martes, 30 de julio de 2013

Relaciones

Mi ex novia y yo hicimos un pacto: dividiríamos el piso en dos para que ninguno tuviera que irse. La casa era lo suficientemente grande y cada lado tenía un lavabo. Compartiríamos la cocina.
Tanto ella como yo empezamos una nueva relación, y no tuvimos inconveniente en aceptar que nuestras nuevas parejas vinieran de visita a casa. Al cabo de un tiempo se vinieron a vivir. Durante unos meses todo fue bien, pero tanto yo como mi ex novia empezamos a tener conflictos con nuestras nuevas parejas que se complicaron hasta hacerse insalvables. En el momento de la separación los cuatro lo tuvimos claro: lo más justo era volver a dividir el piso.
Mi primera ex se quedó con el lavabo, mientras que su novio se quedó la parte del ropero. Mi segunda ex también se decantó por la mitad que incluía lavabo, así que me llevé una cama individual al estudio, que era la parte que me correspondía.
La nueva situación tuvo un efecto positivo. Cada vez que iba a buscar ropa tenía que entrar en la nueva habitación del ex novio de mi primera novia, y esto nos obligaba a intercambiar algunas palabras. Con el tiempo llegamos a intimar, y lo mismo les pasó a las chicas. No tuvimos ningún problema en aceptar nuevas relaciones en el seno del piso.
Así que con el tiempo acabamos siendo cuatro parejas, ya que todos encontramos una nueva relación estable que por fin, o al menos eso parecía, funcionaba. Pero no fue así. Llegó el momento, ya habitual, de sentarnos alrededor de la mesa (una nueva que habíamos comprado y en la que cabíamos todos) y decidir qué hacer, ya que los cuatro nuevos habían dejado sus pisos de solteros y veían injusto tener que irse. La solución más equitativa volvía a ser la división del piso, sin duda, y que cada uno habitara en una octava parte de él.
Ha pasado el tiempo y ya somos, como sospechaba, ocho parejas estables viviendo cada una en una pequeña porción de metros cuadrados. Mi novia me abraza y me dice que está muy bien conmigo así, sentados en el sofá cama que ocupa todo nuestro espacio. “Yo también”, contesto, e intento imaginarme cómo se podría dividir ese sofá en dos, si se diera el caso, aunque estoy seguro de que no tiene por qué llegar a darse.


Álex José Recoder

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