viernes, 8 de febrero de 2013

Réquiem por la admiración


Vivimos tiempos en que las nuevas tecnologías de la comunicacion están plenamente integradas en todas las actividades cotidianas. El correo postal aún existe pero es casi un residuo; ya no se escriben postales ni cartas, casi ni christmas (primer anglicismo), ni mensajes ni poemas. La comunicación ha cambiado, y quien no se adapte a los cambios tendrá dificultades para no quedar desconectado.

 Y hay que asumir que los cambios son buenos, que uno puede comunicarse de forma inmediata por SMS ( que ya parecen una antigualla), por correo electrónico (un método casi arcaico), por messenger, facebook o whatssap. De hecho, si whatssap desapareciese no puedo imaginar el trastorno que ocasionaría. El periodismo en bloque se colapsaría. Y qué sería de los pobres diputados y senadores sin poder whatssapear mientras se ganan trabajosamente el sustento.

 Que conste que yo soy aficionado, casi adicto, a las nuevas tecnologías, siempre me han gustado todos los aparatuquis, y me encuentro cómodo entre las maquinitas. El problema llega cuando la tecnología y el lenguaje se pelean.

 Existe un principio que se conoce como economía de lenguaje, que habla del uso del menor número posible de elementos para comunicar, y que trata de que el lenguaje sea flexible, y lo menos complicado que se pueda (otro día hablaremos de un vicio contrario, el lenguaje políticamente correcto, con perdón). En nombre de dicho principio pueden justificarse determinados giros lingüísticos, así como la sobriedad al escribir, evitando esas frases tan pretendidamente bonitas o ingeniosas que se nos ocurren. Y ese principio llega a su máxima expresión con las nuevas tecnologías, por dos motivos fundamentales: la rapidez en la comunicación, de forma que el chateo circula casi a la misma velocidad que el lenguaje hablado. Y la falta de espacio, el número de caracteres máximo que utilizamos. No voy a decir nada en contra de esto, o lo que es igual, N vy a dcr nda n cntr d sto. Porque es otra forma de hablar, podríamos verlo como otro idioma, que es necesario conocer para comunicarse a través de whatssap o similar con agilidad.

 En aras del mismo principio usamos el resto de caracteres para dar expresión a las frases, como los paréntesis, los puntos y comas o los signos de interrogación y admiración. Pero cual otro anglicismo cualquiera, tendemos cada vez más a emplear solo el signo de cierre de interrogación o admiración, perdiendo, según mi humildísima opinión, un distintivo singular de nuestra lengua, un matiz enriquecedor. Que esto lo hagamos en twitter es comprensible, pero que por pereza lo reproduzcamos en cualquier tipo de escrito, como cada vez es más frecuente ver, es una pena.

 Por eso, proponemos que, igual que en un bar no hablamos como Don Miguel de Unamuno ni en una conferencia científica decimos 'jarrlll' ni 'pecador de la pradera', nos interroguemos y admiremos correctamente cuando las circunstancias y el registro que estemos usando nos lo permitan, para que no tengamos que guardar un minuto de silencio por ¿ y ¡

3 comentarios:

  1. Interesante este tema. Mi teléfono no tiene el primer signo de interrogación. Vamos a llegar al colmo de comunicarnos con signos como lo hacían las culturas primarias o jeroglíficos. ¿Sera que la arcaica soy yo? dicen: que cuando uno defiende tanto la metodología que conoce y toda la modita de la época es porque le llegó la sefuela. (se fue la juventud). Un saludito grande.

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  2. El problema se agrava aún más cuando ese "recorte" de letras lo metemos en los escritos cotidianos, como un exámen o una nota al profesor del niño.
    Lo siento, seré vieja, arcaica y repelente, pero me cuesta entender los mensajes a los que les faltan las letras. Yo, particularmente, procuro usar incluso las tildes hasta en los mensajes vía whatsapp.
    Besines

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