades y adivinos de futuros paradisíacos. Nada nos falta en ese spot comercial de la sociedad venidera. Y el guionista, otro primate antropomorfo, aprovecha las luces destellantes para robarnos los cacahuetes. Pero nos reímos y saludamos al sol y a las estrellas.
El sombrío sigue sentado en la penumbra afilando el cuchillo. Y sonríe esperando su momento. Cuando todas las manadas huyan despavoridas, las presas serán infinitas.
Soñad, soñad, malditos...Más madera!!! Es la guerra!!!

sábado, 18 de julio de 2020

Los pájaros

No creo haber sido nunca un modelo de equilibrio. Tampoco era mi pretensión. Ser un patinador de las emociones no es la cima de la evolución psíquica, pero estudiando el cerebro humano acabas por pensar que con una herramienta tan compleja para algunas cosas y tan burda para otras, lo importante es que te diviertas. Pero andando en estas llegaron la pandemia que lleva a la alcoholemia, el confinamiento, tú confinas y yo miento, la desescalada, a la desescala y la prueba, estilo melón, y el rebrote, rebrota, rebrota y en tu culo explota, así en este orden o otro aleatorio, y se llevaron por delante las dos neuronas que todavía me hacían, si quiera de forma incompleta, alguna que otra sinapsis. Me queda otro par, la de no mearme encima en el transcurso de actos protocolarios civiles, militares, sociales o religiosos y la especializada en determinar donde lleva el alambre la puta mascarilla, aunque está sólo cumple su función un cincuenta por ciento de las veces, si no he bebido, y entre un dos y un cuatro porcentual a partir del quinto tercio de Mahou.
Ante alguna observación familiar al respecto, he decidido buscar alguna actividad relajante que restablezca mi paz interior. Descartado el sexo por pura incapacidad, el deporte por pura pereza, la lectura por pura falta de concentración, las artes plásticas por pura torpeza y el yoga por sentido del ridículo, puro y duro, la única tarea que me resulta asequible, amén de alargar los aperitivos hasta las cuatro de la mañana, es echar pan a los pájaros. Porque la obra pública y privada están muy paradas, también es verdad.
Llevo días bajando, en los ratos libres, a un banco de los del paseo fluvial del Manzanares, con mi paquete de tabaco, una bolsa de tela con los excedentes de pan de la jornada anterior y música de Mozart en las orejas. Me siento, me enciendo un cigarro y empiezo a modelar bolitas de pan que serían la envidia del bueno de Hansel, con la ventaja de no tener al lado a Gretel fiscalizando la tarea.
Arrojo las pelotillas a una distancia prudencial y, pronto, que son muy cucos, aparecen algunos gorriones. Se acercan con sensata desconfianza, me miran dudando si soy un cabrón malnacido con la pretensión de freírmelos o sólo un parguela con debilidad mental. Cuando deciden que tengo mucha más pinta de imbécil que de depredador, se atreven a tomar alguna miga con el pico y se van volando a toda velocidad, como un perroflauta al escuchar "jornada de trabajo".
Al cabo de un rato vuelven y se van tomando más confianzas. Cada uno tiene su estilo. Las hembras son más descaradas, y, por la forma de girar la cabeza para mirarme, les puede la curiosidad y supongo que se preguntan porqué un anormal del género homo sapiens, con mi edad y condición, se dedica a tareas tan propias de la vejez. Pero está claro que llegan a la conclusión de que el hecho de que yo sea gilipollas no se tramita en su negociado y acaban por meterse entre mis pies a rebañar los trocitos que se me caen de las manos en la tarea de migar el chusco.
Los machos son como los de todas las especies. Venga a sacar pecho lata, venga a píar desafinados y venga a amagar "que te pego..¡leche!" a los otros machos. Pero son más cobardicas y se arriman lo justo.
Cuando ya se mueven varios a mi alrededor, con precisión suiza, aparecen las palomas. Pero a las palomas las echo con cajas destempladas. Los que tienen un palomar con maíz en comedero no deben comportarse con las menudencias de las que viven los demás como un agente de bolsa de Wall Street o un político populista con chalet con piscina. No en la medida en que yo pueda evitarlo.
Aguanto como una media hora en tan arriesgada tarea, que algún día he vuelto a casa con las cicatrices de un cagarro volador por entorchado. Hasta que me entra sed y me voy al bar. Me siento en la terraza, me pongo la mascarilla por montera y me aprieto unos botellines mientras contemplo a los parroquianos. Otra media hora de observación, más o menos.
Haciendo un mixto entre la psicología,  estudio de la conducta humana, y la etología, que estudia el comportamiento animal, el resultado es francamente favorable a los gorriones, por mucho que se me caguen encima. No he escuchado a ninguna de esas aves paseriformes quejarse por nimiedades, desear el mal ajeno ni perder las amistades por cuestiones políticas.
Dos conclusiones saco a la sombra del toldo del bar. Primero, que lo más sensato, no estando a la altura de un pajarillo, es no decir ni pío. Y segundo, y no menos importante, que la cerveza, por supuesto Mahou, en verano, está perfecta en torno a cinco grados centígrados.

