miércoles, 26 de octubre de 2011

Zapominalski


Llegué a la oficina mientras me desayunaba un bocata de panceta con mayonesa, la noche anterior había asistido a la presentación del libro de “La siguiente la pago yo” y necesitaba grasa para neutralizar todo lo que había trasegado. Dentro me esperaban Vanessa y el Chuli. Empezó ella.
- Te ha llamado Zapominalski.
- ¿Quién?
- Zapominalski. Que llames cuanto antes.
- ¿Y quién coño es ese? O esa.
- Es un tío. Y yo qué sé, parecía como si le conocieses.
Alcancé la puerta de mi despacho dando casi con la puerta en las narices a los dos. Vanessa era una chica lista, y su intuición me había dado buenos rendimientos muchas veces, pero el problema era que estaba siempre preocupada de sus novios; es normal que tuviera muchos, porque llamaba la atención. De hecho le había prohibido que fuera a trabajar con aquellos escotes, pero nunca me había hecho caso. Por eso no sabía de qué color tenía los ojos. El otro era caso aparte; creo que se llamaba Eleuterio, o Emeterio, o algo así, pero exigía que le llamaran El Chuli, que era el protagonista de un tebeo editado por el Canal de Maribel II que había leído de pequeño y al parecer le había dejado marcado; el pobre era tonto de solemnidad y trabajaba conmigo porque su madre, que era amiga de la mía, me lo había pedido como favor especial, porque le habían despedido de todos los empleos que había tenido, el último como encuestador en una compañía de estudios de mercado; habían puesto quejas de él desde todos los domicilios en los que había estado, menos en uno (el suyo), por plasta.
Me desplomé en mi silla y busqué el móvil, que me había olvidado la tarde anterior; debía estar sepultado bajo alguno de los montones de papeles de la mesa. Había una cartulina llena de garabatos de colores que me vino bien para envolver lo que me quedaba del bocadillo, que estaba más pringoso que el pelo de Mario Conde. Pero el teléfono no aparecía.
- ¡Vanessa, llámame al móvil! – grité.
A los pocos instantes, escuché el politono.
“Soy una rumbera, rumbera salvaje, bailo a mi manera, como los primates”.
Pero sonaba lejos, como apartado de la mesa. Me levanté para seguir la pista.
“Las manos hacia arriba, las manos hacia abajo, como los gorilas ¡uh! ¡uh! ¡uh! ¡uh!”.
Al fin lo encontré. Estaba dentro del pequeño frigorífico. Ya me había extrañado el día anterior encontrar un trozo de chocolate en la cartera. Aproveché y cogí una cerveza, que empecé a beber mientras llamaba.
- ¿Aló?
- Hola, por favor, ¿hablo con DJ Bosta?
- Hí.
- ¿Cómo dice?
- ¡Que hí, cohone, que zoi yo!
- Ah, perdone. Le llamo de OGT Productions, por el tema de una sesión de vals-reggaeton que nos han encargado para una boda, para ver si podía Vd. actuar.
- No, hiho, ya me he retirao del reggaeton, he cambiao de estilo, ahora sólo hago choni-trance, que está más demandao.
Comenzamos bien la mañana, pensé, mientras atizaba a la cerveza. Me iba a costar encontrar algún fantoche para la boda de frikis que tenía que organizar. En mi agencia tocábamos todos los palos: bodas, convenciones, producciones musicales, todo lo que se nos pusiera a tiro.
Se abrió la puerta del despacho y apareció el Chuli.
- Está al teléfono el batería de los Singermornings, que dice que están en la dirección que les diste y que ahí no están los Estudios Gayoombs, que sólo hay una corsetería.
- Pues los habrán cambiado de sitio. Dale el número de Max Tuerzo, el gerente, que les diga dónde tienen que ir.
Lo siguiente que tenía en la agenda (“agenda” era el eufemismo que usaba para denominar el papelajo en el que apuntaba tareas pendientes, teléfonos o nombres sobre la mesa) era la organización del LXIX Congreso Celtibérico de Procto-psicólogos. Ya estaba llamando al secretario, el Dr. Farlop, cuando entró Vanessa.
- Que te llama Zapominalski.
- ¡Joder, Vane, que estoy hablando! ¡Dile al Zipotilanski ese que te diga lo que quiere!
- Zapominalski. E insiste en que sólo quiere hablar contigo.
- ¡Pues que le den por culo! No, Dr. Farlop, perdone, no era a Vd. a quien le tenían que dar por… - y con gestos desaforados le dije a Vanessa que se largara.
Los procto-psicólogos parecían muy profesionales, porque el tal Dr. Farlop me pidió que la carpeta del congreso incluyera el último ejemplar de la revista X-Intruder y unas gafas 3-D, y en la sala una pantalla con la proyección del documental “Sphinter destruction”.
Sonó mi teléfono.
“Soy una rumbera, y vengo a alegrarte, para que tus penas, se vayan a marte.”
- Diga – contesté.
- Buenos días, ¿hablo con “Desatrancos AssRocket”?
Le debí responder algo muy soez, porque colgó balbuceando unas disculpas. Al rato se asomó por la puerta Vanessa. Me miró con cara de terror, y habló.
- Zapominalski…
- ¡Dile al Zapominalski que me tiene hasta la p… y que me va a comer todo el r… cuando le vea, pero antes le voy a meter un sifón por el c…!
Estaba acabando de declamar mi oración cuando por detrás de Vanessa apareció la jeta de un individuo que me resultaba familiar.
- El Sr. Zapominalski está aquí – susurró Vanessa.
De repente todo se me aclaró. Zapominalski (que se traduce por “olvidadizo”) era el artista polaco que había conocido la semana anterior y que me pidió que le montara una exposición de sus grabados. Practicaba el estilo de abstracción onírica subliminal que estaba pegando fuerte, y me regaló uno de sus trabajos. El mismo que ahora contenía el bocata de panceta y chorreaba mayonesa por todos los sitios.

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