lunes, 8 de septiembre de 2014

La Mujer Pez

Juana tiene cada vez más cara de pez, no se explica por qué ni desde cuando, su piel ha comenzado a cubrirse de unos pequeños, casi imperceptibles relieves con reflejos plateados, son los reflejos de la realidad.
Lo mismo ocurre con  su andar cada vez más…marino. Le cuesta calzarse, atravesar la acera, subir a un autobús, ni que hablar a la hora de vestirse, la ropa le queda rara, no es que le sea grande ni pequeña, es como si no encajara en ella, por eso solo le apetece sumergirse desnuda, en la bañera de su casa. Al principio frecuentaba la piscina, pero luego empezó a notar esos bordes relevantes, ese aullido sordo deteniéndose en mueca en su boca al zambullirse y un extraño y dislocado movimiento de su espina  y dejó de acudir, por no llamar la atención.
Así las cosas, cada vez sale menos, sólo lo imprescindible para aprovisionarse o comprar el periódico  los viernes y domingos, más que nada  por las películas que traen en promoción.
Por otro lado está ese despertar húmedo, inundado, como recién  desembarcado de una chalupa vulnerada y frágil. Al principio creyó que era el sudor  de los eternos sofocos que la mojaban de pies a cabeza por las noches desde que la naturaleza y el amor le indicaron que podía jubilar parte de sus encantos. Es lo que tiene la edad, de pronto irrumpe ese ardor por cada poro, sin aviso ni permiso, pero no parece que sea eso.
Otra cosa es la sed, un ansia de beber y beber, sobre todo por los ojos, eso también es curioso: Juana tiene sed por los ojos, y es en ellos, alrededor de cada uno de ellos que esta mañana descubrió las primeras y plateadas escamillas, nueve en total contando la más incipiente, rodeando cada uno de sus desecados y entristecidos ojos. Juana no sabe que le pasa, se duerme sola y sola se despierta, empapada, flotando y cada vez más plateada.
Alguna noche sin embargo, de ningún modo todas, el enigma se descubre por un pálido y soñado momento: Juana llora y llora, copiosa, abundante, caudalosamente mientras duerme y nada sin cesar en sus lágrimas saladas.
Por suerte vive cerca del mar, aunque prefiere los ríos plateados de lágrimas dulces.


Ana María Vittone Chala

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