martes, 14 de julio de 2020

Quédese el cambio...

- Quédese el cambio...
La propina es famélica recompensa para la lección impartida. En un Madrid estival y pandémico, en el que hasta la noche parece asustada, el asiento trasero de un taxi es un Aula Magna y la disertación de chófer, una lección magistral.
Borracho y reseco, le levanté la mano en un Paseo de Recoletos fantasmagórico, con las cicatrices aún frescas de las amputaciones de los turistas, huérfano de rugidos de motores, final de etapa de una vuelta en la que sólo figuraban como inscritos los repartidores de comida rápida en bicicleta.
Bajaba de intentar comprar en un bar escondido un antídoto contra el veneno de la soledad, ese ungüento hecho de whisky escocés y música de Fleetwood Mac que tantas veces me había aliviado los vacíos. Pero, sea porque el producto había superado su hora de consumo preferente , sea porque el virús de la tristeza también hace mutar su cepa o sea porque el confinamiento trae efectos secundarios no descritos en el prospecto, la terapia resultó en agravante de los síntomas. El miedo a mi mismo desencadenó una caótica retirada, sin orden ni concierto, atropellándome yo sólo en el frenesí de la huída, hasta que un solitario camión de la basura, como un dinosaurio lento y escandaloso, me mostró la senda de los diletantes, que lleva a la agonía de los pensamientos, sin atravesar, eso sí, los salones del palacete de la hacienda y sin poner a Elizabeth Taylor en un brete innecesario a estas alturas.
Subí al taxi, deseé buenas noches al conductor, balbucí la dirección de destino, como si hubiere un destino, y me quedé en silencio escuchando la música. El taxista, máster cum laude en psicología aplicada, como todos los taxistas y camareros con experiencia, no me incomodó con esa pregunta inoportuna sobre que itinerario prefería. Y se ahorró una respuesta con el noveno círculo del infierno, las catacumbas de Roma y el gabinete del Doctor Caligari como estaciones intermedias.
Sonaba un son sudamericano, de esos que no tengo etiquetados en mis catálogos musicales. Tal vez cumbia, bachata, vallenato, corrido o chachachá. O ninguna de las anteriores. Pero era razonablemente lento y aceptablemente armónico.
Me di cuenta que clavaba sus ojos en el espejo retrovisor. Precaución de veterano. No temía de mi un atraco, sino un incontrolable acceso de náuseas. Y la mascarilla le hurtaba buena parte de mi expresión, de manera que me buscaba en la mirada los indicios. No pude evitar sonreír embozado, pero leyó la sonrisa en la arrugas de los párpados y, por simpatía, como explotan los productos inflamables, y nada más inflamable que el sentido social, los suyos también sonrieron.
Le dije que no se preocupase. Que iba bien. Aunque deduje que le tranquilizó menos el texto del discurso de lo que le escamó la prosodia. Y rezongó algo sobre bañar las penas en vino y acabar ahogado.
Recogí los jirones de mi dignidad, levanté la barbilla y giré la cabeza para mirar por la ventanilla. Madrid me hacía ningún caso, con razón, que comparado con los beodos pendencieros del Siglo de Oro, los bolingas de hoy somos colegialas de las ursulinas. Sin capa, ni espada, ni sombrero de ala ni orgullo que defender.
Mientras, la ciudad se dejaba caer a velocidad constante, desierta casi siempre, afónica y diríase que también ensordecida.
Los semáforos fueron superados, los monumentos cumplieron con su función monumental, cruzamos los cruces, curvamos las curvas y llegamos al río, donde cualquier pretensión de cosmopolitanismo se diluye a diario entre patos comiendo migas de pan de manos de ancianas caritativas. Aclaro, caritativas con las anátidas, que la caridad, a diferencia del valor en la mili, no se debe dar por supuesta salvo constatación de sus destinatarios, de entre los cuales, sospecho, los no palmípedos quedan excluidos en la mayor parte de los casos.
Cruzamos el puente, con sus candados de compromiso eterno y su hedor a cieno permanente, metáforas espontáneas de eso que llaman amor, y nos acercamos al fin del recorrido.
Para el taxi y el contador. 14 euros. Busco en la cartera. Cuando levanto la vista, el taxista me está mirando.
- Usted va cargado con un saco de amargura, amigo. Y lo malo de la amargura es que es una simiente que agarra en cualquier terreno. Usted cultiva semillas de tristeza y las riega con whisky y va plantando desilusión y angustia en las almas. No habla por no delatarse, pero tiene los ojos llenos de agonías. Hágaselo mirar. Es un consejo.
Y aquí estoy, con un whisky en la mano, escuchando a Coltrane en la oscuridad y pensando que un euro de propina es mucho más barato que la tarifa que me habría aplicado un psiquiatra. Y confiando en no haberle amargado la noche al taxista.

