Calor. Trabajo. Pereza. Y en mitad de
la canícula, vientos de confusión. El tiempo sigue inexorable,
cumpliendo su tarea. Nos aterran las fuerzas de la Naturaleza, con su
violencia ingobernable. Pero es más efectiva la erosión casi
imperceptible pero constante a que nos somete el tiempo.
Atrapado en plena calma en una especie
de Mar de los Sargazos, compuesto por el cansancio y lo anodino.
Levantando la vista al cielo en busca de la tormenta que me alimente.
Incapaz de escribir, de soñar, con la máquina de la imaginación
parada por sobrecalentamiento. Deambulando por la ciudad en busca de
consuelo, resbalando la mirada por cierres metálicos de persiana que
rezan “Cerrado por vacaciones”. Será que tengo los instintos en
la playa, bajo la sombrilla del chiringuito.
Partidas de ajedrez en las que somos
peones, y maldecimos a las piezas de la fila final que nos colocan al
albur del destino para su protección. Sin caer en la cuenta de que
ellas también son piezas, y serán sacrificadas para resguardar a un
rey que, incauto, cree ser el amo del juego. Cuando el juego solo lo
domina el tiempo, y no hay rey que resista cuando su tiempo termina.
Y no hay posteridades, o, si las hay, son pura vanidad, porque en
nada benefician al homenajeado a título póstumo. Solo queda, cuando
las figuras vuelven a su caja de madera, este calor sofocante que es
el dueño de todo cuando le toca. Y que regresará una y otra vez, a
diferencia de lo que ocurrirá con nosotros.
Microcosmos nocturnos llenos de
personajes de Capote o de Hammett, gentes que parecen haber mamado a
Boris Vian y solo pueden pensar en escupir sobre las tumbas, y una
pléyade de figurantes extranjeros cumpliendo con sus papeles de
guiris, desde el cultureta oriental al británico etílico y
escandaloso. Un sol omnipotente, el sol español de Luis Aguilé,
pero encabronado, pavoneándose de su poderío por la plazas y los
parques.
Ya ni siquiera odio el verano.
Entregado a la fatalidad, como esos prisioneros de campo de
concentración que asumen su destino, me quedo quieto tratando de
pasarle desapercibido a Febo, como esos lagartos del desierto que han
aprendido que no es bueno consumir ni un ápice de energía cuando Ra
reina.
Por lo bajinis, entre dientes, me
repito que llegará la noche, la lluvia y el invierno. Ahora toca
sobrevivir rumiando venganzas.
Diógenes, tienes que ir a los sitios de los que hablo en mis artículos, que son más fresquitos que la ciudad.
ResponderEliminarUn saludo del Rural