Una lucha tan titánica como improductiva. Un desgaste constante e innecesario. La batalla entre lo que es y lo que fue.
Es esa imperecedera costumbre de la insatisfacción. Tan humana...
No somos capaces de apreciar las presencias. El continuo, como el valor en el ejército, se da por supuesto. Hasta tal extremo que, incluso, llega a presionarnos. Lo que tenemos es ya tenido, y le arrancamos la etiqueta del valor como si fuese la de un precio ya abonado.
Pero nos persiguen las ausencias, esos ayeres que fueron hoy, y en los que dejamos escapar innumerables fragmentos de una realidad que nunca nos pareció compuesta, como el Halcón Maltés, del material del que se hacen los sueños.
Para llegar a un hoy que ya está partiendo hacia el futuro, un hoy que vaciamos de presencias, por descontadas, y en la que rellenamos los vacíos con recuerdos disfrazados, para no inundarnos de melancolía por los agujeros abiertos por debajo de la línea de flotación de nuestras almas.
Hoy es el día. Presencias para parchear los vacíos. Como mal menor. Como bien mayor.
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