domingo, 12 de julio de 2020

BABIA Y SOMIEDO 3/3

Tras comprar provisiones en alguna de la tiendas de San Emiliano, nos vamos a Somiedo, para lo cual tomamos con el coche la carretera del Puerto de la Ventana, pasaremos por Torrebarrio, lugar de partida de una durísima andada que sube a Peña Ubiña, cuyo espectacular macizo tenemos bien visible y cercano desde este caserío. Antes de llegar al Puerto de la Ventana sale un desvío a la izquierda que nos lleva a Torrestío, donde se acaba el asfalto, aunque el camino continúa, ya de tierra, tres kilómetros más hasta el Alto de la Farrapona, a 1.708 mts. de altitud, límite entre León y Asturias, donde hay un parkin, inicio de nuestra ruta, de la cual tenemos abundante información en un cartel, y que está bien señalizada.

Podemos hacer la ruta que recorre los cuatro lagos más cercanos, que serían unos 8 kmts. ida y vuelta, sencilla y toda por pista forestal, o prolongando hasta el Lago del Valle, convirtiéndose en 16 kmts. ida y vuelta, más dura por la distancia y por el terreno, de dificultad moderada según el letrero.

Nos lanzamos a por esta última, convenientemente equipados y provistos de agua y comida, echándonos a andar tomando desde al parkin la pista forestal (solo abierta al tráfico rodado de vehículos autorizados) que en suave descenso bajo unos impresionantes cortados rocosos y con excelentes vistas del Valle de Saliencia, nos deja en tan solo unos 15 minutos en el Lago de la Cueva, precioso por sus dimensiones, por el color de sus aguas y por el espectacular circo que lo rodea, compuesto de montañas donde se mezcla un verde intenso con el grisáceo de la roca.

Seguimos la pista, que a partir de aquí coge una fuerte pendiente y pasa por los restos de una antigua mina. Según ganamos altura vamos obteniendo mejores vistas del lago anterior, hasta que coronamos el alto que lo separa de la pequeña Laguna de la Mina, cubierta de vegetación, tras la cual veremos el indicador para desviarnos unos pocos centenares de metros y llegar a la Laguna Calabazosa, más grande aun que la de la Cueva, con su bellísimo entorno.

