Creo que soy expósito y
no sé la edad que tengo, ejercí de soguilla en el embarcadero y en la glorieta,
peleándome a diario con los mozos de cuerda y con los municipales, que me
corrían a porrazos. Aunque renco, doy gracias por lo que me pasó en la estación
de Mediodía.
Dormitaba una tarde en el
andén, encima de un carretón, pues estaban en huelga los mozos, cuando un
bastón se me clavó en el abdomen, un petimetre me miraba desde lo alto y me
obligó a llevar un baúl enorme rematado en los bordes con metal. Al subirlo con
la soga y por las prisas se me resbaló y me rompió la rodilla, sacándola de su
sitio.
Mientras gritaba de
dolor, el lechuguino me golpeaba con el bastón y me hubiera matado de no ser
por la intervención de una monja que se interpuso y que con la ayuda de otra me
llevaron al Hospital. El de los huesos me recompuso como pudo, me escayolaron y
pasé a una nave enorme con un biombo alrededor.
Vino la monja con una
palangana y se sentó a mi vera, era joven y guapa, con una toca alada blanca y
que me sonreía. Empezó a quitarme la ropa y yo me resistía, me acarició, nadie lo
había hecho antes, me dejé. Me pasó la esponja por todo el cuerpo, tuve una
erección y ella se puso como un tomate, yo me tapé con la sábana.
Cuando pudo me llevó a un
cuartucho del sótano, donde dormía y me enseñó a amar y a ser amado, aprendí a
leer y a arreglar los cadáveres y así entré en la profesión. Durante dos años
trabajé con un fotógrafo de Embajadores en la realización de fotografías
postmorten y acudíamos a domicilios y creábamos situaciones normales como
comer, leer con el muerto, si era niño, jugando y los familiares alrededor. Arreglaba
los muertos del Hospital para su enterramiento. Con tantos fallecimientos por
la gripe, esas fotos han pasado de moda.
El olor entra por la
nariz, ojos y boca y te hace llorar, aunque lleves años haciendo lo mismo. Al
abrir el arcón de mármol, la vaharada de formol te golpea la cara, te das la
vuelta y coges el siguiente cadáver de la carretilla, que has traído del sótano
del Hospital de Sabatini.
Están magros de carne, la
epidemia de gripe deja a todos por igual y cuesta meterlos en la pila pues está
a rebosar y se enganchan los miembros de unos con otros, empujo con las manos y
a veces con el pie. No se quejarán los estudiantes del Colegio de Cirugía de
San Carlos, hasta el año pasado, se peleaban por los restos y a veces había que
trocearlos, los legales, procedentes de la justicia, pocos y los íntegros
escasos.
Al embalsamar un cadáver reconocí
al petimetre en él, el recuerdo me cegó, con el escalpelo le corté los
genitales y forzándole la boca rompiéndole varios dientes se los introduje en
ella y lo devolví al velatorio tal cual.
Cuando me llevaban los alguaciles, mi ángel alado lloraba en silencio.
ALEJANDRO POZO DE LA CÁMARA
Siempre gusta verte en los papeles, porque no son ni los de Panamá, ni los de la Gurtel.
ResponderEliminarGracias otra vez, fue una velada muy agradable.
Gracias a ti, por asistir, y por tu excelente relato.
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