lunes, 18 de marzo de 2013

Otro padre. El de Alejandro.

                                             MI PADRE.
No sé papá, por dónde empezar. Hace 42 años que nos dejaste y fue tal el vacío, que recuerdo, como si fuera ayer, que no daba un duro por nuestra familia y ya ves que aquí seguimos todos y no nos podemos quejar con la que está cayendo. Hoy que tengo 61 años, los mismos que tenías tú, al dejarnos, quiero recordarte.
Te veo sonreír con un cigarrillo en una mano y un vaso de vino blanco en la otra y detrás, una barra de bar.
 Ahora en las habitaciones de casa, hay un metro en la pared claveteado donde se van apuntando los progresos de tus nietos y bisnietos a los que no llegaste a conocer, en mi caso, la medida tenía su sentido al situarme al lado de la barra.
Cuando era muy pequeño en brazos, más tarde me sentabas en la barra y con los años, a tu lado, enorme tú y el muro vertical de cemento o madera, que lo único que podía hacer era tirar de la pernera de tú pantalón para atraer tu atención y entonces te agachabas para darme unos cacahuetes o altramuces.
Con el tiempo mis manos ya alcanzaron el borde, pero solo eso, me podía colgar y nada más, seguía dependiendo de ti y luego con los años te comparé con el águila alimentando a su polluelo.
Enseguida conseguí recorrer la barra con las manos arramplando con lo que pillaba y al poco tiempo ya dominaba la situación.
En el verano, en tu pueblo, mis hermanas y yo nos peleábamos para irte a buscar cuando mamá se impacientaba al no llegar a la hora de la comida. Era sonoro y divertido el atravesar la cortina de chapas de cerveza, aunque a veces te quedabas prendido de los pelos y luego el oír – “Lauro, tu muchacho”- de premio nos dabas aceitunas o lo que fuera.
Hace 40 años en cualquier bar, los hombres siempre de pie, si te sentabas era para jugar al mus, julepe, gañote o al dominó. Las mujeres ausentes.
Nos contabas que había que saber beber y que él no era el ejemplo perfecto, pues venía de una preguerra muy pobre y de una guerra entre hermanos donde habían predominado los excesos de todo tipo. Una generación tocada.
En algunos lugares se mojaba el chupete en aguardiente, si te ponías malo, ponche de huevo y vino tinto, en cualquier celebración brindis con sidra. Al entrar yo en la Universidad me diste un paquete de tabaco.
Un día, para ver como nos sentaba, nos diste a beber rioja a mansalva y jamón y queso a mis hermanas y a mí, fue un desastre, la mayor y yo tardamos una hora en sacar la cama mueble de su arcón. Al día siguiente me levanté como pude y al mirarme al espejo del baño grité. Al otro lado estaba Bob Marley, era yo con mi pelo lleno de trocitos de jamón y queso que talmente parecían rastras y adornos, puagf. Un año sin poder tomarme un rioja, luego lo recuperé.
Recuerdo tus consejos de aquella época, sal con amigos, con mujeres, bebe con mesura pero aléjate del juego. Creo que te gustaba todo. Fuiste el único del pueblo en tu época, en los años 30 de hacer una carrera y luego capitán y cuando llegabas al pueblo eras como un héroe y en el bar te encantaba invitar. Siendo capitán médico en Valladolid, la mitad de la juventud de tú pueblo que hizo la mili, estuvo enchufada contigo.
También era el motivo de los negocios ruinosos que hiciste al amor de la barra, en el que a última hora regalabas las cláusulas de los contratos.
Bautizos, comuniones, cumpleaños, bodas, todas las fiestas frente a la barra. Mención aparte la patrona de sanidad militar, la Virgen del Perpetuo Socorro, que por algo se debe llamar así, ya que parte de la oficialidad quedaba seriamente perjudicada.
De todas maneras cuando entro en un bar, digo buenos días, me acerco a la barra, me acodo, me pido un vino y brindo por ti, papá y luego me pido otro.

Publicado por EPÍFISIS

1 comentario:

  1. Muchas gracias, Epifisis, por compartir. Eres un fenómeno y esperamos verte el día 6 para invitarte a un rioja. Mejor a dos. Uno para brindar por tu padre y otro para brindar por tí.

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