De vuelta a la pista, poco después estaremos junto al Lago Cerveriz, estrecho y alargado, protegido por un imponente macizo en la orilla contraria.

A partir de aquí la pista se convierte en una senda que atraviesa varios kilómetros de verdes praderíos con suaves ondulaciones, donde los rebaños de vacas pacen tranquilamente. Después, a través de un collado en el que hay una fuente-abrevadero, entramos en el valle donde está el Lago del Valle, discurriendo a partir de aquí la senda (siempre bien señalizada) por medianías pero siempre en ligero descenso, con unas vistas maravillosas.

Desde distintos puntos de este tramo vemos en toda su totalidad el recorrido de la otra manera de llegar al Lago del Valle desde el pueblo asturiano de Valle del Lago, cercano a la localidad más conocida de Pola de Somiedo. Desde la aldehita de Valle de Lago, donde se aparca el coche, una pista forestal en ascensión nos conduce hasta el lago en 6 kmts., ruta muy transitada por senderistas, ya que es la más recta y fácil.

Nosotros, desde el lugar donde estamos en nuestra ruta desde la Farrapona, abarcamos unas vistas que nos permiten observar esos 6 kmts. de pista con el caserío de Valle del Lago a la derecha y el Lago del Valle a nuestra izquierda, al cual nos vamos acercando poco a poco, descubriendo sus enormes dimensiones, su islote en el centro y el circo montañoso que lo rodea.

Una vez en la orilla, podemos recorrer por una senda sus dos kilómetros de perímetro, pasando por cabañas de pastores y diversas playas de hierba en las que pastan las vacas, un auténtico remanso de belleza natural y tranquilidad, buen lugar para descansar y comer algo para reponer fuerzas antes de volver al Alto de la Farrapona por el mismo camino, teniendo en cuenta que ahora en el regreso tenemos más subida que al venir, aunque no de gran dificultad. Esta vuelta nos permitirá disfrutar de nuevo de estos maravillosos paisajes desde una perspectiva distinta.

Una vez en la Farrapona, cogemos de nuevo el coche para bajar hacia Torrestío, pero antes de llegar aquí, bajo del vehículo para observar tranquilamente la panorámica del caserío en primer término con el macizo de Peña Ubiña al fondo, y me pongo a reflexionar de nuevo sobre el dicho popular: "Estar en Babia". Ahora que conozco esta comarca pienso en qué bien empleada está la frase. Sí, aquí me abstraigo de todo, aquí, ante tanta belleza, mi mente se aleja de lo cotidiano y me transporta a un mundo mágico como si no existiera otra realidad, y mi imaginación se desborda. Me viene a la memoria el nombre del caballo del Cid, Babieca, que procedía de estas tierras cuyos pastos de calidad dieron y siguen dando equinos de gran fortaleza física, y sus vacas, ovejas y cabras carnes y leche de gran prestigio.

Como dice el "Himno a Babia":

Viva Babia, viva Babia viva Babia que es mi tierra lo más guapo de León y también de España entera.










Saludos

EL RURAL

domingo, 5 de julio de 2020

BABIA Y SOMIEDO 2/3

Volvemos a la carretera que recorre el valle del río Luna y, poco después, en Cabrillanes, nos desviamos hacia Peñalba de Cilleros, que tiene una bonita iglesia con alta espadaña, junto a la que pasa un caudaloso arroyo. El lado de poniente de esta localidad está protegido por una montaña coronada por espectaculares espolones rocosos.

La Riera de Babia es una aldehita de bello entorno, en cuya parte alta se encuentran juntos varios elementos propios del medio rural, como son una fuente con gran pilón, un curioso lavadero de planta cuadrada y el potro de herrar ganado.

