sábado, 29 de junio de 2013

Gel ayúdame


Cuando me llamó mi jefe de la Consejería de Economía y Consumo de la Comunidad de Madrid, no pensé que el encargo de testar el gel me lo fuera a encargar a mí.
Aduje mis 60 años, mis achaques y que además eran tres tipos diferentes de geles.
Según entré en casa, me dirigí a la mesa camilla, vacié la bolsa y me senté en el orejero a la espera, vino desde la cocina, cogió una caja, me miró y se sentó enfrente. Daba vueltas a la caja en el sentido de las agujas del reloj y a la inversa y otra vez y otra.
Cuando le dije que me iban a pagar horas extras cambió un poco la expresión.
Me dijo que este fin de semana no teníamos a la nietecilla y que el hijo que vive en casa, iba a esquiar. Ya teníamos fecha, noté un pálpito y menos mal que tenía puesta la falda de la camilla por encima, pues algo se notaba.
Decidimos hacerlo primero con la caja de melón y mango, el día, el viernes cuando se fuera nuestro hijo y guardamos todo debajo de la cama.
Esa semana fue larga. Llegó el día, cerramos la puerta y pusimos una silla en el pomo.
Abrimos la caja y dentro había un sobre como con una solución espesa y una especie de sábana impermeable grande de 160 cm x 228 cm que como luego leímos teníamos que colocar encima de la cama.
Pusimos a calentar agua en la olla y cuando la consistencia parecía la adecuada y entre los dos la llevábamos hacia el dormitorio, tropecé con la alfombra y cayó a lo largo del pasillo, nos costó cinco toallas y seis paquetes de papel de cocina absorber todo el gel.
Metidos en harina y con la curiosidad en un punto álgido y no me refiero a lo mío, abrimos la de fresa y con cuidado hicimos todo otra vez y lo llevamos al dormitorio.
Pusimos la sábana por encima y nos desnudamos, nos echamos y la sensación era que se nos iban a quedar las letras del ahorramás en el culo pegadas.
Cogí la olla y la volqué sobre los dos, el gel estaba un poco caliente y nos empezamos a restregar y a embadurnar con ganas. Parecíamos estar en un tobogán e íbamos de un borde de la cama al otro, consiguiendo a duras penas mantenernos encima.
Veía la cara de terror de mi mujer, yo conseguí meter la uña del dedo gordo en la sábana y frené mi caída, pero ella se agarró a donde no debía y me la dobló, pero no logró parar y se empotró con la tele de plasma que cayó con estrépito, su dentadura partida rebotó y fue al orinal.
Por el roto de la sábana se escapaba el gel y desaparecía por el pasillo. Mi mujer se subió a la cama, me abrazó y nos echamos a llorar y en ese momento oímos un ruido fuerte de la puerta, pasos apresurados por el pasillo y un “papá, mamá, no hay nieve”.

Epífisis

1 comentario:

  1. OHHHH, que relato más bueno, mencanta, mencanta.
    Fabuloso. Un lector que no conoce al autor jejeje

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