martes, 22 de julio de 2014

Náufrago circular

En 1632 nace Robinson Crusoe, menor de tres hermanos. El joven estudió en el colegio de York y desde infante, se destacó por su astucia, diligencia y sus sueños de aventurero. Hasta que resueltamente, bosquejó una senda como marinero.
Las odiseas y zozobras en ultramar, cierta jornada infranqueable de yerros sempiternos, precipitaron su humanidad a la catástrofe y el naufragio. Así, fue preso de una desolada isla, de selvas laberínticas, artilugios y salvajes. Un navegante forzado a vivir veintiocho años en una patria tropical en las Costas de América, convicto ineludible de las bifurcaciones indignas del porvenir.
Al leer el relato, condenamos al hombre repetir su irremediable destino. Una suerte cíclica y perversa, de tiempo después de tiempos, de paradojas que frecuentan lo irremediable, a través de los dobleces de páginas de aquel turbio manuscrito. Un naufragio eterno, que regresa una y otra vez al pobre errante, ¡oh, desdichado mártir del océano!

Jonás

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