sábado, 31 de agosto de 2013

Pulpo a la gallega

Aquel día volví del cementerio con algo de hambre. No es que tuviese que visitar a ningún familiar difunto, pero es que mi ordenador se había estropeado y echaba de menos Facebook. Pasear por un cementerio mirando lápidas o navegar por Facebook  no me parecían cosas tan diferentes. ¿Acaso no se trataba de ver fotos y unos pocos datos de gente que no conoces? Claro está que mi cerebro es como el Windows: una porquería sin el Service Pack. En fin, era la hora de comer y tenía hambre.
Mamá apareció por la puerta del comedor. Tenía esa sonrisa de satisfacción que sólo tienen las madres cuando hacen algo bueno para su familia. Mi padre, al verla, le dijo:
-          ¡Mírala, que guapa está! ¡Si parece una escultura de Botero! -
Mi madre sonrió aún más por aquel piropo. No conocía a Botero, claro. Mi padre se ahorró la primera bronca de mi madre. También creo que mi madre hubiese sonreído si mi padre le hubiese dicho que era igual que la molécula de Hidrógeno. No estoy seguro de esto.
Ese día mi madre había decidido prepararnos por primera vez en su vida un auténtico “Pulpo a la Gallega”. Hasta ahí todo estaba bien. El problema comenzó en el supermercado, pues mi madre  no leyó la etiqueta del paquete de pulpo, y en vez de comprarlo cocido y troceado, lo compró crudo. Eso sí, troceado. Pero crudo. Insisto en ello.
En la mesa esperábamos mi padre, mi hermano y yo. Mamá depositó el plato con el pulpo sobre la mesa, y aguardó de pie, con su enorme sonrisa y los brazos apoyados en jarra sobre sus caderas, para vernos disfrutar de tan novedoso plato. Tan solo añadió unas rodajas de patata cocida en el fondo, roció con aceite y pimentón, y lo calentó un minuto en el microondas. Total, ella consideró que ya estaba tierno el pulpo y con un minuto de microondas sería suficiente.
Mi hermano, mi padre y yo – en ese orden- nos lanzamos hambrientos con nuestros tenedores sobre aquellas rodajas de cefalópodo, introduciéndonos unos enormes pedazos en la boca. Tras cuatro o cinco masticaciones, mi padre y yo nos miramos a los ojos, con el pulpo crudo en nuestra boca y sin atrevernos a decir ni una palabra por no ofender a mamá.  Mi hermano siguió masticando aquel pulpo crudo con enorme placer, entonces se giró hacia mi madre,y con la boca llena de pulpo crudo le dijo con satisfacción:
-          ¡ Coño, mamá, qué sorpresa! ¿Sabías hacer Sushi?


Eneko Borinoto

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