lunes, 17 de junio de 2013

Cien céntimos por un beso


-¿Papá, papá, cómo se puede pagar con dos euros coma cien?
-No lo sé...
Iban a dar las nueve de la mañana. Un padre llevaba a su hijita a la escuela mientras el aire los azotaba, intentando empujarlos al suelo. Una lluvia fina cubría sus capuchas; una, grande pegada a un abrigo voluptuoso, la otra, adecuada para la cabecita de una niña de cinco años.
-Es que si son dos euros coma cien… -papá estaba irritado, era evidente. Puede que porque no se comió las acelgas ayer por la noche, o por asuntos que él llamaba “cosas de mayores”.- Pues, si son dos coma cien euros – la niña hizo una pequeña pausa-, ¿se puede pagar con dos euros y luego dos monedas de cincuenta céntimos, no? - los ojos se le pusieron como platos, esperando la aprobación del padre tras su descubrimiento-. Así se hacen cien céntimos ¿no?
- No lo sé –la lluvia se empapaba de indiferencia.
 Ahí concluyó la conversación, padre e hija continuaron mudos, dando protagonismo a los típicos ruidos urbanos; coches, bicicletas, pájaros madrugadores, pisadas de peatones que chapoteaban sutilmente contra el suelo encharcado... hasta la lluvia, débil esa mañana, se hacía escuchar como si fuera una sinfonía entre el silencio que separaba a la pareja.
Mientras caminaban, la niña lo miraba con cara de extrañeza. Nunca antes lo había mirado así, pensó, pero no podía apartar sus ojos de ese desconocido disfrazado del padre que, pocos años atrás, le había dicho que la quería mientras la besaba.
 Deseaba preguntarle mogollón de cosas, como: ¿Por qué ya no juegas conmigo?, ¿Ya no me quieres?, ¿A dónde se fue mamá?
Pero en fin, una niña no lo entendería, porque son cosas de mayores.

Olaia Andueza Ruiz

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Licencia Creative Commons
La siguiente la pago yo por Rick, Diógenes de Sinope y Albert se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.