lunes, 3 de junio de 2013

Travesura


La luna implacable y entera frustraba a la noche, bañando con luz plateada la vasta extensión de tierra que rodeaba su hogar. Sabía que se estaba exponiendo peligrosamente allí afuera, pues era demasiado tarde, y que lo mejor sería regresar a casa cuanto antes, sin embargo, no se movió de donde estaba. De pie, contemplaba ante él como su obra se deshacía como un azucarillo. La lluvia y el sudor se confundían en su piel pero eso  no parecía importarle. Sus ojos estaban clavados en el suelo, observando impotentes como el agua, que caía sin cesar desde hace pocos minutos, convertía la arena en barro. Euno estaba furioso, había invertido demasiadas horas y esfuerzo en algo que, inocentemente, pensó que duraría para siempre. Alguien rompió el silencio de la noche gritando su nombre. El familiar sonido no lo sorprendió, desde que empezó a llover sabía que vendrían a por él. De hecho, era consciente de que, permaneciendo a la intemperie y bajo la lluvia a esas horas de la noche, se estaba buscando serios problemas. Hizo caso omiso y hundió sus manos en el barro, degustando esa sensación. Volvió a escuchar como alguien vociferaba su nombre, esta vez procedía desde más cerca. Se giró y pudo ver como de entre las sombras surgía una silueta que casi lo doblaba en altura. Cuando estuvo lo suficientemente cerca pudo apreciar como la furia se dibujaba en sus ojos centelleantes.
-¡Ven conmigo ahora mismo!- Exigió con voz aguda la figura entre tinieblas.
-¡Ni hablar!- chilló Euno.
Dificultado por la lluvia comenzó a correr en dirección opuesta, internándose en la oscuridad. Sabía que no tenía escapatoria, tarde o temprano tendría que responder de sus actos, pero vendería caro su pellejo. Desesperado, intentó correr a mayor velocidad pero su perseguidor era más veloz. Se dirigió entonces hacia los árboles, naranjos y limoneros, que rodeaban la casa. Frondosos, sus ramas jugarían en su favor entorpeciendo el paso a quién lo perseguía. A sus espaldas escuchó otro grito lejano: “¡¿No quieres venir Euno?, muy bien, ahí te quedas!”.
Una sonrisa de suficiencia apareció en la cara de Euno, convencido de que era un farol. No se amedrentó y continuó avanzando hacia las sombras. Cada vez estaba más lejos de su hogar y eso lo asustaba. Las ramas bañadas por la luna dibujaban caprichosas formas que hacían que su imaginación le jugase malas pasadas. Veía monstruos por doquier, espantosas criaturas que brotaban de su mente. Conforme se alejaba de casa, los huertos se tornaban más tétricos.  Cuando llevaba un buen trecho recorrido se detuvo y afinó sus oídos. No escuchó nada. Se encontraba solo, en mitad de la noche y lejos de casa. Estaba aterrado. Escuchó el crujir de ramas a su espalda.
-¿Mama, eres tú? -preguntó entre susurros con temblorosa voz- ¡Mamá! –gritó esta vez- ¡Mamá vuelve, tengo miedo! -balbuceó, mientras su rostro quedaba cubierto por lágrimas.

Pablo Martínez Serrano

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