jueves, 30 de junio de 2011

Los balnearios y la madre que los parió I

‘Después de la tempestad, viene la calma’. Mi santa esposa me ha convencido utilizando esta frase para pasar un fin de semana en un Balneario del que le han hablado muy bien. Está situado en la provincia de Guadalajara. Dice que tras reformar la cocina hemos terminado bastante agotados y nos vendrá muy bien para descansar.
Lo preparamos todo para salir el viernes por la tarde. Mi ropa (un pantalón, un par de camisetas y un par de calzoncillos) junto con el neceser que contiene objetos de aseo, los coloco en una pequeña mochila y todavía queda espacio libre para meter el Ulises de J.Joyce (un tocho de 800 páginas) que tengo pendiente de leer desde hace años. Es entonces cuando aparece mi mujer con la samsonite de 120 litros de capacidad que utilizamos cuando fuimos a la Patagonia. – ‘Pero mujer, si vamos un fin de semana a Guadalajara’ – ‘Ya, pero es por si acaso’ -.
Imagino que si nieva en el mes de julio en Guadalajara, mi mujer se podrá poner las botas de esquí o que en caso de un ataque con armas químicas, seremos los únicos en tener máscaras de gas, pero como no quiero discutir, la dejo tranquila viendo como mete en la maleta tres vestidos de fiesta por si acaso, dos forros polares por si acaso, tres pares de zapatos de tacón y otros tantos planos por si acaso y no se qué más cosas.
Por fin llega el viernes. Coloco el equipaje en el maletero del coche tras veinte minutos maniobrando con la maleta y partimos hacia nuestro fin de semana de relax.
Tras dos horas y media de viaje, hemos avanzado apenas veinte kilómetros porque al parecer la mayoría de la gente aprovecha los fines de semana en julio para salir de la ciudad y pasar el tiempo en agradables atascos en cualquiera de las carreteras nacionales. El único problema es que el aire acondicionado del coche hace un ruido raro y de golpe deja de funcionar.
Han pasado más de cuatro horas desde que salimos y todavía queda más de medio camino. Sin el aire acondicionado ya no sé por donde más puedo sudar. Mi mujer hace rato que está dormida, o eso o es que se ha desmayado porque está más colorada que un pimiento morrón. Al menos hemos dejado atrás la caravana.
Por fin hemos llegado. El parking del Balneario está prácticamente lleno y tengo que aparcar al final del mismo lo que implica cargar en vilo con la samsonite (la cual por el sobrepeso, se ha quedado sin ruedas) unos cientos de metros hasta llegar a la recepción. Cuando entramos, el conserje pone un cierto gesto de asombro en su cara supongo que será porque nunca ha visto una persona tan colorada como mi mujer o porque las venas de mi cuello están tan infladas por el paseo con la maleta junto con las gotas de sudor que caen por mi nariz hacen que tenga un aspecto un tanto peculiar. Por el esfuerzo realizado, hay ciertas consonantes que no puedo pronunciar por lo que es mi mujer la que se encarga de decir que teníamos una reserva. Nos dan las llaves y subimos a la habitación y es entonces cuando mi mujer se enfada porque tiene unas espectaculares vistas al parking del Balneario. – ‘No te enfades mujer, así podemos vigilar que no nos roben el coche’ -.
Decidimos dejarlo pasar y descansar un rato antes de bajar a cenar.
Continuará ...
Publicado por Carl Gueibol.

2 comentarios:

  1. Olga: El caso es quejarse de los “Porsiacas” de las mujeres, pero quien es la que tiene siempre de todo cuando el hombre pide o necesita algo, “Y no tendrás… pues si”,
    Yo siempre tengo lo que un hombre necesita jaaaaaaaaaaaaajajajajajaja¡¡¡¡ Huy al revés… Me parto
    Aunque la verdad es que me siento a veces, pero solo a veces tan identificada. Es un Balneario no un viaje a a la India jo¡¡¡

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  2. ...ja ja ja me has hecho reír joio....

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