Torre de Babia es un precioso pueblo rodeado de un bellísimo entorno natural (como todos las de la zona), con la curiosidad de tener la ermita en el casco urbano y la iglesia parroquial a las afueras, al contrario de como suele ser habitual. La ermita es tan pequeña como encantadora, con su porche y su diminuta espadaña con su campanita; y la iglesia está en lo alto de un cerro, es de piedra rojiza, con una gran espadaña y no tiene porche, cuando prácticamente todos los templos de la zona están dotados del mismo debido a
las abundantes lluvias. Desde este alto se nos presentan unas magníficas vistas que son significativas de lo que es Babia: hacia el sur, el valle del río Luna salpicado de multitud de pequeños pueblecitos y rodeado de innumerables montañas verdosas con sus pétreas crestas; y hacia el norte, el caserío y el valle del Arroyo de Torre, que da nombre al pueblo, flanqueado también por altos picos. Precisamente por este valle se puede hacer una ruta de senderismo de 11 kmts., 4 horas y dificultad media hasta la Laguna de los Verdes. Un cartel junto a la ermita nos da información al respecto. Tiene buena pinta y habrá que hacerla...

Siguiendo las balizas con marca blanca y amarilla, salimos del pueblo por una pista de tierra y nos adentramos en este valle de grandes montañas donde los picos más altos los vemos al final del mismo, acercándonos a ellos según vamos ascendiendo. Llega-remos a una majada donde hay una cabaña, lugar en que acaba la pista, y a partir de aquí seguimos por una senda que bordea un barranco por cuyo fondo discurre el Arroyo de Torre. Pasaremos después por unos praderíos y enseguida nos encontraremos frente a la Laguna de los Verdes, llamada así por estar siempre cubierta de vegetación acuática (juncos, algas, nenúfares), excepto en época de nieves en que la cubre el hielo. El lugar es de una belleza inolvidable, bajo un circo rocoso compuesto de hasta cuatro cumbres por encima de los 2.000 metros, riscos por donde veremos moverse con prismáticos, y a veces sin ellos, a infinidad de rebecos.

Tras un rato descansando y disfrutando de la belleza y la tranquilidad de este entorno, seguimos la ruta que, como vimos en el cartel informativo, tiene en parte una bajada diferente hacia el pueblo, siendo el recorrido parcialmente circular. Siguiendo siempre la señalización, y ya en descenso, pasaremos por la Laguna Chabuezo, pequeña y que según la época puede estar seca, y también por una zona de cascadas que forma un afluente del Arroyo de Torre, hasta llegar a una pista de tierra que más abajo se une a la que cogimos al subir, y que nos devuelve de nuevo al pueblo.

Paramos ahora en Ríolago, uno de los pueblos más turísticos de Babia, que es conjunto histórico-artístico. Su arquitectura se compone de construcciones de piedra rojiza con ventanales de madera y tejados de pizarra, de manera muy uniforme por todo el casco urbano, el cual está salpicado de plazas y plazuelas, muchas de ellas con su correspondiente fuente. Un verdadero placer pasear por estas calles, y más observando al tiempo el bello entorno montañoso. Entre sus edificios destaca en Ríolago el Palacio de los Quiñones, en parte amurallado y con un gran blasón en su entrada principal, que es la sede de la Casa del Parque Natural de Babia y Luna.

En la otra parte del valle se encuentra Robledo, cuya ubicación en una zona elevada nos regala hermosas vistas panorámicas del mismo, al igual que Cospedal, hermoso conjunto de buenas casas de piedra rojiza y tejados de pizarra.

Justo antes de entrar en Villasecino, a mano derecha sale un camino que cruza el río Luna y que en menos de un kilómetro, discurriendo junto a un arroyo, nos deja en la ermita de Nuestra Señora de Lazado, donde cada 15 de agosto se celebra una romería con música y bailes floclóricos babianos. Ya en el pueblo destaca la iglesia, con su porche sostenido por robustas columnas de piedra y una torre con coronamiento semiesférico cubierto de piedra vista, y también un magnífico palacio señorial con varios blasones en la fachada y en sus torreones.

