Esta mañana, en el Retiro, un
encuentro. Y después otro. Maravillosos los dos.
La Casa de Fieras, con su “leonera”
y esa jaula infame del oso polar. Cinco pasos a la izquierda, cinco
pasos a la derecha, bajo el chorro incesante de agua. ¡Qué levanten
la mano los que se sienten como ese oso blanco amarillento,
encerrados en un mundo insuficiente y sombrío!
El Retiro en primavera. El estanque, un
café. Niños, perros, bicicletas, patines, runners y abuelos
motorizando coches de bebé. Hermoso el paisaje, excesiva la
afluencia. Ya ni el Retiro en primavera es un lugar para aquellos a
los que mi padre nos definía como “poetas locos”.
El Retiro es más Retiro a primera hora
de un día de diario, con mi buen Mats hablando del sentido de la
vida mientras yo le respondo sobre lo sentido en la vida. O visitando
una exposición en la Casa de Vacas a esas horas en que hasta los
cuadros están somnolientos. El Retiro se está convirtiendo en
Central Park y los cómicos emigran añorando a Pedro Reyes.
Me retiro. Menos mal que la Puerta de
Alcalá sigue de guardia en su puesto.
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