miércoles, 8 de enero de 2020

Una conversación descarnada. Infortunios de ayer y hoy, que condenan al mañana a más infortunios. Repertorios de injurias y retahílas de abandonos. Lamentos y aflicciones. Y promesas de no sufrir más, suscripciones en oferta a pensamientos positivos y tratados enteros sobre el renacimiento y la paz espiritual.

Pero el periplo, la odisea sin Ítaca al final, es el viaje a través de tu miradas. Las palabras convertidas en silencios, acalladas por fuerte que se pronuncien, porque tus ojos arden, se congelan, dudan, se llenan de lágrimas saladas o se vacían de contenido. Se visten de gala o se muestran harapientos. Desafían para implorar un instante después. Silencian las bocas, anudan las manos. Acometen y huyen, bailan, se quedan inmóviles en su agitación.
Y yo sólo escucho a tus ojos. Que fascinan, que aturden, que asustan, que deprimen, que entusiasman.

No dejes de mirarme.

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