La Majúa es otro pueblecillo situado en el profundo valle del río del mismo nombre. Se trata de un casco urbano estrecho y alargado en torno a este cauce que se prolonga a lo largo de un kilómetro, que da para estar dividido en siete barrios, con dos hermosos puentes de piedra medievales, en unas aguas que nos ofrecen infinidad de pequeñas cascadas y sifones, amén de los grandes picos que escoltan el valle y de la arquitectura de la localidad, la propia de la zona, muy uniforme y bien conservada.

San Emiliano es una de las localidades más pobladas y turísticas de Babia, lo cual se nota en la cantidad de alojamientos, restaurantes y autoservicios con que cuenta. Su situación, en una comarca tan bella y cercano al asturiano Parque Natural de Somiedo, lo convierten en un referente para el turismo de montaña.

El pueblo está dividido en dos barrios, uno a cada lado de la carretera y cada cual con su iglesia propia, y en él confluyen varios arroyos que bajan de la montaña para desembocar no muy lejos en el río Luna. Al inicio de la carretera de La Majúa está el Mirador de las Cigueñas, encaramado en un espolón rocoso, desde donde tenemos espectaculares vistas de todo el entorno, salpicado de altísimas montañas, incluyendo el cercano macizo de Peña Ubiña, cima de Babia con sus 2.411 mts. de altitud, y el casco urbano bajo nuestros pies con sus tejados de pizarra.

En el ayuntamiento hay una oficina de información turística donde nos podemos documentar sobre la gran cantidad de rutas de senderismo que podemos hacer por aquí. Nosotros nos vamos a centrar en una que recorre los Lagos de Saliencia, dentro del Parque Natural de Somiedo, cerca de San Emiliano, en el límite provincial y autonómico entre León y Asturias. Pero antes podemos visitar la aldehita de Pinos, a menos de 2 kmts., situada en un precioso valle bajo el pico llamado Peña Ubiña Chica, el más meridional del macizo del mismo nombre.








     SALUDOS

EL RURAL

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domingo, 28 de junio de 2020

BABIA Y SOMIEDO 1/3

     "Estar en Babia". Cuántas veces se emplea este dicho popular para referirse a alguien que está despistado o ausente. Y es que el origen de esta frase se remonta hasta hace más de mil años, cuando los monarcas del Reino de León veraneaban en esta comarca del noroeste de la actual provincia, cuya belleza y tranquilidad les hacía abstraerse de las preocupaciones y problemas propios de la Corte.

     Para darnos cuenta de la certeza de estas consideraciones, nada mejor que visitar la zona, recorriendo el valle del río Luna, con sus hermosos pueblos rodeados de grandes praderas verdes y altísimos picos, muchos de ellos rondando e incluso superando los 2.000 metros de altitud, con sus espectaculares cresterías rocosas, encontrándose su cima en Peña Ubiña con sus 2.411 metros. Destacaremos también algunas rutas de senderismo tanto por Babia como por el cercano límite con Asturias, donde se encuentra el Parque Natural de Somiedo.

   Viniendo desde Ponferrada, y todavía en la comarca de Laciana, nos situamos en Villablino, que nos recibe con unas vagonetas transportadoras de carbón, recuerdo de la tradición minera de la zona, y que están en el inicio de una vía verde para ciclistas ubicada en una antigua vía férrea. Esta localidad tiene un importante turismo de invierno debido a la proximidad de la estación de esquí de Leitariegos, a cuyo puerto del mismo nombre subimos por la carretera de Cangas de Narcea hasta encontrarnos con sus instalaciones, donde, fuera de temporada, reina el color verde de las praderas por donde en invierno se deslizan los amantes de los deportes de nieve.

     Un poco más adelante, nada más pasar el límite con Asturias, llegamos al pueblecito de El Puerto, una aldea de ganaderos de casas con tejados de pizarra y una capillita a la que va adosada una fuente con buen pilón y lavadero cubierto.

   Desde la capilla parte una ruta de senderismo que nos lleva a la Laguna y Cueto de Arbás, bien explicada en un cartel situado frente a la misma. Tiene 8 kmts. ida y vuelta por el mismo camino y dificultad moderada por la fuerte pendiente en algunos tramos. Vamos a describirla brevemente.

