Sentado
en la terraza de aquel bar perdido en un barrio perdido de una ciudad
perdida, con el calor cayéndole a plomo desde lo alto, contemplando
el bodegón que componían un cenicero repleto de colillas, un
platillo intacto de aceitunas y una copa de cerveza a medio vaciar,
repasó mentalmente el estado de la situación.
Dio
vueltas y más vueltas a sus pensamientos, a sus sentimientos, a sus
emociones, a sus decepciones, a los abrazos y a las puñaladas, a los
olvidos, a los recuerdos, a las sonrisas y lágrimas, a los hakuna
matatatas y a los discursos motivadores. Agitó en su coctelera las
despedidas, los amaneceres, las cristaleras y las ventanillas, se
pidió disculpas por las molestias, se hizo promesas incumplidas de
antemano y se decidió a tomar decisiones, parar empezar a dudar de
inmediato y ofenderse con la duda.
Apuró
la copa, pidió otra con ese gesto universal de levantar la mano, y
volvió a sumirse en su insumisión. Se perdió el respeto, se perdió
en el espacio, despacio, y se encontró sentado en la terraza de un
bar perdido, en un barrio perdido de una ciudad perdida. La camarera
le dejó la copa y una mirada desconcertada, un juicio de valor, se
le supone, esa incertidumbre de no saber si el borracho de la mesa
tres es un depresivo, un psicópata o un mercachifle de mirada
turbia.
Empezó
de nuevo el recorrido, haciendo una regresión para acabar
enfrascándose en una disgresión solitaria, una ecuación de segundo
grado, de tercer piso y casi de cuarto milenio. Ordenó su existencia
por partes, partiendo, partes meteorológicos, partes informativos,
modestia aparte. La temperatura no daba tregua y hasta las aceitunas
abandonadas a su suerte en el platillo clamaban al cielo. Y como el
cielo no les oyó, de sus pasos en la mesa respondió el cielo, no
yo.
Hizo
un cómputo de sus haberes y le salió una compota de sus deberes,
“¡Acaba los deberes y luego ves la tele!”, parecía repetirle el
cenicero. Se encendió otro cigarrillo y se le encendió un testigo
de avería en el alma, de esos que aconsejan acudir al taller lo
antes posible, a base de destellar incansables en el panel de rica
miel, al que cien mil moscas acudieron, y sus penas y las moscas por
golosas murieron, presas de patas en él. “¡Patas arriba,
Vicente!”, le vino a la memoria, y esos veinte euros en la mesilla
para que meriendes con tus amigos, y se le escapó una sonrisa entre
esos dientes que ya no ajustaban bien, que las holguras no se
producen solo en las entrañas, y no hay juntas que cierren las
pérdidas, por más perdido que estés en un bar perdido, en un
barrio perdido de una ciudad perdida.
Cuando
el revoltijo de las ideas y la amalgama de las sensaciones y el
descontrol de los sentimientos amenazaba con hacerle estallar la
cabeza, con grave riesgo para el resto de la clientela de aquel bar,
y no insistiré más en lo perdido, le empezaron a llegar los aromas
de esas gentes a las que quería y de sus pequeñas y grandes
victorias. Pírricas a veces, mancas como la de Samotracia en
ocasiones, evasiones que son victorias y hasta estaciones Victoria
repletas de trenes que les llevaban al lugar donde veraneaban sus
sueños.
Se
bebió lo que le quedaba en la copa, y recitó la plegaria de Anibal
Smith, “¡Me encanta que los planes salgan bien!”, echó de menos
un Cohíba robusto que encender, dejó veinte euros sobre la mesa de
aquel bar perdido, en un barrio perdido de una ciudad perdida, y se
perdió en la noche.
A veces es necesario sentirse perdido , para encontrarse consigo mismo .
ResponderEliminarBonito relato .
Saludos
Ayer mismo pasé por tu bar perdido y sin pensar, pensé en ti. Iba en el asiento del copiloto, como el osito piloto y entre la Puerta de Alcalá y las Cibeles desvié mi mirada hacia esas terrazas vacías y perdidas de media tarde y me acordé de ti y como ya no dependo de mi, continué mi marcha y como ya no puedo brindar por fuera, lo hice desde dentro.
ResponderEliminarSé, que como un buen libro, siempre estarás en el James Joice y cuando tenga uno para intercambiar, como en aquellas tiendas de barrio, le cambiaré por uno de Marcial Lafuente Estefanía y nos tomaremos un wisky .............o dos.