lunes, 3 de noviembre de 2014

Errores

Errores y más errores. Cadenas de errores. Concatenaciones de errores. De cálculo. De medida. De capacidad. Por retraso y por apresuramiento. Por certezas equivocadas o por exceso de dudas. La vida es una ristra de errores colgada de una viga en un palomero, como si la estuviésemos secando al aire del Moncayo. Los sabios insisten en que lo mejor de cometer errores es lo que se aprende de ello. Y en parte debe ser verdad. Pero, vuelta la burra al trigo, acabas por repetir las mismas o parecidas torpezas, con lo que uno no deja de pensar que la querencia al error o es genética o la has convertido en modalidad deportiva, a nivel profesional.

Siempre hay un apuntador escondido en una concha y empeñado en repetirte el texto correcto y en subrayar la errata. Un apuntador que no suele atreverse a subir al escenario, porque en el escenario, cunado te trabucas, te ve el público. Pero lo que nunca podrá entender el que no se muestra y tiene en la mano el libreto es que el que vive eres tú. Para la próxima función de mi vida me voy a llevar impresa en un papel una frase que leí en alguna parte que decía que no te tomes la vida tan en serio, que , al fin y al cabo, no saldrás vivo de ella, para alcanzársela al lector si veo que me regaña con demasiada saña.

Además, por aquella regla matemática de menos por menos es más, hay veces que sumas dos errores y te sale un acierto. Para los que duden, que repasen los procesos por los que se llegaron a las más brillantes invenciones. Y la esperanza es lo último que se pierde. Lo mismo, a base de pifiarla, acabas inventando el motor de agua.


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