     Empezamos a subir por una pista de tierra, quedando a nuestra izquierda la estación de esquí y a la derecha en lo alto el pico (cueto). Según ascendemos la vista se va haciendo más panorámica, quedando abajo la aldea, en la que destacan desde la altura sus tejados negros. Al llegar a una pradera con merenderos, la pista se convierte en senda, y llaneando un poco llegamos a la Laguna de Arbás, situada en un circo bajo el pico del mismo nombre, lugar de gran belleza y silencio, y cuya orilla podemos recorrer en parte.

     A partir de aquí viene lo más duro: una fuerte pero no larga subida en zig-zag hasta llegar a la cuerda, siendo desde aquí más suave la misma hasta llegar a la cima del Cueto de Arbás, situada a 2.007 mts. de altitud, como reza un pequeño letrero metálico acoplado al vértice geodésico. Difícilmente se pueden describir las vistas, no hay calificativos. Estamos rodeados de sistemas montañosos por los cuatro costados, por lo que la concentración de montañas y valles que se observan desde aquí en todas direcciones es innumerable, con la laguna, El Puerto y la estación de esquí de Leitariegos a nuestros pies.

     Bajamos por el mismo camino hasta el pueblo, tomamos el coche y tras pasar de nuevo por Villablino, cogemos la carretera CL-66 hacia Piedrafita de Babia, donde entramos en la comarca que nos ocupa. Aquí nos desviamos para llegar a La Cueta, el pueblo de mayor altitud de toda la provincia de León, situado a casi 1.500 mts., con una preciosa arquitectura rural compuesta de casas de piedra con tejados de pizarra, rodeadas de altísimas montañas con rocosos coronamientos. En un cerrillo se encuentra la iglesia, cuya barbacana hace de espectacular mirador del bellísimo entorno natural.

     Esta localidad está atravesada por un joven río Sil, a cuyo nacimiento se puede llegar haciendo una ruta de senderismo de 13 kmts. y dificultad alta de unas 5 horas titulada "Las Fuentes del Sil", cuyos detalles figuran en un letrero informativo a la entrada de la misma. Nos lanzamos a por ella...

     Siguiendo las indicaciones, que son unas balizas a las que van adosadas unas placas metálicas con la leyenda "Las Fuentes del Sil", complementadas con flechas amarillas, en el mismo pueblo ya nos pegamos al río, por aquí un arroyo, que cruzamos varias veces, primero por una pista de tierra y más tarde por vereda, ascendiendo aguas arriba por un precioso valle escoltado por altísimas montañas, el cual, ya cerca del nacimiento, se abre ampliamente en una extensa zona cubierta de enormes praderíos, donde los rebaños encuentran abundante pasto cuando no están cubiertas de nieve, y es aquí, bajo el Pico Cuetalbo y peña Orniz y otros altos que superan los 2.000 mts., en el límite entre León y Asturias, donde nace el principal afluente del Miño.

   No es un nacimiento al uso, en un determinado manantial o en varios, sino que es en distintas praderas encharcadas de las que brota el agua, formando cada una pequeños arroyos que más abajo se unen formando un único caudal ya con el río Sil como nombre propio. Ya de bajada, disfrutaremos de nuevo de este maravilloso entorno desde una perspectiva distinta, con las pequeñas cascadas y sifones que forman las aguas como compañeras de viaje, hasta llegar de nuevo al pueblo. Hay que tener en cuenta que estamos en el reino del rebeco, que campa a sus anchas por estos riscos, por lo que es conveniente llevar unos prismáticos para poder observarlos adecuadamente.

   Llegamos ahora a Lago de Babia, nombre que proviene de la laguna que hay a poco más de un kilómetro después del pueblo, junto a la que acaba la carretera, y que es un bello remanso de paz rodeado de cerros de un intenso verdor. El caserío de Lago y el cercano de Las Murías son pequeñas aldeas pastoriles de bella arquitectura popular con casas de piedra y tejados de pizarra, como en toda la Babia.








Las Fuentes del Sil



     SALUDOS

EL RURAL

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