lunes, 6 de julio de 2015

Perdido

Sentado en la terraza de aquel bar perdido en un barrio perdido de una ciudad perdida, con el calor cayéndole a plomo desde lo alto, contemplando el bodegón que componían un cenicero repleto de colillas, un platillo intacto de aceitunas y una copa de cerveza a medio vaciar, repasó mentalmente el estado de la situación.

Dio vueltas y más vueltas a sus pensamientos, a sus sentimientos, a sus emociones, a sus decepciones, a los abrazos y a las puñaladas, a los olvidos, a los recuerdos, a las sonrisas y lágrimas, a los hakuna matatatas y a los discursos motivadores. Agitó en su coctelera las despedidas, los amaneceres, las cristaleras y las ventanillas, se pidió disculpas por las molestias, se hizo promesas incumplidas de antemano y se decidió a tomar decisiones, parar empezar a dudar de inmediato y ofenderse con la duda.

Apuró la copa, pidió otra con ese gesto universal de levantar la mano, y volvió a sumirse en su insumisión. Se perdió el respeto, se perdió en el espacio, despacio, y se encontró sentado en la terraza de un bar perdido, en un barrio perdido de una ciudad perdida. La camarera le dejó la copa y una mirada desconcertada, un juicio de valor, se le supone, esa incertidumbre de no saber si el borracho de la mesa tres es un depresivo, un psicópata o un mercachifle de mirada turbia.

Empezó de nuevo el recorrido, haciendo una regresión para acabar enfrascándose en una disgresión solitaria, una ecuación de segundo grado, de tercer piso y casi de cuarto milenio. Ordenó su existencia por partes, partiendo, partes meteorológicos, partes informativos, modestia aparte. La temperatura no daba tregua y hasta las aceitunas abandonadas a su suerte en el platillo clamaban al cielo. Y como el cielo no les oyó, de sus pasos en la mesa respondió el cielo, no yo.

Hizo un cómputo de sus haberes y le salió una compota de sus deberes, “¡Acaba los deberes y luego ves la tele!”, parecía repetirle el cenicero. Se encendió otro cigarrillo y se le encendió un testigo de avería en el alma, de esos que aconsejan acudir al taller lo antes posible, a base de destellar incansables en el panel de rica miel, al que cien mil moscas acudieron, y sus penas y las moscas por golosas murieron, presas de patas en él. “¡Patas arriba, Vicente!”, le vino a la memoria, y esos veinte euros en la mesilla para que meriendes con tus amigos, y se le escapó una sonrisa entre esos dientes que ya no ajustaban bien, que las holguras no se producen solo en las entrañas, y no hay juntas que cierren las pérdidas, por más perdido que estés en un bar perdido, en un barrio perdido de una ciudad perdida.

Cuando el revoltijo de las ideas y la amalgama de las sensaciones y el descontrol de los sentimientos amenazaba con hacerle estallar la cabeza, con grave riesgo para el resto de la clientela de aquel bar, y no insistiré más en lo perdido, le empezaron a llegar los aromas de esas gentes a las que quería y de sus pequeñas y grandes victorias. Pírricas a veces, mancas como la de Samotracia en ocasiones, evasiones que son victorias y hasta estaciones Victoria repletas de trenes que les llevaban al lugar donde veraneaban sus sueños.


Se bebió lo que le quedaba en la copa, y recitó la plegaria de Anibal Smith, “¡Me encanta que los planes salgan bien!”, echó de menos un Cohíba robusto que encender, dejó veinte euros sobre la mesa de aquel bar perdido, en un barrio perdido de una ciudad perdida, y se perdió en la noche. 

2 comentarios:

  1. A veces es necesario sentirse perdido , para encontrarse consigo mismo .
    Bonito relato .
    Saludos

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  2. Ayer mismo pasé por tu bar perdido y sin pensar, pensé en ti. Iba en el asiento del copiloto, como el osito piloto y entre la Puerta de Alcalá y las Cibeles desvié mi mirada hacia esas terrazas vacías y perdidas de media tarde y me acordé de ti y como ya no dependo de mi, continué mi marcha y como ya no puedo brindar por fuera, lo hice desde dentro.
    Sé, que como un buen libro, siempre estarás en el James Joice y cuando tenga uno para intercambiar, como en aquellas tiendas de barrio, le cambiaré por uno de Marcial Lafuente Estefanía y nos tomaremos un wisky .............o dos.

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