Errores y más errores. Cadenas de
errores. Concatenaciones de errores. De cálculo. De medida. De
capacidad. Por retraso y por apresuramiento. Por certezas equivocadas
o por exceso de dudas. La vida es una ristra de errores colgada de
una viga en un palomero, como si la estuviésemos secando al aire del
Moncayo. Los sabios insisten en que lo mejor de cometer errores es lo
que se aprende de ello. Y en parte debe ser verdad. Pero, vuelta la
burra al trigo, acabas por repetir las mismas o parecidas torpezas,
con lo que uno no deja de pensar que la querencia al error o es
genética o la has convertido en modalidad deportiva, a nivel
profesional.
Siempre hay un apuntador escondido en
una concha y empeñado en repetirte el texto correcto y en subrayar
la errata. Un apuntador que no suele atreverse a subir al escenario,
porque en el escenario, cunado te trabucas, te ve el público. Pero
lo que nunca podrá entender el que no se muestra y tiene en la mano
el libreto es que el que vive eres tú. Para la próxima función de
mi vida me voy a llevar impresa en un papel una frase que leí en
alguna parte que decía que no te tomes la vida tan en serio, que ,
al fin y al cabo, no saldrás vivo de ella, para alcanzársela al
lector si veo que me regaña con demasiada saña.
Además, por aquella regla matemática
de menos por menos es más, hay veces que sumas dos errores y te sale
un acierto. Para los que duden, que repasen los procesos por los que
se llegaron a las más brillantes invenciones. Y la esperanza es lo
último que se pierde. Lo mismo, a base de pifiarla, acabas inventando
el motor de agua.
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