miércoles, 6 de junio de 2012

Condenadas a recordar

Yo he sido varón desde que nací. Quiero decir, nunca he percibido el universo desde el punto de vista femenino. Reconozco que tampoco es que haya hecho grandes esfuerzos por intentar entender como es el mundo para ellas, supongo que por esa inexorable ley masculina del mínimo esfuerzo. Pero no me cambiaría por ellas nunca por una cuestión que para mí resulta esencial: mi estupenda mala memoria.

Los hombres, en general, adolecemos de una extraordinaria mala memoria. Es cierto que no para todo: yo puedo repetir segundo a segundo la jugada que culminó con el gol de Torres en la Eurocopa o la alineación del Atleti que jugó la final de la Copa de Europa de 1974. Una mujer diría que no son hechos relevantes. Vale. También recuerdo con una enorme nitidez el día en que nacieron mis hijos. Pero, es cierto, poco más…Por ejemplo, ya no recuerdo que le regalé por el Día de la Madre hace apenas dos semanas…

La memoria de las mujeres, comúnmente, es infinitamente superior. Son capaces de recordar personas, lugares, hechos, fechas…Podría decirse que tienen un registro casi completo de sus vidas, con una abrumadora cantidad de datos. Desde lo más nimio a lo más trascendente, todo queda impreso en su disco duro para siempre.

Eso, que a priori puede parecer bueno, me da la impresión de que es la mayor putada que le pueden hacer a un ser humano, con el aderezo de que, a diferencia de los hombres, ellas no suelen padecer déficits de  atención. De manera que yo creo que los hombres somos más felices, por más mendrugos.

Entre todas las cosas que se nos pasan, en las que no caemos y las que no recordamos, podría decirse que los hombres somos como peces, y a los tres segundos dejamos de archivar cosas. Eso significa que, a menos que el asunto resulte grave, todo lo demás va a la papelera de reciclaje. Pequeñas ofensas o desprecios, frases hirientes, gestos desagradables, casualidades molestas (eso de llevar dos veces el mismo vestido y que otra mujer lo haga notar), todo se va por el sumidero. Y se va hasta tal punto que, cuando ella te los recuerda, sólo eres capaz de tener una vaga impresión de que algo como lo que te están contando pudo haber pasado una vez. Y tampoco te importa.

La conclusión que saco es que, cuanto más ignorante, más feliz llega uno a ser. La ignorancia del pasado es la que permite la ignorancia del presente y, por ende, un grado razonable de felicidad. Aunque, pensándolo bien, tampoco es exactamente mala memoria. A las pruebas me remito: Reina, Heredia, Eusebio, Capón, Adelardo, Luis, Irureta, Ufarte, Gárate y Salcedo.

4 comentarios:

  1. ¿Habían expulsado a uno?, porque sólo hay 10.
    El otro podría ser Alberto, Ovejero, Benegas, pero creo que era Ayala.
    No creo que la ignorancia sea la felicidad, más bien como un anestésico para soportar la realidad.
    ¿Mátrix o el mundo real, pastilla roja o azul?

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    1. El Atleti siempre juega con uno menos...Y en cuanto a las pastillas, las dos, la azul y la roja y tres tercios de Mahou...Y ahí ya me da igual si es matrix o Algete donde estoy...

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  2. Jo, Diógenes, me pareces que te has vuelto de un trascendental que te cagas ¿ o no ?.
    ¡ ESPAÑAAAAAAAAAAAAAAAAAA !

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  3. Es es acongoje de la prima de riesgo, que me tiene en un sinvivir...

    ¡¡¡¡ ESPAÑA!!!!!!!!!!!!!!

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