viernes, 28 de junio de 2013

Una noche de concierto


Había pasado mucho tiempo desde la última vez que disfrutó de un concierto, así que cuando se presentó la inesperada ocasión, decidió aprovecharla.
El ritual de inicio implicaba beber antes de escuchar la música, luego desbocar el cuerpo al compás de las notas y más tarde, cambiar impresiones sobre las horas vividas recordando aquellas melodías, que en lugares y años más impulsivos, nos hicieron vibrar.
Según entraba en el recinto sonó el móvil.
-¿Dónde estás?
- En el estadio, acaban de picarme la entrada.
-Ah! -la voz del otro lado del teléfono pareció tranquilizarse- bueno pásalo bien.
-Gracias cariño, ya te contaré mañana
Todo fue perfecto. Se dejó envolver por el ambiente y la compañía de sus amigos. Cuando el grupo interpretó su último bis, una sensación de bienestar le inundaba los sentidos.
En la última copa, el móvil volvió a sonar y los que la rodeaban empezaron a gastarle bromas “Pues sí que estás controlada chica”.
- Soy yo, ¿estás bien?
- Pues claro que estoy bien,
- ¿Cuándo vas a volver?
- Pronto, respondió secamente y colgó. Empezaba a sentirse agobiada ante tanta llamada, instintivamente miró el reloj, eran las cinco de la madrugada.
Al cabo de una hora llegó a su casa. Abrió sigilosamente la puerta de entrada y de puntillas, se encaminó a la habitación que transmitía el sonido acompasado de la respiración de su marido. En el recorrido se dio cuenta de que la luz del salón estaba encendida, se acercó y allí estaba él, enfurruñado, con los ojos enrojecidos por la vigilia.
-Ya está bien, dijiste que llegarías sobre las tres. Soltó a borbotones.
Trató de calmarlo con un fuerte abrazo y un sonoro beso en la mejilla. Finalmente se fue a la cama y ella recordó la canción entonada por el grupo esa misma noche “Mis hijos me espían”.
Sonrió y  se dijo en silencio: “He traído a este mundo un adolescente responsable”.

Calzas Verdes

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