lunes, 21 de octubre de 2013

El nadador

Menuda cogorza se pilló ayer mi brazo izquierdo. Se pasó toda la noche acodado frente a la barra del bar empinando el codo durante horas. Y luego entró en casa a la deriva, tambaleándose de una habitación a otra como un barco abandonado a su suerte en mitad del océano. Los techos se le caían encima, las paredes se movían y en el suelo se abrieron grietas con la intención de engullirlo. Iba de aquí para allá. De allí para aquí. De más allá a más aquí.
El pobre ha pasado una mala noche. Se ha levantado un par de veces a devolver en la taza del váter. Dice que ve estrellas de colores y a una rubia buenísima que le guiña el ojo y le pide que le invite a otra ronda. Y es que mi brazo está harto de estar subordinado a una mano, hastiado de recibir órdenes y de no poder sublevarse. Se siente infravalorado, asqueado de presenciar cómo redacto aburridos informes de ocho a tres en la oficina y me sumo en un mundo de inexistencia. Está cansado de cargar las bolsas de la compra, de retorcerse de dolor cada vez que fuerzo el brazo jugando al tenis o de hacer largos sin parar en la piscina. Porque por más kilómetros nado, por más brazadas que doy, por más metros que me alejo de la  orilla, no consigo alcanzar la meta, no logro llegar a ningún sitio.


Rubén Gozalo

1 comentario:

  1. Me parece un relato de diez, Rubén. Estoy leyendo un libro de Millás, "Algo que te concierne" y me chifla este submundo. En este caso lo has cerrado con muchísimo estilo. Y pese al bajón final, con gracia.
    Un abrazo

    ResponderEliminar

Licencia Creative Commons
La siguiente la pago yo por Rick, Diógenes de Sinope y Albert se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.