Se lo habían contado muchas veces. No era fácil.
Estaba reservado a los mejores, no todos llegaban. El camino sería duro y a
contracorriente. Todos habían recorrido el camino en una ocasión, hacía mucho
tiempo, de niños. Sus recuerdos de aquello eran pocos y borrosos.
Ahora era distinto, había crecido. Ya no era aquel
crio ridículo, de ojos desproporcionados, que envidiaba a sus congéneres
mayores, con esos cuerpos imponentes, a los que las chicas miraban y sonreían
con descaro.
Decidió que ya era hora de hacer el viaje, de
demostrar quién era.
Sabía que estaba reservado a los mejores, no todos
llegaban, solo aquellos que conseguían salvar todas las dificultades. Si lo
conseguía no le negarían nada, y las hembras se volverían locas por estar
con
él. Sería el más grande, sin duda la gloria estaba esperándole.
Partió, seguro de sí mismo. Tenía las agallas
suficientes. Nunca se dejaría llevar por la corriente, no caería en el
desaliento ni cedería.
Y empezó el camino, primero acompañado por muchos,
todos con el mismo afán. Parecía fácil, no tenían un gran esfuerzo que hacer,
salvo ir pasando etapas y esquivando obstáculos.
Pronto empeoró la situación y el trabajo exigido fue mayor. La tendencia era ceder y dejarse arrastrar. Tuvo que emplearse con más ahínco. Algunos,
doblegados por el esfuerzo, mostraban en sus ojos el pánico de comprender que
su sueño había terminado. Por primera vez en su vida sintió miedo. Era terrible
el vértigo del fracaso. Empezaba a sentirse realmente cansado, pero su objetivo
se encontraba cada vez más cerca. No, no cedería, nunca, él no.
Y por fin llegó aquel soñado último obstáculo.
Superarlo significaba el final, el éxito. Era inmensa la labor, pero el premio
merecía el esfuerzo. Sería el primero en llegar.
Tomo un último bocado, respiró hondo, cerró los ojos
un instante y lo encaró.
Saltó, se vio en el aire, no podía respirar, pero
sería solo un segundo. Duraría el tiempo justo de superar la catarata. Sintió
el calor del sol, los colores verdes del bosque y vio por última vez el azul del
cielo. Cuando volviera a entrar en el agua del rio, sería grande entre los
grandes. Entonces, algo frenó su trayectoria, y sintió espantado un inmenso
dolor en su garganta. Tenía un extraño sabor aquella mosca, sabor a muerte y a
final.
Aunque luchó por volver al río, al que creía haber vencido, algo tiraba de él hacia afuera. Mientras su conciencia se apagaba poco a poco, un extraño sonido lo envolvía todo:…”el Campanu, pesqué el Campanu!”... .
MARCOS MARTÍNEZ BORJA
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